Título original: The Tyranny of Sex
Traducción: Martha Lucía Pulido
Traducción: Martha Lucía Pulido
Año de publicación: 1926
Valoración: Muy recomendableHerbert, un joven músico, se desposa con Anne, mujer egoísta y manipuladora que, por edad, podría ser su madre. Semejante premisa parece sensacionalista en un inicio, pero Ludwig Lewisohn la exprime en El caso del señor Crump con absoluta seriedad.
Ah, esta novela es una obra maestra, aunque en la actualidad haya caído en un indignante olvido. Cuando fue publicada originalmenente tampoco tuvo la recepción que merecía: se la consideró provocadora y sólo fue reivindicada por algunos intelectuales de la época.
Entre sus múltiples virtudes, destacaría las siguientes:
- Derrocha autenticidad. Esto se consigue gracias a su formato (que colinda la falsa biografía) y a su capacidad para introducir amistades, amores y conocidos que, como sucede fuera de la ficción, se esfuman de un día a otro.
- Tiene personajes sumamente complejos. De su elenco destacaría sobre todo a Herbert Crump (con quien es muy sencillo empatizar) y a Anne Vilas (que opera como una antagonista y es a todas luces malvada, pero jamás se la reduce a una caricatura unidimensional).
- Reflexiona sobre varios temas (la existencia, el arte, la moral, el matrimonio, el deseo...) desde un prisma filosófico muy estimulante. Dichas reflexiones van mutando, acercándose cada vez más a la que es, a mi juicio, la Verdad Universal, a medida que el protagonista del relato madura; pasamos así de una visión moderadamente optimista de la vida a un fatalismo absoluto que se va diluyendo con el tiempo en una suerte de resignación agridulce.
- Extrae conclusiones la mar de enjundiosas. Por ejemplo, que los errores (especialmente de juventud), la falta de carácter y las decisiones cotidianas pueden tener consecuencias terribles a largo plazo, que la crueldad humana no tiene límites o que los juicios éticos de las masas son tan hipócritas como sesgados.
Quizá la única pega importante que le pongo a esta novela es su final. No sólo es abrupto, sino que deja muchos cabos sueltos (de nuevo, como la vida misma; bien pensado, igual es un efecto narrativo deliberado). En cualquier caso, el final de marras es catártico, coherente con aquello que lo precede y se antoja verosímil, así que tampoco desmerece al conjunto.
Llegados a este punto, poco más puedo añadir sobre El caso del señor Crump. Sólo insistiré en que es una obra maestra y señalaré que todo el mundo debería leerla, porque es tristemente hermosa, cala hondo y nos ayuda a comprender la grisalla del mundo que nos rodea. La recomiendo encarecidamente a todo aquel que le exija honestidad (por mucho que ésta pueda doler) y calidad a la literatura.
También de Ludwig Lewisohn en ULAD: La llama vehemente. Historia de Stephen Scott
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