Año de publicación: 1993
Traducción: Marina Torres
Valoración: Bastante recomendable
Hay una serie de requisitos que "exijo" a las novelas de corte autobiográfico, pero dos son indispensables: que el texto trascienda de lo individual a lo colectivo y que la voz me resulte literariamente creíble. Nada de ejercicios masturbatorio-knausgardianos y nada de niños citando a Aristóteles.
El caso es que en esta segunda parte de la trilogía autobiográfico-familiar de Bergman se cumplen las dos citadas premisas. Por un lado, los temas tratados en "Niños de domingo" son absolutamente universales; por otro, la voz y la estructura elegidas por Bergman dotan de credibilidad y sentido a lo narrado, lo que demuestra gran habilidad por parte del autor.
Un fin de semana en el mes de julio de 1926 (cuando Pu, trasunto literario de Bergman, apenas cuenta con 8 años) es el marco temporal de unos hechos que sitúan al pequeño Bergman frente a una sexualidad apenas entrevista, al primer miedo a la muerte (vía personas reales o a fantasmas, apariciones y leyendas), a la vejez o a la infelicidad, todos ellos perfectamente reconocibles para cualquiera de nosotros. Pero más allá de estos tempranos descubrimientos, la figura central de "Niños de domingo" es la del pastor Erik Bergman, padre del autor y cuya relación con este queda marcada por esos días de julio.
Varios son, en mi opinión, los principales aciertos del autor:
- La introducción de tres escenas situadas muchos años después, con un padre ya enfermo y agonizante, que dotan de mayor potencia (mención de honor para un final brutal), coherencia y sentido a los hechos pasados.
- La conjugación de lo meramente evocativo y descriptivo, a veces hasta casi naif, en la parte inicial con lo puramente introspectivo y psicológico a medida que pasan las páginas.
- El tono, frío y delicado al mismo tiempo, que evita la caída en ñoñerías y sentimentalismos baratos
En el lado no tan positivo, me choca bastante la alternancia entre primera y tercera persona. Entiendo que con ello el autor pretende dotar al texto de la suficiente distancia con los hechos, pero me da la impresión de que el mismo efecto se hubiese conseguido sin ese cambio de registro.
Por último, y para los "fans" de la obra bergmaniana, tres guiños cinéfilos: la casa de la infancia que es imposible desligar de la que aparecía en "Fresas salvajes", una escena muy muy "El séptimo sello" y la teatralidad de algunas escenas que recuerdan a las películas más centradas en las dudas, la culpa y la confusión.
P.S.: Preciosa edición, como viene siendo habitual, esta de los riojanos Fulgencio Pimentel. ¡¡¡Porque hay mucha vida "en provincias"!!!
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