Idioma original: inglés
Traducción: Amelia Pérez de Villar
Año de publicación: 1979
Valoración: entre recomendable y muy recomendable
Traducción: Amelia Pérez de Villar
Año de publicación: 1979
Valoración: entre recomendable y muy recomendable
Título original: Kindred
Entre el público lector, hay cierta creencia que la ciencia ficción sirve para narrar escenarios, tiempos o mundos muy alejados de los nuestros. Y puede ser que así sea, aunque en muchos casos solo ocurre en apariencia porque el trasfondo de las historias contadas tiene como base nuestro mundo y sus amenazas, no únicamente externas, como se podría pensar, sino principalmente internas, originadas por nosotros mismos, por nuestra sociedad, ambiciones y miedos. Y, hay otros casos, en los que la fantasía es únicamente un recurso que permite ubicar la historia justo donde nos interesa y establecer desde allí un ejercicio de comparación entre épocas, entre costumbres y mentalidades.
Octavia E. Butler, fiel no únicamente a su calidad literaria, sino también a sus principios feministas, nos atrapa en la historia ya de entrada, con un arranque potente y directo, altamente inquietante, empezando con un prólogo donde se narra que la protagonista que ha perdido el brazo de manera enigmática. Sembrada la intriga y la tensión, Butler nos sitúa unos días atrás, al 9 de julio de 1976 donde Dana (de 26 años cumplidos ese mismo día) y su pareja Kevin se mudan de un apartamento de Los Angeles a una casa propia en Altadena cuando, de golpe, ella se desvanece y desaparece en presencia de Kevin apareciendo al instante cerca de un río donde un niño pelirrojo de nombre Rufus se está ahogando. Superada la sorpresa inicial y tras salvarlo, se presenta un hombre apuntándola con un rifle y, de golpe, ella reaparece de nuevo en su casa, mojada y llena de barro. Al cabo de pocas horas, vuelve a suceder algo parecido, sólo que el niño Rufus es ahora cuatro o cinco años mayor. Y Rufus la ve con la distancia física y temporal como está en su casa antes de que ella acuda a él en su rescate. Y está en 1815. Y Rufus tiene un parentesco con Dana del que justo en ese momento se percata.
De esta manera, el arranque de la novela es muy potente, y en él se funden la intriga, el peligro, la incertidumbre y el misterio. Y, como ya sucedía en «La parábola del sembrador», la autora parte de una fecha señalada para la protagonista, la fecha de su aniversario. Con ello parece como si la autora nos hiciera tomar consciencia de que todo tiene un punto de partida concreto y el inicio de un nuevo año vital lo es también de la historia narrada. El ritmo narrativo con el que arranca el libro es magistral, añadiendo rapidez a la historia a la vez que enriquece el enigma desde el que parte. Butler sabe manejar el tempo, aportando las pinceladas de información necesarias en cada momento, aumentando el misterio a medida que avanza la novela, atrayendo nuestro interés y arrastrándonos a una época marcada por la esclavitud, pues el ritmo endiablado e intenso de Butler nos traslada a la época de las plantaciones, de «las patrullas de jóvenes blancos que mantenían el orden entre los esclavos (…) Los antecesores del Ku Kux Klan».
A medida que avanza el relato, vemos no únicamente el porqué de los viajes y su propósito, sino también cuándo y cómo se producen. Y la narración vuela con ellos y nos transporta también a nosotros en un viaje que nos lleva de ida y de vuelta a la época de las plantaciones, de los abusos y los maltratos, de la esclavitud y posesión de las vidas de los negros expuestos a la merced de la voluntad de sus amos para venderlos o someterlos; de las patrullas, del racismo en su máxima expresión, de castigos corporales a base de latigazos. Y la autora teje una historia brillante donde los saltos en el tiempo (de los que no abusa en absoluto) sirven no únicamente para ver la distancia temporal que nos separa, sino también la distancia mental que nos aparta de tales atrocidades y aberraciones. Y junto con ello, la propia narración que traza la difícil elección en cómo ayudar a sus semejantes en el pasado sin cambiar o alterar el transcurso de la historia y la evolución de su familia. De esta manera, Butler utiliza el salto temporal para realizar un ejercicio comparativo entre la situación y derechos de los negros a finales de siglo XX y a principios del XIX: libertades no únicamente a nivel individual, sino también en cuanto a la manera de hablar, de dirigirse a la otra raza, de vestir, de formación académica o de cultura.
