Idioma original: inglés
Título original: Auggie Wren's Christmas story
Traducción: Albert Nolla (ed. en catalán) y Ana Nuño López (ed. en castellano)
Año de publicación: 1990
Valoración: muy recomendable
Por motivos evidentes, el día de Navidad es un día especial en los corazones de muchos. Es un día de recogimiento, un día emotivo, familiar, …. Y, por todo ello, también es un día propicio para escribir historias que sucedan en esta señalada fecha. Lo hizo, entre otros, Charles Dickens con «Un cuento de Navidad», John Updike con sus cuentos agrupados en «Los doce terrores de la Navidad» y, más recientemente, también Ali Smith situó su última novela «Invierno» en la víspera de Navidad. Y, como no podía ser de otro modo, un autor de la calidad de Paul Auster también quiso añadirse a la lista con este cuento de Navidad publicado por primera vez en el New York Times en el día de Navidad de 1990; un cuento diferente, especial, pero un cuento de Navidad, al fin y al cabo. Porque, de hecho, la Navidad es diferente para cada uno, y también para Auggie Wren, el protagonista principal de este relato.
El cuento empieza, ya desde la primera página, a presentarnos a los personajes que participan en él y, a pesar de tratarse de un libro brevísimo de menos de cincuenta páginas y de formato pequeño, la habilidad de Paul Auster en transmitirnos sensaciones e introducir a los personajes hace que con cuatro pinceladas ya estemos situados: nos encontramos en los días previos a la Navidad en Brooklyn, el barrio admirado por el autor, un barrio que ya forma parte del paisaje literario de los seguidores de Auster hasta el punto de que a menudo se convierte en un personaje más de sus novelas. Y, en una esquina del barrio, nos encontramos con el estanco de Auggie Wren, «ese extraño hombrecillo que llevaba una sudadera azul con capucha y me vendía puros y revistas». Así es como el protagonista narrador (también de nombre Paul y también escritor) describe al propietario del estanco, ese «personaje pícaro y ocurrente que siempre decía algo gracioso sobre el tiempo».
La relación entre Auggie y Paul, iniciada hace años de manera algo distante cambia de golpe cuando Auggie se da cuenta de que Paul es escritor y le coge confianza, llegando a un punto de intimidad que propicia que el estanquero le muestre su proyecto personal, una colección de fotografías hechas por él de un modo algo particular: durante doce años, cada día, a la misma hora, hace una foto (en un proyecto que podría llamarse «una foto al día», por poner un ejemplo que nos suene), y la hace desde la misma ubicación y retratando la misma vista. Auggie recopila, con este proyecto, miles de fotografías muy parecidas en apariencia, pero diferentes en detalle; el mismo escenario con diferentes rostros, diferente luz, diferentes condiciones meteorológicas. Así, con esta aparente sencillez, Auggie «fotografiaba el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía colocándose en un rinconcito del mundo deseando que fuera suyo». De esta manera podría captar el paso del tiempo, percibir, en el día a día, la vida de la gente anónima, observar su evolución, ver cómo transcurre el curso del tiempo en sus rostros y en sus cuerpos, advertir cómo el día a día incide y deja una marca a su paso en cada uno de ellos y ser testigo de ello, hacer este cambio un poco suyo y formar parte de él.
Paul queda fascinado por el proyecto, convirtiéndose en motivo de conversación habitual entre él Auggie, hasta que un día el periódico donde Paul trabaja le hace un encargo: escribir un cuento de Navidad para publicarlo en esa señalada fecha. Paul acepta con desgana y cierto bloqueo creativo, porque, siendo honestos, «¿qué sabía yo, de escribir cuentos por encargo?», «¿qué sabía yo, de la Navidad?». Sus dudas se desvanecen a los pocos días cuando, compartiendo sus preocupaciones con Auggie, este le indica que «si me invitas a comer, amigo mío, te explicaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca».
Creo haber llegado a este punto de la reseña sin haber explicado demasiado, pues la brevísima extensión del cuento exige prudencia en revelar más detalles de esta destacable historia que, a pesar de su corta extensión contiene todos los elementos que hacen de Paul Auster un grandísimo escritor:
- Un escenario reconocible: Auster sitúa la acción en el archiconocido barrio de Brooklyn, el escenario clave de gran parte de sus obras y el lugar donde reside desde hace años (como él mismo detalla en su libro autobiográfico «Diario de Invierno»). Para los que hemos leído gran parte de la obra del autor, uno reconoce perfectamente en sus libros las calles y el ambiente en el que transcurren sus historias. Y, en este caso, no sólo ubica la historia en él, sino que Auggie lo retrata, como queriendo captar su alma y trasladarla a las palabras.
- El misterio: como todo cuento destacable, la narración empieza despertando un interés incuestionable. Ya en la primera frase el autor lo hace evidente al decir «Le oí contar este cuento a Auggie Wren». Así entra en juego el cuento dentro del cuento, la intriga en saber en qué consiste, qué fue lo que le contó un tal Auggie Wren del que todavía no conocemos quién es ni qué relación tiene con el narrador.
