Año de publicación: 1987 (Reeditado en 2020)
Valoración: Indocumentado y peculiar
Hace justamente un siglo Hildegart Rodríguez Carballeira era todavía una niña, no tendría más que seis añitos, aún faltarían doce para su fallecimiento a manos de su madre. Este truculento suceso nos sacude de forma intermitente, sin importar el tiempo transcurrido, cada vez que aparece una nueva publicación sobre él. Y es que la secuencia completa de los hechos (concepción, nacimiento, educación etc.) es tan disparatada que no podía augurar nada bueno, todo ello sin apenas testigos y con total impunidad. Me intrigó desde la primera vez que supe de él, e indagando más puedo entender la frustración de una mujer llamada Aurora, inteligente, cultivada –pero, por desgracia para ella, sin un currículo oficial– y con la situación económica resuelta, que se enfrenta a las limitadas perspectivas que la vida ofrecía a las mujeres en la España de la época. Esto puede llevar a la frustración, el acomodo o a algo mucho más peligroso: convertirla en una iluminada. Y eso es lo que ocurrió.
Aurora amaba la música y los
conocimientos científicos. Recogió al hijo
–ilegítimo, en terminología de la época– de su hermana, lo convirtió en pianista precoz
casi sin darse cuenta, y siendo todavía un niño lo alejaron de ella con el
propósito de que triunfase por el mundo. Fue entonces cuando nació en ella la
obsesión de cultivar a una personita –debido a su mentalidad feminista, preferiblemente
una niña– hasta convertirla en un ser excepcional, portadora de lo que consideraba
una misión trascendental y no era más que el producto de su megalomanía sin
límites. Su proyecto era, pues,
engendrar, pero el matrimonio –menos aún otro tipo de relación– no entraba en
sus planes, así que decidió tener un encuentro sexual con alguien que se prestara sin
condiciones. Según se nos cuenta aquí, aunque, la verdad, no me fío mucho, espantó a más de uno, pues casi ningún señor de entonces podía concebir
tamaño atrevimiento, hasta que finalmente se salió con la suya y consiguió concebir a
Hildegart. A mí me interesaba conocer la interpretación literaria o
periodística de esta extravagante
aventura o, mejor aún, un híbrido de ambos géneros. Pero aunque se ha escrito
largo y tendido sobre ello –la novela más reciente se publicó el año pasado– no
he tenido demasiada suerte en mi búsqueda. Abandoné una relación de hechos,
escrita el mismo año que la novela de Arrabal y que no llegaba ni a crónica y,
por fin, me decidí por esta La virgen
roja (no confundir con el cómic de igual título referido a un personaje
histórico anterior), debido al indiscutible talento de su autor y a la admiración
que siento por él desde que leí La torre herida por el rayo. Que la autora del crimen se negara a
declararse demente, tal como pretendía su abogado, es un hecho constatado, no
así la afirmación –siempre según la novela– de que fue la propia hija quien
pidió ser ejecutada esa misma noche y hasta recomendó tomar un somnífero para no
complicar las cosas. Difícil de creer, sobre todo si pensaba abandonar España para aceptar la oferta de universidades extranjeras
que no habían visto otro caso parecido y, de paso, casarse, pero eso es lo que se
nos dice, para saber cuánto hay de verdad tendremos que recurrir a otras
fuentes. Sabemos que se omite todo lo relacionado con su trabajo como abogada,
su militancia política, los libros y artículos que escribió etc. Una vida, en
definitiva, muy precoz que no se corresponde con lo que parece insinuarse aquí:
que tras un par de escapatorias –más parecidas a travesuras infantiles que a
una carrera académica y política en desarrollo– en las que se dio a conocer a
sus mentores, surge la decisión de emanciparse. También hay mucha ficción de
relleno, como esa amistad con una no menos excéntrica pareja de hombres, que
nunca existieron, o al menos yo no he encontrado rastro, y a cuya vida y milagros se dedica al menos la mitad de las páginas. Es evidente que faltan datos, bien porque
no estaban disponibles, bien porque el trabajo de documentación peca de escasísimo.
Se omite, por ejemplo, que Hildegart, de muy pequeña, era visitada por el padre hasta que se le
prohibió volver por allí. Esta desinformación se subsana en parte con un
surrealismo florido –algo inconexo y con frecuentes alteraciones sintácticas y
semánticas- que dibuja muy bien el carácter de Aurora Rodríguez a la vez que el
de quien escribe. Porque el talento de Arrabal, al contrario que el de la
retratada, ha sido productivo, eso es innegable, pero a histriónico no le gana
nadie y cuando le conviene mostrarlo por escrito hay que reconocer que lo
borda. El estilo resultante es algo farragoso pero, probablemente, fue el mejor
recurso para retratar a la filicida sin dejar de ser él mismo. Autor y
personaje quedan así unidos por una excentricidad muy retórica, casi
ininteligible a veces y que recurre al absurdo con frecuencia. Quizá la trama sea
excesivamente simplista pero la auténtica Aurora está ahí, tal como puede
concebirse desde fuera, con sus pensamientos y sentimientos, no analizados
explícitamente sino concretados en un torrente de ideas y proyectos en estado puro según la interpretación del novelista.
Añadiré que si dicha interpretación les pareciese demasiado rocambolesca y frívola para unos hechos tan dramáticos, no se pierdan el epílogo de Sánchez Dragó, apoyándole y considerando genial lo que no es más que desprecio por el sufrimiento humano. Puedo aceptar que un escritor escoja la versión que mejor le parezca aún a costa de la verdad, pero de ahí a aplaudirle públicamente... Claro que se trata de Dragó.
Más obras de Arrabal: La torre herida por el rayo, El cementerio de automóviles/El Arquitecto y el Enperador de Asiria,
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