Año de publicación: 2020
Valoración: está bien como autobiografía. No está bien como panfleto político.
Antecedentes
Una de las primeras veces que oí hablar de Feria fue a través de una reseña infame que Juan Soto Ivars escribió en El Confidencial (y que me niego a enlazar), en la que usaba el libro de Ana Iris Simón como ariete para ajustar cuentas con otra escritora (a la que cobardemente no mencionaba, pero describía de forma que todo el mundo la identificase). "Ana Iris Simón ha escrito una novela rojísima que le encanta a la derecha", venía a decir esa reseña, algo que como después se verá es una soberana estupidez. Pero pensé que la escritora no tenía la culpa de que le salieran defensores tan lamentables, así que me compré la novela para formarme mi propia opinión.
Después, mientras Feria ocupaba su lugar en mi tsundoku, pasaron otras cosas, que creo que muchos (al menos los que vivan en España y tengan Twitter) recordarán: la propia Ana Iris Simón escribió también en El Confidencial una crítica de El Madrileño, el disco de C. Tangana, que también me pareció bastante desafortunada; después vino aquella participación de la autora en un acto del Gobierno, en la que defendió la vuelta al campo, a la natalidad y a la españolidad (las mismas ideas, como veremos, que en Feria, y citando incluso varias frases textuales del libro); y el último antecedente, de la semana pasada, cuando yo ya estaba leyendo la obra, es que Santiago Abascal, el líder de VOX, subió al atril del Congreso llevando consigo una copia de Feria, aunque luego, por lo que sé, no lo mencionó ni hizo ningún comentario al respecto.
Con estos antecedentes, era muy difícil que consiguiese hacer una lectura "exenta" o "desapasionada" de la novela. Ni falta que hace, claro. Creo, eso sí, haber conseguido leer Feria con ojos propios, teniendo en cuenta naturalmente todos los antecedentes y las opiniones (a favor y en contra), y sobre todo la repercusión política del libro, de la que el texto es solo uno de los elementos. Porque, efectivamente, Feria es ya, además de una obra literaria, un objeto político e ideológico, y como tal hay que leerlo.
Feria como novela de familia
Si lo leyésemos Feria de forma algo ingenua, y obviando los momentos en los que la autora desliza de forma más o menos sutil su mensaje ideológico, podríamos catalogarla como unas memorias familiares, un subgénero que ha tenido un cierto apogeo en los últimos años: una obra en la que el autor o autora cuenta la historia de sus antepasados cercanos o lejanos, y a través de ellos explica la construcción de su propia identidad. Se me ocurriría mencionar, por ejemplo, el Libro de familia de Galder Reguera o Ama de José Ignacio Carnero, con sus muchas diferencias, o algo más atrás, Lo que a nadie le importa de Sergio del Molino. Creo, de hecho, que es así como lo está leyendo la mayor parte de los lectores, los que, en palabras de la autora, se le acercan en las presentaciones del libro a decirle que se han sentido muy identificadas y a contarle las historias de sus propias madres, tías, abuelas, familias extendidas.
Porque, efectivamente, Feria es un viaje a la infancia, adolescencia y primera juventud de Ana Iris Simón, en el que un papel central lo ocupan sus padres (o mejor dicho, su padre y la Ana Mari, porque a su madre casi nunca la llama "madre"), y junto con ellos los abuelos de ambas ramas, los tíos, primos, toda la familia extendida de la escritora, en el manchego Campo de Criptana. Es un retrato de una familia rural y trabajadora, con una rama nómada (los feriantes de los que la autora inicialmente se avergonzaba, y ahora se enorgullece) y otra más sedentaria, los Simones; una de esas familias con decenas de miembros que de vez en cuando se reúnen a comer alrededor de una mesa descuadernada pero generosa. Una familia con sus conflictos (en los que la autora casi no se centra) y sobre todo con una especie de solidaridad primaria o esencial.
Y para contar esta historia, Ana Iris Simón escoge un estilo rápido, que imita hasta cierto punto la oralidad con sus frases inacabables y retorcidas que amenazan con caer en el anacoluto, sus repeticiones, su ironía y su abundancia de nombres propios, que llegan a ser mareantes. Es un estilo que por momentos resulta ágil y otras veces, quizás por acumulación, me ha resultado cargante, pero que creo que intenta transmitir que "es así como habla la gente normal". De ahí también que abunden las referencias a la cultura popular (desde el "flamenquito" a Lina Morgan), y los referentes cotidianos como el supermercado Leclerc o la Thermomix, aunque mezclados, eso sí, con referencias de la "alta cultura" que van desde Machado a Ramiro Ledesma, y por supuesto al Quijote, inevitable en un texto situado en Campo de Criptana. Los capítulos, que no siguen un orden cronológico, presentan diferentes escenas de la vida de Ana Iris Simón o de su familia; algunas son muy divertidas, otras entrañables y emocionantes; otras parecen más prescindibles y algunas banales. El conjunto es algo irregular, aunque crea un universo de personajes a los que se acaba cogiendo cierto cariño.
