Idioma original: noruego
Título original: Avløsning
Traducción: Bente Teigen Gundersen y Mónica Sainz Serrano
Año de publicación: 1993
Valoración: entre recomendable y muy recomendable
Creo que bien es sabido, en la comunidad uladiana, que tengo cierta predilección por los autores nórdicos de estilo introspectivo e incluso algo destructivo o desolador. Así que, en cuanto supe de la reciente publicación de un autor desconocido hasta la fecha en nuestros lares, y encima tratándose de una obra prologada por Sæterbakken y de un autor admirado también por Knausgård, no había duda de que tenía que ponerme con ella de inmediato.
En este libro escrito en segunda persona y protagonizado por un conjunto de personajes desvinculados en el plano argumentativo, pero íntimamente relacionados en el emocional, el autor no se dirige al posible lector sino directamente a los protagonistas, de manera incisiva, penetrando en sus vidas y casi sometiéndolos a una añadida presión vital; personajes de vida insignificante, anodina, de existencia casi tormentosa y degradada, sin esperar nada prácticamente de una vida que ya dan por perdida, porque son seres que pueden recordar con alivio el permanecer «contemplando aquel objeto insignificante que se mecía hacia la orilla, aquella sensación de que, si uno se limita a esperar lo suficiente, algo aparecerá flotando, algo insignificante y carente de sentido, muy bien, pero algo».
A modo de entrada, el autor nos sitúa en la piel uno de los protagonistas, de edad muy avanzada, en un escenario en el que lo imaginamos solo, sin compañía, en el ocaso de la vida. Recuerda la playa y el mar, aunque hace unos cuatro meses que no lo ve, pues no ha salido de casa en todo este tiempo. Desde su habitación rememora sus años de cuando era pequeño, cuando tenía que habituarse a una oscuridad que le aterraba «cada vez que colocas un pie desnudo en el suelo, fuera de la cama (…), porque en el espacio entre el suelo y el somier cabe algo, caben unos brazos enjutos y huesudos con dedos (o garras) largos y rígidos que pueden extenderse y aferrarse a tus tobillos». Así el autor retrata el miedo a una oscuridad, no únicamente real sino también mental, pues ahora, en el crepúsculo de su vida, echa la vida atrás y percibe esa misma oscuridad que ahora le aterra igual que cuando era pequeño.
Narrado de manera fragmentada, el libro es un conjunto de voces y reflexiones pertenecientes a distintos protagonistas que podrían ser incluso uno solo; son abuelos, niños, alcohólicos resacosos, trabajadores de altos hornos, vigilantes nocturnos, hombres que deciden quemar todos los objetos porque en el fondo todo desaparecerá; seres que transitan por la vida a modo de rutina y repetición en un ciclo vital lleno de oscuridad y desaliento, donde miedos y temores habitan en los propios personajes que permanecen aferrados únicamente a la propia inercia del día a día, como un ratón en la rueda, girando para no caer y tener la sensación, ilusoria, que avanzamos, aunque seamos conscientes, en el fondo, de que permanecemos donde empezamos, y justo en el mismo sitio en el que acabaremos.
Con un tono envuelto de desánimo, el autor consigue que cierta luz penetre en la escena vital, como el pequeño halo de luz que se filtra a través de la rendija que se entreabre entre tupidas cortinas, a través de un anillo de luz proveniente de la linterna de un vigilante nocturno o, también, apareciendo levemente por la puerta entreabierta de la habitación del niño asustadizo... son esos pequeños destellos, como cuñas lumínicas, que abren un pequeño atisbo de esperanza en un mundo oscuro y hostil porque «entornas los ojos para aguzar la mirada, que sigue estrictamente el cono de luz de la linterna por donde zigzaguea de forma entrecortada, como un alargado bastón de ciego, de un lugar a otro», aunque sabiendo, a ciencia cierta, que es algo temporal, que será sometido nuevamente a la oscuridad en cualquier momento porque «ella parece mirar fijamente dentro de la propia oscuridad, o el contraste entre la luz y la oscuridad, como si se hubiese anticipado a la oscuridad absoluta que reemplazará a la luz en el momento en que la llama tremole y se enardezca por última vez».
