Título original: A Portrait of the Artist as a Young Man
Año de publicación: 1916
Traducción: Martin Schifino
Valoración: incómodo
Escribir una reseña sobre un libro incontestablemente clásico como este representa toda una papeleta. Entended que empiece con lo que suena casi como una excusa, pero dentro de la biografía lectora que uno intenta componer para sí mismo hay autores y novelas ineludibles y esta primera novela de Joyce (también por su modesta extensión, menos de 250 páginas) se me antojó iba a ser una de ellas. Otra cosa es que ose plasmar mi impresión y corra a refugiarme del previsible aluvión de críticas que me tildarán desde lector frívolo o apresurado hasta individuo sacrílego incapaz de descifrar las claves ocultas.
Porque he de confesar que se trata de una novela aburrida, casi mortecina, a pesar de que la inmediata impresión tras leer sus últimas páginas no sea la de haber perdido el tiempo, más bien haber superado una especie de tránsito muchas veces de muy difícil comprensión en su conjunto, aunque no pueda oponerse nada a ni uno solo de sus párrafos. Sin abusar del lirismo, sin perder en ningún momento una impecable fórmula literaria, esta narración - se dice - autobiográfica sobre los años de formación de Stephen Dedalus resulta ser una lectura difícil y pesada, llena de escollos, muchos de ellos, quiero suponer, situados con plena conciencia. Dedalus en la escuela regentada por religiosos que tendrá que abandonar, parece entenderse, cuando su familia deja de disponer de recursos para pagarla, conviviendo con sus compañeros y sufriendo los actos disciplinarios propios de tal época y tales instituciones. Sus escarceos con las mujeres y su arrepentimiento motivado por una fe católica que le oprime y ahoga. A pesar de lo cual, convenientemente empujado en la escuela, llegará a contemplar la posibilidad de ordenarse sacerdote. Y a pesar de la ebullición del artista, del creador que intercala sus textos y acicala párrafos repletos de reflexiones, algunas profundas, algunas un tanto alucinadas, esa posibilidad está a punto de tomar cuerpo, pero el artista adolescente se rebela contra ese destino fatal, no sin antes entregar un tercer capítulo que para mí ha representado la auténtica pesa en la balanza que impide que el libro me haya gustado. Decenas de páginas que parecen pasajes bíblicos y que contienen pasajes de muy difícil digestión (dedicados a procaces descripciones de los sufrimientos que el infierno tiene preparado para los pecadores) y que, pero esto es una pura conjetura, acaban representando a la perfección ese rechazo frontal. Dedalus se separa de sus educadores, se distancia, en un plano psicológico, de su familia, esquiva la fe, se aisla del mundo y se confina con su talento.
Bien: hace más de un siglo, sí, lo suficiente para que esa distancia temporal y ese mundo descrito parezcan un escalón insalvable. No digo que no haya que leer una obra así, solo que al lector contemporáneo puede costarle mucho conectar con ella.
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