Año de publicación: 1966
Valoración: Bastante recomendable
Hace poco más de un mes murió Alfonso Sastre. Por lo que yo
sé, su pérdida ha pasado más bien desapercibida en la mayoría de medios, y que
aparezca ahora en el blog es una simple casualidad. En ULAD solo había una
reseña de este autor (ver enlace abajo), por lo demás bastante prolífico (y
longevo), lo que me parece una pequeña injusticia, quizá explicable porque el
teatro, que ocupa la mayor parte de su obra, es un género que por lo que sea
tiene aquí un hueco bastante reducido. Pero tengo que decir que, aun sin
conocerlo con mucha profundidad, me parece un autor interesante, alguien que
desde los lejanísimos, y difíciles, años 50 del siglo pasado se ha movido por
diferentes corrientes y ha contribuido a dinamizar el teatro desde la base
promoviendo iniciativas sin descanso. Activo luchador antifranquista, puede que
su prestigio se viera lastrado, al menos a ciertos niveles, por sus relaciones
poco claras con el entorno del terrorismo de ETA. Pero centrémonos en el libro.
La taberna fantástica, escrita en 1966 pero no estrenada
hasta 1985, supuso un cierto éxito de público, y tiene los ingredientes para
ello. En un bar de mala muerte de los arrabales de Madrid coinciden varios
personajes de los bajos fondos. Rogelio, perseguido quizá sin razón por el
asesinato de un policía, aparece con intención de acudir al entierro de su
madre, y se encuentra en el bar algunos parroquianos habituales, Paco y Caco,
dos jóvenes del lumpen que parecen mostrarle un respeto reverencial, y el
Carburo, un gallo que dice tener alguna cuenta pendiente con él. Todo presidido
por el tabernero Luis, bregado en la relación con este tipo de clientes y cuyo
principal interés es mantener cierto equilibrio entre todos para poder seguir
sirviendo alcohol a mansalva.
Porque, señores, no encontraremos muchos libros en los que
la priva corra con mayor caudal que en este. Exceptuando obviamente al dueño
del bar, todos los personajes llevan una cogorza de campeonato a nada que
pasemos un par de páginas. Rogelio la lleva puesta desde mucho antes, y ninguno de ellos hace una mínima pausa hasta que cae el telón. Se pueden imaginar los derroteros que
toma el asunto. El conflicto, alimentado por el ego y exacerbado por el
estímulo espirituoso, se mueve en el campo del amago intermitente (esa
bravuconada tan española), y se incendia con la posterior llegada de otros
personajes… que se suman, cómo no, al festival etílico. Y ya no puedo contar
más.
La parte más seria de la crítica pone de relieve el probable
mensaje social, con la representación de los estratos más degradados de los
arrabales, delincuentes de poca monta, macarras manejando chuscos códigos de
honor, desplazados de la sociedad sometidos sin escapatoria posible a la
violencia y el alcohol (por esa época la droga todavía no había triunfado como
años más tarde, y además, de haber estado presente le hubiera dado al texto,
digo yo, un tono muy diferente).
Desde el punto de vista literario La taberna se inscribe en
una zona mixta, diríamos intermedia entre el teatro de Brecht y el esperpento
de Valle-Inclán, ambos con una fuerte distorsión en el dibujo de los personajes,
aquél más escorado (decisivamente escorado) hacia la crítica social, el gallego
más próximo al alma humana y al absurdo. Personalmente me parece que el cuadro de
Sastre es algo más cercano a Valle, aunque sin su profundidad y su fuerte
corriente poética. En cualquier caso, el retrato de los personajes es afilado y
certero sin perder la comicidad: Luis el tabernero podría ser una caricatura
del burgués, serio, contemporizador pero afianzado en la defensa del negocio;
los secundarios, más jóvenes, temerosos de entrar en disputas, chicos sin
expectativas de ningún tipo, se dejan llevar por el ambiente marginal siempre a
las órdenes de los capos. Y estos, en especial Rogelio (llamado el Rojo, no sé
si con alguna intención), ejercen su supremacía incluso desde lo más profundo
de su intoxicación alcohólica. Personajes que permiten cualquiera de esas
lecturas que apuntaba antes, o todas ellas a la vez.
Es esta fotografía de lo más bajo de la delincuencia pasado por el tamiz del humor lo que me parece más atractivo del libro, porque resulta realmente convincente, y consigue captar al lector-espectador mediante la risa para hacerle partícipe de una forma de vida miserable que de alguna manera replica las relaciones de poder y sometimiento más o menos inconscientes, imperantes en la sociedad. Todo ello visto desde el casi tópico espejo distorsionado (hoy hablaríamos de un filtro), que muestra la degradación mediante el siempre eficaz vehículo de lo cómico.
También de Alfonso Sastre en ULAD: Escuadra hacia la muerte
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