Pero lo que Feria ofrece es también (y aquí ya nos deslizamos también hacia lo ideológico), un retrato cargado de nostalgia, de lamento por un mundo perdido, y que no tiene que ver solo con la idealización de la infancia (en la que casi todos podemos caer en algún momento) sino también con la nostalgia por un modo de vida que ya no existe: el de los feriantes que viajan de pueblo en pueblo con sus puestos y espectáculos, y en general el de la vida de rural, familiar, tradicional y también, sí, española y muy española. Por comparación, en los últimos meses he leído y reseñado otros dos libros protagonizados por niños (Panza de burro y El secreto de la hierba), y aunque en ambas se percibe y se transmite esa mirada alucinada y algo desenfocada del niño, que ve más de lo que entiende y entiende más de lo que sabe transmitir, en ninguna de las dos se ocultan los conflictos, las miserias, las rencillas o incluso los odios que pueden llegar a anidar en las familias y en los pueblos, y en ninguna de las dos se propone (casi todo lo contrario) una recuperación de esos modos de vida como solución a los problemas del presente.
Y esta es una parte, pero solo una parte, de la carga ideológica del libro.
Feria como manifiesto ideológico (emboscado)
Decía antes que para leer Feria como "solo" unas memorias familiares había que leerlo de forma ingenua, y también pasar por alto varios pasajes y páginas. Porque hay capítulos que son puro discurso político (lo que en sí mismo no tiene nada de malo, que conste), por ejemplo el que abre el libro, "Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad", que ha sido muy comentado; u otro de título claramente provocador, "Toda mujer ama a un fascista" (cita de un ambiguo verso de Sylvia Plath). Pero es que incluso en los capítulos más narrativos y memorialísticos, aquí y allí se van dejando caer mensajes ideológicos más o menos evidentes, en incisos o escenas breves a las que un lector menos atento podría no dar importancia. Y en esa faceta política, aunque a Ana Iris Simón no parece gustarle que se lo digan, Feria es un libro netamente conservador (por mucho que Soto Ivars quiera hacernos creer lo contrario).
Y la verdad es que me sorprende que la autora no lo acepte, porque creo que es algo bastante evidente: todos sus mensajes transmiten la misma idea, la de que el "progreso" es pernicioso y ha arruinado la vida de varias generaciones (porque identifica progreso con neoliberalismo, individualismo y globalización, culpables de todos los problemas contemporáneos), y la de que el mundo de antes (y para ello, ese "antes" tiene que ser ambiguo e indefinido) era más semcillo, más limpio, mejor, y se está perdiendo de forma irreparable. Da igual de qué ámbito se hable: familia, urbanismo, entretenimiento, trabajo, feminismo, relaciones sentimentales o sexuales... El progreso, que asume muchas formas (urbanizaciones, rotondas, luces de neón, el satisfyer, los "hombres blandengues", el perreo, etc.) es siempre malo en comparación con el modelo tradicional (que vendrían a ser las casas de pueblo, ferias, familias extensas y bien avenidas, hombres y mujeres como dios manda y el flamenco/flamenquito). En algunos casos esto se dice de forma bastante diáfana, mientras que en otros la posición de la autora se diluye entre las voces de varios personajes, y aún hay casos en que esta defensa nostálgica se hace en base a lo que los clásicos llamaba exempla, esto es, la presentación de narraciones o modelos moralizantes, lo que podría ayudar a Ana Iris Simón a jugar al juego de decir que no defiende lo que defiende, como creo que en ocasiones hace.
