Título original: Red Pottage
Año de publicación: 1899
Valoración: Muy recomendable
Mea culpa! Hasta ahora no conocía a esta
autora singular que, al menos por esta novela y me temo que por el resto de su
obra, merecería más reconocimiento. ¿Dónde estabas Mary Chomondeley
(1859-1925), o dónde estaba yo que me he perdido durante tanto tiempo el placer
de leerte? Para que me entiendan, y ciñéndome solo a las autoras aunque
pertenezcan a otro siglo, pregunto: nuestra protagonista de hoy ¿es comparable a
Jane Austen? Comparable en calidad desde luego y en dardos afilados la supera
con creces. Yo me lo he pasado mejor que leyendo a su predecesora y, por
difícil que parezca, me han quedado más claros los mecanismos sociales de ese
tiempo y lugar, porque esta señora deposita mucho veneno en sus páginas, lo
administra de maravilla y sabe perfectamente cómo dirigirlo y adónde.
Principalmente hacia el machismo, la iglesia –aunque se cura en salud salvando
a algunos personajes– y las convenciones de su entorno, pero hay leña para
todos.
Ser mujer y saber manejar tan bien la
sátira no parece muy aconsejable, menos aún hace más de un siglo, y si una de
las críticas más aceradas es abiertamente feminista lo que resulta extraño es
que publicasen en vida a su autora. Sin embargo, y aunque durante los primeros
años no utilizó su auténtico nombre, han quedado decena y media de títulos
suyos contando solo los más relevantes. Esta novela en concreto figuró entre
las más vendidas de entonces en los países de habla inglesa.
Autora celebrada por Henry James y
Virginia Woolf, en Un guiso de lentejas explora el terreno que
mejor conoce, ya que tiene mucho de autobiográfica y gran parte de la acción
ocurre en una rectoría de provincias muy similar, supongo, a la que regentaba
su padre. Por eso –y gracias a su talento– ambiente, costumbres y mentalidad
están descritos con una fidelidad exquisita. Pero tampoco evita retratar la
vida londinense ni a clases sociales más altas; es más, el contraste entre unas
y otras, las envidias, prejuicios, mezquindades, frustraciones e intentos de
escalada fulminante es uno de sus principales asuntos.
No existe una protagonista absoluta, los
papeles principales están a cargo de una pareja, una pareja de amigas quiero
decir, Rachel y Hester. Aunque al principio se nos lleva por terrenos
resbaladizos –pues si la homosexualidad femenina aún no ha dejado de ser tabú,
imagínense a finales del s. XIX– que luego se dejan de lado para aparecer con
más fuerza en el último momento. Aclaro que hay una clara asimetría entre
ellas, que sus planes de vida siempre fueron muy distintos y que, a pesar de
ese sanador paseo turístico, no parece que haya reciprocidad por parte de
Rachel aunque se haya quedado compuesta y sin novio. Pero, aunque se quede en
insinuación y en el posfacio se mencione un improbable futuro matrimonio de
esta (que ella ha rechazado con ahínco a lo largo de la novela) –mención quizá
sugerida por un religioso para evitar el escándalo tal como ocurre en uno de
los episodios– la alusión quería hacerse y se hizo.
El resto de los personajes componen un
animado cuadro de la época y colaboran activamente, unos más que otros, para
frustrar los proyectos de ambas. Cada uno de ellos interviene en un puñado de
tramas que se entrecruzan y tropiezan entre sí provocando una sonrisa en el
lector. Y entre ellos y nosotros, siempre presente, la autora, mostrando sus opiniones y un sentido del humor ácido, irónico o tierno según
convenga. Desde luego, detrás del argumento y de esas intervenciones suyas, tan
sarcásticas, se adivina una mente muy libre capaz de ir más allá de lo esperado, pero siempre hasta cierto punto ya que, como deja meridianamente claro, la
iglesia siempre está ojo avizor. Posiblemente, esa sea la causa de que lo
personajes sufran un castigo terrible cada vez que se apartan del camino
correcto: conductas inadmisibles –tanto como cometer adulterio o escribir
una novela de crítica social siendo mujer– que merecen anular a una artista (o
pretenderlo), separar a dos enamorados y, en último extremo, la muerte.
Una novela tan divertida como absorbente a la que se le pueden poner pocas pegas. Quizá eliminaría las intervenciones que carecen de contenido crítico, como si el lector necesitase explicaciones, y el exceso de dramatismo de algunas escenas. Pero cada autor tiene su contexto y ambos rasgos reflejan los gustos de entonces.
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