La autora incide en la mentalidad de la época esclavista y amplía el alcance de lo que expone, pues la amenaza y el peligro aumentan cuando Kevin la acompaña en el viaje, ya que el regreso sólo puede hacerlo junto a Dana. Y quedarse allí, en otro siglo, nos es una buena opción por el riesgo que corre pero también porque aunque ella pueda volver al cabo de unos años él, hombre blanco, probablemente ya no será el mismo, estará contagiado del espíritu supremacista y esclavista, puede que no como ejercitante pero sí tolerando parte de los abusos, adaptándose, impregnándose, permitiéndolos. Ahí Butler añade al relato la dificultad de las personas para extraerse de un entorno determinado en el que la violencia, la maldad y el odio son habituales; aunque sea en contra de nuestras creencias y valores, el riesgo de acabar aceptando parte de los abusos aumenta en la medida que pasamos tiempo inmersos en ellos porque como la propia Dana constata, había «otra cuestión que me inquietaba cuando pensaba en ella: me parecía que nos habíamos aclimatado muy pronto. No es que quisiera que nos buscáramos complicaciones, pero me daba la impresión de que tendría que habernos costado más adaptarnos a este tramo concreto de la historia: adaptarnos, en definitiva, a ocupar un lugar en la casa de un esclavista».
La historia trazada no únicamente sirve a Butler para contrastar épocas, sino también visiones: la de Dana, una mujer negra, y la de Kevin, un hombre blanco. Y sus experiencias pasadas y las de sus antepasados sitúan también diferentes puntos mentales desde los que atisbar no únicamente lo que ven sino también lo que se avecina, porque «estábamos viendo cómo se desarrollaba la historia ante nuestros ojos», constatando de igual manera cómo lo que ocurre afecta a uno y a otro, sobre la gravedad de la situación, no únicamente en ese momento temporal, sino también en el futuro que les espera a quienes ven edificada su personalidad en torno a una falta absoluta de valores e igualdad. Algo que expone Dana ante Kevin afirmando, sobre los esclavos, que «no tienen un alojamiento decente (…) no tienen derechos y los persigue la posibilidad de que los maltraten o los vendan, separándolos de sus familias por cualquier motivo». Y aparece la necesidad imperiosa, humana, de querer cambiar el curso de la historia, de querer luchar contra todo ello, algo que Dana ejemplifica perfectamente al afirmar ante Kevin que «tú puedes pasar por todo esto como un simple observador (…) pero de vez en cuando (…) no logro establecer las distancias. Me siento arrastrada a 1815 y no sé qué hacer. Debería estar haciendo algo y no lo estoy haciendo».
Butler utiliza la época esclavista para denunciar a su vez el machismo, la violencia física y mental contra las mujeres, la opresión y el castigo. En la relación de Dana con Rufus no hay solamente ejemplificada una relación de necesidades mutuas y de esclavo-esclavista, hay también mucho de abuso y maltrato de un hombre a una mujer. El relato que hace Butler lo personalizan las mujeres, Sarah, Alice, Carrie, ella misma, envolviéndolas de una sororidad comedida, pues deben también procurar por su propia supervivencia y es desde ellas quienes da sus mensajes de desaprobación y rechazo hacia una mentalidad absolutamente posesiva y castradora. Es en esa mirada denunciativa, y en la mentalidad luchadora y reivindicativa que les otorga, donde Butler teje un relato no únicamente abolicionista, sino también tremendamente feminista. Es en frases como «no se te ocurra volver a marcharte y dejarme aquí solo» o «no me obligues a hablarte así» donde todo el peso del maltrato psicológico aflora y donde la violencia machista y racista se encuentran y se funden. Mismas formas, mismos orígenes (posesión, pertenencia), mismos resultados (sometimiento, acatamiento, pérdida de libertades) porque, así como ocurre en los maltratos, «la esclavitud es un proceso de ensordecimientos largo y prolongado».
Por todo ello, Butler ha escrito una apasionante e intrigante novela que nos habla de amor y odio, de aceptación y lucha. De resignación y de protesta. De la libertad de vivir aunque su conquista pueda suponer la muerte. Y de la herencia, no únicamente como legado familiar, sino por la transmisión de unos usos y costumbres que nos han llevado donde estamos ahora. Todo presente es la herencia de un pasado y Butler conjuga ambos momentos para trazar una línea, con ciertos saltos temporales, para enlazar no únicamente las épocas sino también la evolución de una sociedad estableciendo a su vez un paralelismo evidente entre los abusos cometidos por los esclavistas como los realizados por los hombres contra las mujeres que, pese a sus diferencias, no deja de ser también un tipo de esclavitud que sigue vigente hoy en día.
También de Octavia E. Butler en ULAD: La parábola del sembrador, La parábola de los talentos, Hija de sangre y otros relatos
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