No me resisto a copiar un fragmento, en primer lugar porque es representativo del estilo del libro y de la idea general del "progreso" que lo impregna, pero también porque, en este caso concreto, Ana Iris Simón se está lamentando de que en las ferias y circos ya no se permita el maltrato animal (ni humano), algo de lo que, creo, cualquiera con un mínimo de empatía se alegraría:
En las ferias que yo conocí ya no había enanos recortadores ni zoos chicos y a mí ni siquiera me pusieron mi propio puesto, porque lo de hacer trabajar a los niños, como lo de la explotación animal o lo de los saltimbanquis con acondroplasia, empezaba ya a estar mal visto en los noventa. El progreso trajo consigo, además de rotondas y chalés adosados con las puertas de madera clarita y supermercados que ya no olían a animal muerto, una ola de crueldad, y la trajo no al mundo, sino a nuestros ojos, que de pronto empezaron a ver víctimas que antes no veían y dichosos los que sufren y Mateo 5,4.
Es verdad que Ana Iris Simón identifica los problemas esenciales de su generación (y de la mía, y de las posteriores), como los identifica cualquier persona con dos dedos de frente y ojos en la cara: precariedad, dependencia económica, precios prohibitivos de la vivienda, imposibilidad de planear un futuro (el que sea) en términos laborales o familiares... E incluso llega a identificar (sin nombrarlo muy explícitamente) al culpable: el sistema neoliberal amparado o apoyado por estados débiles o cómplices. Lo malo es que, ante estos problemas, la solución que parece ofrecer Ana Iris Simón es una vuelta al pasado, a un momento (por supuesto, mítico) en el que las cosas eran normales y funcionaban. Una vida sencilla, de pequeñas cosas e ideas firmes (nada líquido, nada fluido), que ve pasar las generaciones sin alterarse ni conmoverse.
Esta idea general tiene diversas aplicaciones, una de las cuales (y una de las más comentadas) se refiere al reparto de los roles de género. En Feria y en sus intervenciones posteriores, Ana Iris Simón defiende, al menos para sí misma, un retorno a los modelos de género tradicionales: dice que le gustaría ser "un poco mujer florero", o mejor dicho, "ama de casa", que querría ser madre y dedicarse al cuidado de los hijos; que los "hombres blandengues" son una plaga (y aunque su padre era muy niñero y cuidó de su hermano, ya se encarga ella de aclarar que a pesar de ello no era un blandengue sino un hombre de verdad), y que se debería fomentar la natalidad en vez de importarla (lo que es cuestionable también por otros motivos). Y aquí creo que hay que deshacer un equívoco, tal vez interesado: naturalmente que Ana Iris Simón tiene todo el derecho a querer ser madre y poder cuidar a sus hijos (de hecho esta es una demanda también de al menos una parte del feminismo actual), y claro que debería tener las condiciones sociales y materiales para poder desarrollar el modelo de vida que ella escoja. Lo problemático es proyectar, como se hace en Feria o en los discursos públicos posteriores, ese modelo como el ideal, el privilegiado o incluso el único válido, y el que debe ser protegido, alentado y estimulado por los poderes públicos, lo que se traduce, por ejemplo, en ayudas públicas a cierta natalidad, pero también en el retorno de la presión para que sea la mujer la que abandone (quiera o no) su carrera profesional para dedicarse a las tareas domésticas.
(Recordemos, por otra parte, algo evidente: que para muchas personas, en
particular las que no se adaptan a modelos tradicionales, y significativamente para muchas mujeres, el pueblo y
la familia pueden ser cárceles e infiernos, y no esa Arcadia feliz de la
que Ana Iris Simón siente nostalgia.
Recordemos también que en cierto momento el padre de la autora le dice
que con diez años tuvo que ponerse a vendimiar, y
que la autora lo minimiza con un "bueno, pero tú por lo menos
pudiste tener hijos", porque no encaja con su discurso ni su idea motora. Recordemos, por último, que este idea de volver a la vida rural resistiendo el llamado de las grandes urbes y la globalización no coincide tampoco con la propia experiencia vital de la autora, pues
ella sí salió del campo, estudió en la universidad, vivió en Madrid, y
solo después de tener esas experiencias decidió que quería volver a
Aranjuez, que tampoco es que sea Panzabajo del Archiduque).