No únicamente la oscuridad está presente en el libro, sino también la cotidianidad, en fragmentos que recuerdan parcialmente a Knausgård por su descripción exhaustiva de algunas escenas, nombrando todas las herramientas y artículos posibles que podrían comprarse en una gasolinera, narrando como una vela se derrite con el fuego o también describiendo el placer de tomarse una cerveza (con un enfoque que muestra un estilo analítico extremo hasta la obsesión, que recuerda en parte a Foster Wallace aunque sin su tono mordaz sino uno más lúgubre y oscuro).
En un libro de tono marcadamente compungido y desesperanzado, Ulven nos retrata un mundo sin excesivo futuro, repleto de pensamientos que transcurren por el sendero marcado por un relato fragmentado que en ocasiones se torna sórdido y decadente, porque en el fondo todo desaparecerá algún día, «todo lo que hay ahí algún día desaparecerá, es cuestión de tiempo (…) no importa en qué momento ocurra, si es hoy o dentro de mil años» porque «la vida terrenal podría haberse declarado nula, así el maldito solo estaría maldito en el más allá y el bienaventurado solo estaría bienaventurado en el más allá, desde la eternidad hasta la eternidad, sin la insignificante interrupción de esta existencia».
También las relaciones amorosas es otro de los temas en los que incide la novela, con una mujer que a menudo está ausente en esos monólogos internos expresados, ausente como protagonista pero terriblemente presente en la narración, como un deseo inalcanzable que ronda por la mente de los distintos personajes; relaciones envueltas de terrible desdicha, pues «estar casada contigo, había dicho, es como caminar con una mochila llena de piedras todo el tiempo, piedras que no sirven para nada; y resulta posible sentarse y descansar un rato, pero jamás quitarse la mochila». Y la nostalgia, presente y triste, al afirmar que «lo que queda de vosotros es justo lo suficiente como para mantener con vida la añoranza de quienes fuisteis una vez».
Aunque en su conjunto destaca por su tono terriblemente intenso y casi trágico, la visión caleidoscópica del autor ofrece una mezcla de estilos y voces en los que combina pasajes más descriptivos con situaciones más emocionales en los que ahonda en lo más profundo de nuestro ser para encontrar, entre el sufrimiento, escombros de pasadas miserias en relación a las parejas, al trabajo, a una sociedad en general que alimenta y trabaja para la «factoría de la felicidad» volcándose en trabajar mirando hacia un futuro donde «todo lo bueno se encuentra (…) porque, si uno no fuese a ser feliz en el futuro, y solo lo hubiese sido en el pasado, ¿cómo podrían mantenerse en marcha los engranajes? ¿para qué tendría uno que esforzarse?».
El autor plasma su pesar en una interesante alegoría, con una imagen onírica que sitúa caminando «por la calle principal de una pequeña ciudad, y las tiendas van cerrando a tu paso, una tras otra, mientras caminas, las puertas van cerrándose con cerrojo, las persianas y las rejas de los escaparates van descendiendo y, a medida que caminas, te viene a la mente lo que deberías tener, algo totalmente necesario cada vez, y todavía queda mucho para llegar a la última tienda, sin embargo, cuando te encuentras en una calle desértica, azotada por el viento, al otro extremo de la ciudad, ya presientes que todavía te falta todo, no, no todo, pero sí lo más importante, te falta lo más importante». Esa es la sensación que trasmite el autor, de terrible tristeza, pues echando la vista atrás uno puede tener la sensación «de que te has perdido algo, sin poder decir qué fue, y de que ahora es demasiado tarde, y de que de alguna forma toda tu vida habrá sido una pérdida de tiempo, un intento fallido de jugar a la gallinita ciega. Pero lo peor quizá sea, piensas, la terrible sensación de que no podría, de ninguna forma sustancial, haber sido de otra manera, de que no te habría ayudado tomar otras decisiones, relacionarte con otras personas, vivir en otros lugares (…)». Por ello, y a pesar de algun fragmento donde predomina el estilo más detallístico, lo que más abunda en el relato no es la presencia de las cosas, sino la terrible ausencia, de una persona, de un futuro, de un pasado e incluso de un presente perdido de manera constante sin que nadie, ni aun dando tumbos en la desoladora vida, consiga encontrar, ni por una casualidad o fortuna, el propósito del mismo.
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