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sábado, 17 de abril de 2021

Adrián Grant: Nada ilegal, nada inmoral


Idioma original:
español
Año de publicación: 2020
Valoración: bastante recomendable

Ya sabemos, más los que andamos dedicados profesionalmente a lo relacionado con finanzas y  contabilidad, de las habilidades de ciertos perfiles de asesores en lo concerniente a los jugueteos fiscales cuando se habla de entornos multinacionales. Objeto constante de persecución por las autoridades que, impotentes para contener al ejército de contra-programadores bajo la premisa hecha la ley hecha la trampa, intentan generar normas restrictivas o persecutorias para evitar que, aquellas corporaciones que puedan permitírselo, y previo pago de sustanciales minutas, acaben situando todos sus beneficios en el país donde abonen menos impuestos.

Grant sitúa su novela en Luxemburgo, uno de esos pequeños países centroeuropeos con ciudades de calles limpias, gente pulcra y niveles de PIB que convierten a sus habitantes, o al promedio de estos, en privilegiados. Luego que la vida en esos sitios resulte anodina y aburrida y que los hábitos de los lugares de origen (desde comidas a horarios a gustos en ocio) sean de difícil adaptación queda compensado por los magníficos sueldos, el enriquecimiento del CV, el aprendizaje y promoción profesional, algún idioma aprendido o perfeccionado, pack suficiente para mitigar la añoranza de la tierra natal.

Grant, formado en la materia, construye una trama sobre el estallido de un escándalo que salpica a una de esas asesorías de lujosos despachos y contratos atiborrados de claúsulas de confidencialidad, cuando se publican, a consecuencia de filtraciones, datos sobre empresas a las que han ayudado en sus artimañas. Nada delictivo (de ahí el título), pero suficiente para que la prensa (o las RRSS) hinquen los colmillos en esas empresas e inicien operaciones de acoso de aquellas que definiríamos como mucho ruido y pocas nueces: las minutas incluyen impecables aprovechamientos de vericuetos legales y todo el mundo se sale de rositas. Y el único nombre que se mancha es el de la empresa asesora, que no ha sido capaz de evitar que estalle el escándalo y que merezca algún titular y alguna reprobación por parte de algún ingenuo político de izquierdas. El incidente marca el día a día de tres perfiles; los tres socios de la empresa, cada uno preocupado por cómo será afectada su trayectoria profesional, sus emolumentos, sus bonus, sus desahogadas vidas, los empleados, la gran mayoría expatriados, que acusan el golpe y lo convierten en epicentro de cotilleos y especulaciones, entreverados con sus vidas que son una montaña rusa de horarios abusivos y aprovechamiento del escaso tiempo libre, y en tercer lugar, el IT manager al que le es encargada la sencilla tarea de trazar la filtración e identificar a su responsable. La fragmentación del relato, al margen de la relativa importancia de poner nombre al culpable, es a la vez atractivo y debilidad de la novela. Por una parte las andanzas de los empleados son profusas en diálogos y actitudes del expatriado: aburrimiento, especulación, preocupación por el impacto, lo cual parece manifestar cierto estereotipo cercano al mito de los Erasmus. Los monólogos, en la forma de colosales párrafos sin respiro, en que cada uno de los directivos reflexiona sobre los hechos y cómo llegaron ahí son, literariamente de una brillantez realmente notable en una primera novela. Ese enfrentamiento, prácticamente detectable en la pura maquetación del texto, me ha parecido un recurso de primer orden, una apuesta que aleja el texto de la novela asociada a determinados mundos profesionales (Grant está más alineado con Foster Wallace, que firma una de las citas que abre el libro, que con el tipo aquel americano que escribía novelas sobre casos judiciales, no me acuerdo del nombre ahora, narices) y lo aproxima a lo literario, valga la expresión pedantorra. Así que no hace falta ser empleado de un departamento Tax & Legal o tener un máster en fiscalidad para disfrutar con esta novela.

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