Año de publicación: 2019
Título original: The Monk of Mokha
Traducción: Cruz Rodríguez Juiz
Valoración: bastante recomendable
Con cerca de veinte obras publicadas hasta la fecha (entre ficción y no-ficción) podríamos definir a Dave Eggers como un escritor prolífico. Apenas tiene cincuenta años. De su tiempo, por supuesto, pues combina sus publicaciones en formato clásico con una dinámica presencia en Internet, y ello también se deriva en una enorme variedad. Eso, digamos, lo convierte más en escritor que en creador. Esta es mi quinta reseña de sus libros aquí. He palidecido al olvidar uno de sus cuatro libros anteriores cuando he hecho una retrospectiva mental de mi experiencia con su obra. Pero es así, y El monje de Moka es algo representativa de lo que me pasa con Eggers. Un holograma para el rey me sigue pareciendo su mejor novela. Osada, valiente, casi distópica de una manera muy a lo Tom Mc Carthy. Extraña y con matices psicológicos. Pero este El monje de Moka empezó a recordarme alguno de los defectos (leves) que achaqué a Zeitoun.
Que básicamente pueden resumirse en que, cuando Eggers afronta material real, no es todo lo contundente que otro sería. No voy a pedirle la intensidad de Foster Wallace o del mejor DeLillo. Para empezar, creo que Eggers, si la salud le acompaña, cumplirá los 60 y hasta los 80. Pero tanto aquélla como esta obra, ambas de no-ficción, parecen como incompletas, como si el autor olvidara escribir algún epílogo o pieza que corroborase lo que se apunta en toda la obra. Igual lo hay, pero en su sitio web, pero esta biografía de Mokhtar Alkhanshali está, sobre todo en su primera mitad, escrita en un tono algo plano, descriptivo, periodístico, impecable en lo narrativo y contenido en lo lírico, donde solo puede apreciarse una crítica sutil y sostenida como una música de fondo, cuando quizás dos de los tres temas más recurrentes de la novela - el racismo imperante en el mundo post 11-S, la inestabilidad constante en ciertas zonas del Golfo Pérsico y de la Peninsula Arábiga - darían para hincar más el tenedor, así de histérico es el universo en que vivimos o prueben de sentarse en un avión al lado de un señor ataviado con un kufi.
El tercer tema, por cierto, es la consabida historia USA de la superación del individuo que aúna tesón y talento, aquello de lo de levantarse y caerse o incluir los fracasos estrepitosos como hitos del CV.
Entonces Mokhtar es un joven estadounidense de origen yemení que descubre que su país es el origen del café, esa infusión globalmente conocida a la que media humanidad (qué originales) alega no ser persona hasta que no la ingiere por la mañana. Esa infusión que pugna con el té como si fueran la Pepsi y la Coca Cola, con sus varietales, sus tuestes, sus combinaciones de grano y sus rastros de chocolate, de regaliz, de caramelo. Un estimulante más, vamos. Tras una juventud con escasez de recursos y después de haber experimentado con muchos trabajos de mierda, Mokhtar decide hacerse entrepreneur e intentar importar café de su país. Para ello habrá de formarse en lo técnico y viajar y conocer agricultores y franquear todo tipo de obstáculos superando su triple condición, -yemení, musulmán, clase baja- hasta conseguir que un contenedor con dieciocho toneladas entre por el puerto de San Francisco. Por medio, en un trayecto que recuerda por momentos a Edmund De Waal, toda clase de peripecias personales y colectivas, en una tercera parte, la mejor con mucho del libro, en que Eggers se viste de Kapuscinski y nos relata ese difícil discurrir por zonas de conflicto armado constante. Los controles en carreteras, los soldados como adolescentes empuñando AK-47 más grandes que ellos mismos, la inestabilidad, la corrupción a todas las escalas, todo eso convierte este El monje de Moka en una experiencia a medio camino entre lo cultural o lo literario. Pero repito: Eggers podría haber sido más claro en esa crítica que se apunta. Aclarar que Mokhtar acabará financieramente apoyado por fondos que apoyan modelos tan dudosos como Uber o Airbnb.
O que, por cierto, el café finalmente se despachará a dieciséis dólares la taza. Para que lo deguste quien tenga el capricho puntual o pueda permitírselo cada día. Servido por un camarero que apenas cobrará la mitad de eso por trabajar una hora.
Del capitalismo, Dave, ¿cuándo hablamos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja a continuación tu comentario. Los comentarios serán moderados y solo serán visibles si los aprueba un miembro del equipo.