- La atmósfera: Auster crea un mundo inmenso a partir de poquísimos detalles. Con pequeños aportes de información, uno tiene la sensación de que lleva muchas páginas leyendo sobre la historia y lo que ocurre. La familiaridad con ella es inexorable, es íntima, es envolvente.
- Los personajes: retratados a la perfección, uno podría describir a Paul y Auggie sin equivocarse demasiado ni apartase mucho de la idea que el autor tenía al escribir el relato. Con la precisión cirujana de un escritor con mucho talento, el autor transmite la personalidad de ambos personajes sin excesivos adornos.
- El azar: como en todo relato de Auster, el azar, la coincidencia o la aleatoriedad son elementos que inciden en la historia y le dan ese punto de posibilidad que hacen que sea algo que pueda suceder, que pueda ocurrir a cualquiera de sus personajes o a incluso los lectores.
- El desarrollo: la historia avanza de manera rápida, sin respiro, se lee (y debe leerse) de una tacada, con aliento contenido y voracidad creciente, con el deseo inexorable de conocer lo que Auggie tiene que contar.
- El desenlace: llegados al final, uno se percata que se ha dejado arrastrar por la historia como le ha ocurrido al propio Paul, en un cuento de Navidad diferente a los que estamos acostumbrados pero que contiene algunos de los elementos reconocibles en ellos: un punto de caridad humana, el recogimiento y la necesidad de afecto.
Por todo ello, y al igual que hace Auggie con las fotografías ubicándose en una esquina y dejando que las vidas de quienes transitan por delante pasen a formar parte de la suya, las novelas de Paul Auster dejan también su huella, página a página, en cada uno de los lectores que admiramos su obra, construyendo en nuestro interior un mundo cálido y humano. Dice el autor que «mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdadera». Y es posible que esa sea la magia, no únicamente de los libros, sino también de la Navidad.
Otras obras de Paul Auster en ULAD: aquí
Una reseña magnífica, muchas gracias, no añadiría ni quitaría nada. Me parece un gran cuento, que concentra en sus pocas páginas lo mejor que tiene la obra de Auster. Por otro lado, resulta imposible dejar de pensar en William Hurt y Harvey Keitel como Paul y Auggie.
ResponderEliminarFeliz Navidad, ULAD.
Muchísimas gracias, Traveller.
ResponderEliminarTambién me parece un gran cuento, y muy propio de Auster.
Gracias por el comentario.
¡Saludos y Feliz Navidad!
Marc
Al igual que Traveler: una reseña magnífica; tanto que me dan ganas de volver a leer a Auster. Será mi defecto de lector, pero nunca he conseguido entrar en el mundo de ese escritor.
ResponderEliminarFeliz Navidad a todo ULAD, y agradeceros el trabajo de lleváis haciendo.
Mi felicitación también para todos los seguidores de este rincón literario.
Muchas gracias, Anónimo.
ResponderEliminarEspero que si lees de nuevo a Auster consigas entrar en su mundo y, en caso contrario, no es un defecto lector, si o,e ente no podemos conectar con todos los autores.
Feliz Navidad para ti también y para todos los uladianos (reseñistas o lectores), de buen corazón.
Marc
Hermosamente escrita esta reseña, sin que le sobre ni le falte nada. Tal vez el espíritu navideño te haya concedido anticipadamente, Marc, el deseo de síntesis que expresaste para el 2021.
ResponderEliminarNo conocía este cuento breve de Paul Auster. Por uno de los comentarios anteriores supongo, tal vez erradamente, que es la base del guión de la película Smoke, que en Argentina se conoció como Humos del vecino. Deberé leerlo, sin duda!
Me sumo a los deseos de salud y felicidad en estas fiestas a toda la maravillosa comunidad ULADiana, que nos permite expresarnos libremente a partir de una pasión común, los libros.
El Puma
Hola Marc:
ResponderEliminarSí no me equivoco el recurso del relato dentro del relato (o novela) lo utiliza Auster en la Noche del Oráculo. Exitosamente en mi opinión. Es un gran escritor, sin dudas.
Saludos y Feliz Navidad
Muchas gracias, Anónimo, por tus palabras.
ResponderEliminarNo sé si el deseo de sintetizar las reseñas se ha cumplido, pero espero que así sea. Si lees el cuento, ¡ya nos dirás!
Gabriel, creo que no he leído el libro que comentas, ¡pero me lo apunto! Y sí, Auster es uno de los grandes!
Saludos y gracias a ambos per los comentarios.
Marc
Muy buena reseña. En todos los sentidos. Saludos
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Ignasi.
ResponderEliminarSaludos y gracias por tu comentario.
