Año de publicación: 2017
Valoración: Está bien
Con este texto inclasificable me he sentido como en una montaña rusa: unas veces arriba, otras abajo, hasta invadirme una especie de mareo por tanto vaivén y querer que acabase cuanto antes. Desde el principio se advierte su intención de atrapar al lector, de epatar con todo lo que cuenta, y lo hace con una anécdota tan escabrosa como desagradable que podía haberse ahorrado, la verdad, o profundizar más en ella y aprovechar la ocasión para reflexionar sobre inusuales prácticas post-parto o para, ya puestos, describir una escena terrorífica. Quienes usan la auto ficción para no complicarse la existencia, hacen exactamente esto, tiran la piedra y esconden la mano, amenazan con escandalizarnos pero se arrepienten antes de entrar en detalles que sucedieron realmente o sienten pereza si tienen que inventar lo que no sucedió. Pero la literatura es eso, una mezcla de ficción y realidad, y si no quieres completar las lagunas, en lugar de dejar boquiabierto al lector, escritor o escritora del género, acabarás fastidiándole con tanto relato a medias, tanto personaje indefinido, tanto amagar y no dar. Gran parte del tiempo, el lector camina a trompicones, desconcertado y eso, en literatura, significa aburrimiento; cuando llegamos a convencernos de que no podemos esperar gran cosa, llega la apatía, la indiferencia y hasta el hastío lector.
Y es una pena, porque Sabina Urraca tiene una prosa contundente y, una vez superado ese primer escollo, me sedujo durante un buen trecho. Me pareció que introducía relaciones inusuales y sus análisis eran profundos, que su introspección estaba bien dirigida, que conseguía reivindicar a las niña que fue, y a todas las niñas de paso, que señalaba acertadamente los mil hándicaps que estas encuentran en el camino y lo pronto que asumen la diferencia con los chicos, bien para resignarse (en su propio detrimento) bien para oponerse a ese estado de cosas. Llegó a fascinarme ese sarcasmo suyo, la conciencia crítica que asoma a veces, aunque enseguida encontré banalidades que se multiplicaban con el tiempo.
La narradora, que es un trasunto de la autora fabricada con sus propios retazos, vive en un estado de frustración permanente. Y eso, que al principio puede suscitar empatía, nos acaba convenciendo de que su estado es crónico, que no tiene remedio y que nunca saldrá del atolladero ya que es el escenario que ha creado para mostrar su faceta de víctima en constante pelea con el mundo. Esta postura, escéptica hasta el nihilismo, mejor aprovechada podría dar mucho juego, pero la constante indefinición a que aludía antes la corta de raíz y quien acabamos frustrados somos nosotros, los sufridos lectores de Las niñas prodigio. ¿Es la protagonista una niña prodigio, lo ha sido la escritora en el pasado? No sabría decirlo. Habilidades literarias tiene, aunque, creo, muy desaprovechadas en esta (casi) inacabable confesión.
“Al día siguiente volvería a los caminos helados del pueblo, a vivir durante semanas con el pijama debajo de la ropa, a comer sopa de col junto a un padre alcohólico y silencioso. Pero durante un momento, en su cara curtida de niño tortuga sin cuello, la sonrisa se abrió paso y arrojó un poco de sol sobre la granja, las vacas, el cazo de leche hirviendo, el cazo de leche hirviendo con la nata flotando…”
Repasando lo leído en conjunto veo demasiada auto exploración, auto victimismo, demasiado auto todo. Demasiado "auto". A ratos se diría que se ha tumbado en el diván, pero el psicoanalista es puro humo ya que la familia no aparece, solo sabemos que existe. Pues ¿qué es una niñez sin padres? si prescindimos de referencias familiares ¿dónde hemos dejado a Freud? En realidad nadie sabe cómo darle sentido a una vida. No hay fórmulas para eso, el absurdo nos invade seamos o no conscientes de ello. Podemos ignorarlo o bien refugiarnos en alguna de las opciones disponibles (ciencia, religión, esoterismo…) entre las que lo literario quizá sea una de las más inocuas, ya que incluye lo irracional sin permitir que nos aplaste. En algún momento he pensado que Sabina Urraca bebe de fuentes surrealistas, me han impresionado algunas imágenes potentes. Me pareció que lograba conectarme con el núcleo de una personalidad compleja que sabe transmitir sus claves y el origen de ellas, si esto fuera posible. Pero, en fin, sin ánimo de comparar esta lectura con un Robert Walser o un Thomas Bernard, me han entrado ganas de cerrar el libro y refugiarme en cualquiera de los dos para compensar algunos desatinos con auto ficción pata negra, que la hay, se lo aseguro. Encadenar situaciones extremas es un recurso válido, tal como han demostrado tantos genios, pero no suficiente para componer una obra medianamente digna. La papelera está siempre al alcance de la mano, y recurrir a ella cuando hace falta es síntoma de sensatez y buen gusto.
Mi conclusión es que Urraca describe una personalidad errática –la suya o una que se ha inventado, no sabemos– y lo hace también de forma errática demostrando talento, es verdad, pero desperdiciado en parte, tanto en literatura como en la vida de ese trasunto suyo que no acaba de ubicarse en ningún sitio ni de transmitirlo con verdadera habilidad.
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