Otra víctima del progreso (sic), además de los hombres-hombres y las mujeres-mujeres, es también España, o mejor dicho, la españolidad de España. Es muy significativo que una de las secciones del libro se titule "La pérdida de la excepcionalidad". Porque el progreso, en este caso sinónimo de europeización y globalización, ha traído consigo "el fin de España, del fin de la excepcionalidad", lo que viene a significar la aparición tanto de McDonalds como de autopistas y rotondas, que parecen ser igualmente despreciables. Y esa reflexión sobre España (sobre la necesidad de captar y recuperar su esencia, o también, metonímicamente, de "preservar la riqueza del castellano"), entronca con toda una línea de pensamiento nacionalista, uno de cuyos ejemplos, que ha dado lugar a muchos comentarios, es Ramiro Ledesma Ramos, que quería "quijotizar España" (como también lo quería Unamuno, pero la autora decidió no citarlo a él sino a un fascista redomado). Puede discutirse si la propia idea de España (o de nación, en general) es conservadora, y la figura del padre comunista de la narradora sirve para plantear esta pregunta; yo defiendo que si se basa en la identificación de esencias atemporales o en la defensa de la excepcionalidad frente al otro (o también en la promoción de la natalidad local en detrimento de la inmigración), sí lo es, como lo es la idea (que una vez más flota en el texto sin llegar a concretarse) de que la patria es una extensión de la familia, como elemento orgánico y vertebrador de la sociedad.
(El tema de la religión vamos a dejarlo, porque no todo cabe en una reseña; digamos simplemente que es otro de esos temas en los que Ana Iris Simón juega a la ambigüedad).
Feria más allá de Feria
Desde la publicación de Feria, el libro se ha convertido en centro de la polémica, en parte por el contenido del propio libro, pero más aún por la campaña promocional de un nutrido grupo de columnistas "de extremo centro", como el ya citado Juan Soto Ivars, pero también Daniel Bernabé, Víctor Lenore, Cristian Campos o Alberto Olmos (casi todos "señoros", por cierto), que la encumbraron como "aquella que dice las verdades incómodas", como Phoebe Buffay en un capítulo de Friends. Por contraposición, y como respuesta, una parte de la izquierda la identificó con el rojipardismo (una especie de obrerismo antiliberal) o incluso con un falangismo redivido.
Creo, insisto, que tanto Feria como su autora son propagandistas de una visión conservadora del mundo, que identifica progreso con neoliberalismo y con individualismo, y por lo tanto con decadencia y pérdida de lazos sociales, y exige una vuelva a valores y formas de vida tradicionales, "naturales" (como si fueran orgánicas formas de vida que no pasan de ser construcciones sociales). Partiendo de los evidentes problemas actuales de la juventud, en vez de separar el grano de la paja e identificar los aspectos positivos de la ruptura con modelos sociales arcaicos (como la liberación de la mujer, la ruptura de estructuras sociales cerradas y patriarcales, la superación de la miseria material y cultural en la que vivía una buena parte de la sociedad española hasta hace dos días), Ana Iris Simón propone "tirar el bebé con el agua del baño" y volver precisamente a esos modelos, sin pensar (o sin importarle) en todos aquellos, y sobre todo aquellas, a los que esos mismos modelos oprimían y reprimían, y que en la mayoría de los casos no tuvieron, como ella, la oportunidad de experimentar lo que significa vivir una vida cool de chica universitaria joven en piso compartido en Malasaña.
No sé si es prematuro acusar a Ana Iris Simón de rojipardismo, aunque la inconfundible mezcla de crítica social y discurso antiliberal (incluidas muy veladas críticas a la democracia) está presente en Feria. Lo que está claro es que algunos de sus mensajes han sido fácil y felizmente adoptados por la derecha conservadora (como el caso del cheque bebé de Ayuso, dirigido a madres jóvenes residentes en Madrid desde al menos 10 años, o sea, a anairisimones) y por la extrema derecha, como demuestra el guiño de Santiago Abascal en el Congreso. Y que Ana Iris Simón ha estado muchísimo más preocupada por defenderse de las críticas de la izquierda, que en desmarcarse mínimamente de esos guiños de la (extrema) derecha. Y eso no puede ser casualidad.
Por reseñas como esta -profunda, certera y trabajada- es por lo que visito esta página web casi a diario. Gracias.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu comentario! 😊
EliminarInteresante y profunda crítica.
ResponderEliminarPero creo que cae un poco en un mal de nuestro tiempo, lo que yo llamo el gris polarizado: Creer que, en cada faceta y tema que trata (que son muchos y variados) hay dos opciones. Que el gris se basa en que hay muchos temas a tratar, pero que dentro de ellos hay solo dos colores. A veces se entiende que los grises son tratar varios temas como blanco o negro. Si tienes muchos píxeles blancos y negros, el dibujo general es gris. Y eso tampoco es así, ni siquiera ese pixel minúsculo e insignificante es siempre blanco o negro, 0 o 1.
