Valoración: entre recomendable y está bien
Sabido es que en el siglo XIX existía la costumbre (no sé si en todos los países, pero, desde luego, sí en Gran Bretaña y me consta que en Madrid había al menos un estudio que se dedicaba a hacerlo) de retratar fotográficamente a los fallecidos en poses y composiciones que trataban de imitar la vida, para que sus familiares conservaran la imagen como recuerdo, muchas veces único, de su paso por este mundo.
En esta novela de Francisca Solar uno de estos estudios fotográficos especializados en retratos mortuorios se encuentra ubicado, en 1889, en la pequeña pero cosmopolita localidad chilena de Atlas, cercana a Valparaíso y donde también se habían establecido varios consulados de diferentes naciones, por lo que el trasiego de viajeros -y también de finados- era constante. El estudio pertenece al británico doctor Clayton, aunque en realidad, es su jovencísima esposa Abigail la que se ocupa de la parte técnica de las sesiones fotográficas. Con la particularidad de que, durante las mismas, recibe ciertas y no muy agradables visitas....ya que Abigail, como el niño de El sexto sentido, en ocasiones ve muertos... y no me refiero a los cadáveres de cuerpo allí presente, sino a los espíritus que los habían habitado. Claro, que no era ése el único peligro al que se enfrentaba la muchacha, más aún cuando se ve envuelta en algún que otro asunto legal que ha requerido su intervención... y no cuento más.
La novela se mueve, pues, entre la recreación de época, una historia de terror y el melodrama. Por sus páginas vemos pasar un plantel variopinto de personajes, desde una marquesa española e incluso toda una archiduquesa, a monjas, policías, criminales... pasando por todo tipo de emigrantes, de variada condición y nacionalidad: croatas, británicos, alemanes... No sé gran cosa de la emigración a Chile en el s. XIX, pero lo que se cuenta parece bastante plausible y resulta un marco de lo más adecuado para esta historia, situada en una especie de Far-West chileno. Lo mismo ocurre con los detalles técnicos sobre la ambrotipia -fotografía sobre vidrio- y del proceso de manipulación de cadáveres (según la nota autobiográfica, la autora tiene estudios de criminología y psicología forense que, sin duda, le habrán sido de gran ayuda); por otro lado, hay que decir que ciertos detalles algo "morbosos" sobre las circunstancias que, siguiendo el orden natural de las cosas, sufren los cuerpos humanos, una vez muertas las personas, pueden hacer, quizás, que algunos pasajes de la novela no resulten del agrado de todo el mundo... ejem. No obstante, estos pormenores también ofrecen un interesante contrapunto con el estilo con que está escrita la novela, que resulta no ya sumamente correcto sino incluso atildado. Lo que, si bien en algún momento puede parecer que encorseta un tanto la narración, también sirve para crear la requerida ambientación decimonónica de forma harto eficaz.
Estamos, pues, ante una novela con muchos alicientes para que la disfruten lectores de diverso tipo, desde los amantes del "gótico" no me refiero a la catedral de Burgos) a quienes disfrutan con los dramones romántico (de hecho, la protagonista, Abigail Clayton, tiene algo, o bastante, del arquetipo de "la loca del ático" tan frecuente en la novela inglesa del XIX), la novela histórica... o incluso los seguidores del género policial. En cualquier caso, dando todos gracias a que la fotografía mortuoria ya se haya pasado de moda... por el repeluzno que daba pero también, teniendo en cuenta la moda actual de los selfies, por el cringe que nos iba a provocar...
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