Año de publicación: 2013
Valoración: Bastante recomendable
Esta vez, y a pesar de la valoración que le doy, abordo una novela difícil de recomendar aunque utilice un lenguaje sencillo –excepto por los numerosos localismos para quien no comparta origen con la autora– y el argumento sea bastante simple, al menos en apariencia. Pero detrás de los pocos rasgos que se muestran percibimos una sociedad completa y compleja que incluso podríamos describir con bastante detalle si, como a los personajes, no nos agobiase el peso de los bloques. Sí, me refiero a los bloques grises de la portada, que basándome en las parcas pero expresivas descripciones, yo imagino todavía más siniestros, pobres, remendados y asfixiantes. Y es que la función del texto, si lo he comprendido bien, es desasosegar a los lectores. Es lo que, supongo, se propuso su autora en este centenar y pico de páginas y doy fe de que lo consigue. De ahí que, por mucho que me haya gustado, tenga que matizar la recomendación.
Claro que el mundo es de los valientes, y una vez advertidos de que deben abordar esta lectura con la moral bien alta, me decido a entrar en materia. La protagonista y narradora reside en un cuarto piso de los susodichos bloques, 30 metros de vivienda –como todas las demás, por cierto– que comparte con lo que queda del resto de su familia. Ya son solo cuatro, de los demás (sobrinos y hermanos) apenas se aportan datos pero sobra con lo que podemos intuir. Su reducido mundo se limita al hogar y a un ciber, que además funciona como casa de citas clandestina, a sus padres, hermana, dueño del local (proxeneta), su compañero de penurias y una antigua colega que ya no ejerce. Esos escenarios (los bloques, así, en conjunto, la casa, la escalera y el equívoco establecimiento), así como los personajes, desfilan obsesivamente sin apenas suministrar información o haciéndolo con cuentagotas. La vida es así de simple cuando se carece de horizontes: una enumeración de personas y objetos con los que alguien se topa a diario y poco más, aunque las ocasionales reflexiones y metáforas resultan escalofriantes como mínimo.
Este panorama obsesivo se alimenta también de una prosa reiterativa y de un argumento que da vueltas sobre sí mismo, quizá no en círculo pero sí en espiral, y eso nos deja casi en el mismo lugar que al principio. Sin embargo y aunque pensemos que apenas se avanza, las conclusiones que extraemos al final son clarísimas; como decía antes, al cerrar el libro podemos hacer un análisis social, incluso psicológico, bastante completo basándonos en lo que hemos leído. La angustia, el desánimo, el pánico, miseria, impotencia, enfermedad, frustración, están perfectamente descritos y sus causas se adivinan al primer vistazo. Aunque el elemento principal es la violencia, tanto implícita como explícita. Violencia que procede de las condiciones de vida, la falta de perspectivas, el hacinamiento familiar y, fundamentalmente, de los dos cuerpos policiales (las fuerzas especiales del título) que merodean, acechan y amenazan a los vecinos del barrio.
“Pero no es posible, porque mi miedo es otro no es pulcro ni menos redimible, es otro, otro, es como si la policía hubiera atravesado todas las fachadas y sus escudos transparentes se me hubieran metido adentro de la boca. Como si las fuerzas especiales de la policía corrieran directas hacia mí y me lanzaran de manera sincrónica mil bombas de gas lacrimógeno que me cegaran.”
Lo peor es que nos movemos en la incertidumbre. Ellos, los personajes, y nosotros los lectores. El discurso es ambiguo, insinúa más que narra, o bien se aclara una situación tras mucho rato de dar vueltas y vueltas sobre ella. Todo es aproximado salvo el desastre, a menudo se trata de simples elucubraciones que dan lugar a versiones dobles o múltiples. En esa realidad insoportable, quizá traspasar la pantalla, digitalizarse, convertirse en muñeco de videojuegos sea la única solución al alcance de sus (escasas) fuerzas.
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