Para mi (y sospecho que Ana Iris tiene la misma idea por las veces que la he escuchado), la base de su obra se basa en que nuestra generación y posteriores han creido que nuestras elecciones estaban libres de imposiciones sociales. En que nosotros hemos sido más libres que nuestros padres al tomar las decisiones. Y eso es mentira, no ha habido progreso alguno en ello. Símplemente nuestras imposiciones sociales han cambiado. Has afirmado, en tu comprensión del libro que ella "exige" esa vuelta, pero yo creo que esa es una visión un poco extremista de tu parte. Mencionar que existe una posibilidad no es ni "exigir" ni "obligar". Creo que solo pretende dar a entender que esas opciones existen, que son muchas y no vienen en pack todas ellas, y que no eres un demonio conservador si escoges de manera personal esa via para tu vida. Ya que es algo que te afecta principalmente a tí y a tú felicidad. Y que (actualmente) son las imposiciones sociales son las que te están frenando de cogerlas.
Eso sí, el libro de Ana Iris se centra, como es natural hoy día, en aquellas elecciones que nos fueron "arrebatas". No porque sean mejores o más sabias, si no que símplemente las ideas sociales que ya nos fueron impuestas a nuestra generación ya las tenemos asumidas, no hace falta saber las cosas buenas que tienen, porque ya las conocemos y llevamos una vida de proselitismo de ellas. Ana Iris, muy particularmente ella ha sido consciente relativamente tarde. Algunos mucho más y no tendrán nunca opción de rectificar, lo que es terriblemente cruel (repito, como lo fueron con nuestros padres y abuelos). No es más que eso.
A nuestros padres les presionaron con tener hijos ir a misa, ser heteros, entender la familia como nucleo, trabajar todo lo que hiciese falta porque al final tendrían su recompensa, etc. A los milenials se les dijo que "disfrutasen de la vida", que no hacía falta tener hijos (es más, que te arrebataban la felicidad), que había que tener una carrera para conseguir trabajo bien pagado y estable (cosa que sabemos que es mentira pero que seguimos buscando, es curioso), que las relaciones son de quita y pon y que solo vale la pena "si te aportan algo" (entendiéndose de una manera egoísta y cuasiprofesional), que puedes ser feliz sólo trabajando, etc. A todos se nos han dificultado elecciones y a todos se nos han facilitado otras. Ser consciente de que podemos elegir ambas es importante y es bueno que se nos recuerde.
Qué bien ha explicado usted lo que yo creo haber entendido del libro: el cambio de imposiciones sociales
EliminarPersonalmente me vi 100% identificado con el análisis de Ana Iris Simón a pesar de que mis elecciones no son ni mucho menos las suyas. Por ejemplo, yo soy de los tontos que piensan que el trabajo puede colaborar en la felicidad (soy científico, cobro una mierda y tengo cero estabilidad). También desprecio a este país, odio a españa, a todos sus símbolos y ya es tarde para cambiar esto... Demasiado tarde. Y hay muchas cosas más con las que no cooincido. Pero el retrato es terrorificamente acertado (ante todo si provienes de la castilla que yo conozco (que no es poca)).
ResponderEliminarSoy Toledano y toda mi infancia fue despreciar a Toledo, a cualquier vestigio de tradición castellana y española y a prácticamente ignorar a todo lo no proveniente de la gran ciudad. "El fracasado es el que se queda en un sitio que no sea Madrid o Barcelona". "Si te vas del país es que realmente vales", porque en españa y en sus pueblos solo se quedan los depojos de la sociedad avanzada, los que no han podido marcharse. Y yo soy de Toledo, Toledo capital, no hace falta ser de un pueblo para que se te inclucase ese pensamiento. Un pensamiento que, creeme, no es cosa mia, era un pensamiento casi uniformemente compartido con mucha gente de mi entorno, de mi colegio e intituto. Ambos públicos y en zonas de clase baja, nada de privados con curas y mierdas. Con compañeros que te ofrecian cocaina a los 12 años y que terminaban en la carcel acusados de homicidios a los 16. Donde venían mayores de edad neonazis a pegarte con 14 años porque te juntabas con las chicas de tu misma edad que les pertenecían a ellos y aquí no pasaba nada. No soy ningún "hijo de" pijo de colegio e intituto privilegiado. Es importante resaltarlo para que mi experiencia y mi alrededor no pueda ser tildado de minoritario o privilegiado.
