Año de publicación: 1906
Valoración: recomendable
Más que un Ilustre Olvidado, quizás un Periódicamente Recordado.
Mi primer acceso a Josafat, y supongo que el de otra mucha gente, fue como lectura recomendada en materia de literatura en el instituto, hace ya demasiado tiempo. Una lectura más persistente que, en sí, agradable, aunque ya sabemos lo que suele ocurrir cuando uno lee por una cuestión imperativa. Esperaba, entonces, que su recuperación obrara un efecto diferente.
Esta es la novela clásica de su autor, es un texto corto que obtuvo cierta repercusión, hasta el extremo de que a los pocos años se tradujo al alemán, y las ilustraciones que completan la edición que he leído son las mismas que acompañaban esa primera traducción. Comentaré que, aunque he leído la novela en catalán, su idioma original, creo que sería importante ver si traducciones a otras lenguas conservan el espíritu original de su texto.
Las palabras elegidas por Bertrana no son siempre accesibles, apenas un siglo después. Esa cuestión tiene, al menos leyendo la novela hoy, un cierto peso. Es una prosa descriptiva que enfatiza un tono algo cerrado y hasta lúgubre, pues ya predispone a un cierto aire claustrofóbico. Josafat es el encargado del campanario de una iglesia. Se nos da a entender que de un pueblo o una ciudad pequeña. También que ha accedido a ese trabajo como fruto de esa especie de extraña solidaridad de las comunidades reducidas. Que es un hombre retraído y solitario, una especie de ser sombrío al que la sociedad no ha sabido encontrar otro sitio. Hablamos de un entorno rural de la Catalunya de hace más de un siglo. De todo lo que representa la iglesia en esas comunidades, como referencia y punto de encuentro. Josafat es tentado y cede a la tentación. Fineta, todo hace pensar que una prostituta, lo tienta y lo seduce. Y Josafat se tortura por su debilidad y entra en pánico por lo que puede representar que esa relación se conozca. La novela no es mucho más que eso. Pero el mérito de Bertrana es el lenguaje, la opresión, esa especie de tono psicológico en tercera persona que recrea oscuridad, tinieblas, un ambiente hostil y poco tranquilizador en un lugar que se supone da cobijo a las almas.
Más allá de que la historia sea sencilla y casi esquemática, el auténtico mérito de Bertrana es esa capacidad de trasladar al lector ese peso aplastante de la culpa y el miedo, aunque sean estos frutos o consecuencias de la opresión, de representarlos en cada palabra y combinar dos elementos antagónicos: parece que estamos tocando las frías paredes de piedra de la escalera, de la iglesia, del campanario, contrastadas con esa pasión desbocada y sin sentido que quema a sus protagonistas desde dentro. Lovecraft, o Sábato unos años más tarde, hubieran firmado estas páginas de literatura intensa y opresiva.
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