Marc
Cuando lo leí en su momento no me dijo nada. Lo compré por la preciosa edición ilustrada y con tapa dura sacó Seix Barral en la navidad del 2012. Después de ver la película me lo hice mirar y por supuesto que lo he releído ya con otros ojos aunque me sigo quedando con la peli,con Keitel y el pesado de Hurt.
ResponderEliminarCáspitas. Rectifico. Lo he vuelto a leer ahora mismo y me ha emocionado. Una joya, qué bien escrito está!!! Al final, el que la sigue la consigue. No podía ser que estuviera tan despistado ante tanta unanimidad! La peli y el cuento, ahora sí los dos de 10, tal para cual. Qué maravilloso es que Harvey Keitel te cuente la historia, sólo para tí, en veinte minutitos y en el salón de tu casa. No sé si rectificar es de sabios pero no saber hacerlo desde luego es de necios.
ResponderEliminarHola, Juan F.
ResponderEliminarMe alegro que lo hayas releído y esta vez sí te haya emocionado. A veces leemos libros y no acaban de emocionarnos o gustarnos porque, simplemente, no es su momento. En este caso, al ser un cuento breve, era fácil sacudir esa sombra de duda y releerlo. Me alegro que lo hayas hecho y que hayas encontrado en él lo mismo que yo.
Saludos, y gracias por el comentario y por darle otra oportunidad al libro.
Marc
Hola,
ResponderEliminarMe recuerda a la película “Smoke” de Wayne Wang y la escena en el que Harvey Keitel le cuenta una bonita historia a su amigo William Hurt. Música de fondo de Tom Waits. Gracias por la reseña. Un saludo.
Ángeles
Hola, Ángeles.
ResponderEliminarGracias a ti por el comentario, celebro que la reseña te haya traído esos gratos recuerdos de “Smoke”.
Un saludo
Marc
Hola, hola. El guión de Smoke es también una gozada, que también está publicado. Y el cartel de cine, en español, el de la vitola, otra delicia. Como diría el buen taurino, es imposible torear más despacio. Nota: Que disculpen los antitaurinos por el símil, que no quiero pelea!
ResponderEliminarHola, Rafael.
ResponderEliminarDesconocía que el guión de “Smoke” estuviera publicado, ¡muchas gracias por la información!
Saludos antitaurinos, y muchas gracias por comentar la reseña.
Saludos
Marc
ResponderEliminarHola de nuevo, Marc
Lo tengo en la edición de Compactos de Anagrama, en una amarillo albero muy chulo en la portada. Ahora ya está en otra editorial con cambio de título, con la portada bastante más sosa. El libro se llama “Guiones” por si lo quieres buscar, también está en bolsillo. No te tendré en cuenta que seas anti, me pillas de buenas. Saludos.
Gracias por el apunte, Rafael. Lo buscaré.
ResponderEliminarSaludos
Marc
Día de Navidad de 1990. San Francisco.
ResponderEliminarNo me trajeron el New York Times. Tuve que ir a la tienda de comestibles para comprarlo. Me llevé el último ejemplar que quedaba en el expositor.
El periódico venía muy delgado ese día. Lo leí bastante deprisa. Exceptuando un par de artículos sobre la inminente guerra del Golfo, no había muchas noticias. Luego algo llamó mi atención. Había un artículo de una página entera en la sección especial. Se titulaba “El cuento de Navidad de Auggie Wren”, de Paul Auster.
Cuando empecé a leer el cuento me vi rápidamente sumergido en un complejo mundo de realidad y ficción, verdades y mentiras, toma y daca. Pasaba de conmoverme hasta las lágrimas a reír incontrolablemente. Muchas de mis propias experiencias navideñas interesantes pasaron fugazmente por mi cabeza. Al final sentí que alguien muy próximo a mí me había hecho un maravilloso regalo de Navidad. En cuanto terminé el cuento, le pregunté a mi mujer: “¿Quién es Paul Auster?”
¡Bendito seas, Wayne Wang!
Hola, Desi.
ResponderEliminarPrecioso relato y sí, sin duda debió sorprenderte el cuento, diferente, original y, a su manera, emotivo. Cómo dices tu, un maravilloso regalo.
Muchas gracias por tu aportación y tu comentario. Un placer leerte.
Saludos
Marc
Si os da pereza, el propio Auggie (Harvey Keitel) os lo cuenta en 11 minutos al final de Smoke. Esa maravillosa película que no es sino una muñeca rusa de cuentos de navidad, a cada cual más entrañable y desinteresado. El remate de la película con la narración del cuento de navidad de Auggie Wren es sencillamente mágico. Y qué decir del bucle final del diálogo que cierra la escena del cuento con el inicio del propio cuento?
ResponderEliminarHola, Fede, buen apunte,
ResponderEliminarGracias por traernos los recuerdos de “Smoke” y su mágico encanto.
Y que no os de pereza leer este cuento, se lee en media hora (como mucho) y es una pequeña joya.
Saludos, y gracias por el comentario..
Marc