Y esos pensamientos de desprecio no nacen solos, eso se cuece, eso se enseña. Eso es imposición social. Tanto como lo que llamas conservador. Porque llamar, por ejemplo, conservador volver al entorno rural no tiene ni pies ni cabeza, ya que en la historia de la humanidad ha habido épocas donde los seres humanos salieron de las ciudades y fueron a entornos rurales y volvieron después a las ciudades para volver a alejarse de ellas y luego volver. Todo depende de la situación histórica, geográfica e incluso climática.
La familia no tiene que significar una unida, heteronormativa y católica. La familia puede ser una pareja de trans que adopten un niño. Cosa que no se vería "conservadora". Pero ojo, si yo tuviera un hijo con mi novia y me fuese a vivir al campo sería un conservador.
Y repito que yo no apoyo las elecciones de Ana Iris, no me quiero ir a vivir al campo ni, para que mentir, a un sitio demasiado pequeño, me gusta la ciudad. Pero conozco a montones de personas atrapadas en la gran ciudad en parte porque es el único sitio donde ven que pueden tener trabajo. Uno que desprecian y odian ir y que apenas les da para vivir. Y quieren tener hijos y vivir tranquilos. Pero, ¿hasta qué punto se quedan aquí como rehenes por imposición? ¿Hasta qué punto no sienten que salir de la gran ciudad es un fracaso? ¿Cómo les mirarán si vuelven ("no valían lo suficiente para quedarse allí")?¿Hasta que punto conocen bien las posibilidades de como vivirían, ya no en un pueblo perdido de Aragón sin internet, si no en una ciudad pequeña o pueblo grande?
ResponderEliminarPodría formular miles de estas preguntas que no encierran ninguna ideología, solo la reflexión filosófica de hasta qué punto somos libres de tomar decisiones muy particularmente en estos temas que Ana Iris aborda. Yo me las he hecho y, aunque ya me las estaba haciendo varias a mi mismo, creo que si ha abierto los ojos a mucha otra gente que ahora puede juzgar más en libertad y no solo respetar esas decisiones si no incluso (como ha sido mi caso) admirarlas, porque van en contra de la corriente de pensamiento.
En una cosa sí cooincido con Ana Iris, me gustaría tener algún hijo. Al menos. Y eso es una contrarreloj en la cualmi novia y yo no estamos demasiado bien colocados. Esperemos que me haya ido de esta mierda de país para entonces a vivir en un sitio donde se aprecie y se pague la ciencia para que pueda permitírmelo y sentirme seguro de que mi hijo va a ser educado en un país que merezca la pena. Porque una cosa es innegable, que la la ciencia es de las pocas cosas en las que se puede afirmar que existe el progreso, pero que sin embargo, en este pais, a nadie le importa un pimiento.
Muy cordiales saludos y enhorabuena por el blog.
Hay una larga tendencia a reer que la época en la que crecimos fue mejor que la actual. Y esto lo podemos pensar nosotros igual que lo pensaban mis abuelos y, con total seguridad, los padres de estos, mis bisabuelos. Este ejercicio supone confundir un tiempo en el que éramos jóvenes, capaces de imaginar un futuro mejor sin las trabas del pasado. Los que creían que el grunge era la mejor expresión de la frustración de una generación no conceden ese áura rebelde a la música actual. Y todo esto viene dentro de un movimiento de recueperación de los años vividos, de los ochenta, de los noventa, del Yo también fui a la EGB y de esas historias de siete niños en un coche sin cinturones de seguridad .
ResponderEliminarEse ejercicio de nostalgia es falso y debería limnitarse a recrear cómo era yo de joven y cómo he cambiado ahora que ya no lo soy, no para juzgar un tiempo y compararlo con el actual, aquella generación con ésta y así sucesivamente. Hacer esto es dar el salto mortal de la reflexión literaria a bordear el panfleto, como muy bien señalas.
Pero no creo que leer Feria obviando esos saltos sea un ejercicio de ingenuidad. Antes bien,toda lectura presupone el mundo ideológico del autor. Y creo que leer y disfrutar de una novela en las partes en las que sea disfrutable y aún a pesar de las que no compartamos es positivo. Podemos leer Las uvas de la ira sin ser izquierdistas irredentos o a Stefan Zweig sin ser conservadores naftalíticos. Podemos mantener nuestros juicios e ideas propias a pesar de lo que leamos y, en muchas ocasiones, gracias a que leemos lo opuesto a ellas.
Dicho esto, y valorando la obra al margen de sus idearios, queda por ver si la autora es capaz de dar el salto a una narración alejada de esta propuesta iniciial, tomada por las redes y los medios, y aupada por circunstancias ajenas a sus méritos. No le será fácil.