Idioma original: inglés
Título original: The Unfortunates
Año de publicación: 1969
Valoración: entre recomendable y muy recomendable
Traducción: Marcelo Cohen
A los que leemos bastante (menos de lo que nos gustaría, pero sí bastante), nos es más difícil encontrarnos con sorpresas literarias. Y no me refiero únicamente a la temática o incluso al estilo, sino al propio formato, al libro como objeto. En este aspecto, «Los desafortunados» es claramente transgresor, disruptivo, pues modifica de lleno la concepción que a menudo se tiene de una obra literaria. Y eso es algo siempre positivo, pues hace que nos cuestionemos, no únicamente los límites del arte, sino también nuestro propio marco mental.
Cabe decir que lo primero que sorprende del libro es el formato. Presentado en una caja, una vez la abrimos nos encontramos con veintisiete pliegos, que corresponden a los diferentes capítulos que componen el libro, sin encuadernar y sin numerar (a excepción del primero y del último). Así, nos damos cuenta ya de entrada que aquello que esperamos de un libro (número de páginas, orden cronológico o, al menos, orden de lectura, composición) se desvanece. Aquí estamos ante algo diferente; un ejercicio literario que va más allá de la propia historia, que nos interpela desde el cuestionamiento, desde nuestra preconcepción artística, nuestros apriorismos estructurales.
El autor nos ayuda en parte a solventar esta confusión inicial, pues nos indica cuál es el primer capítulo y cuál es el último, para ponernos en situación de la historia relatada. De esta manera, tal y como avanza el prólogo del libro, el relato empieza narrando la llegada del protagonista a una pequeña ciudad inglesa cuando, de pronto, se percata que ya había estado aquí antes, hace algún tiempo y en otras circunstancias, a visitar a la familia formada por su amigo Tony y June y su hijo. A partir de aquí, el libro nos cuenta la relación del protagonista con su amigo, su pareja, y una larga enfermedad que les afectó profundamente. Así, enfocando claramente el relato hacia su amigo Tony, nos habla de él y de su cáncer, utilizando un tono triste, de despedida, de recuerdos que como la vida de su amigo se van apagando, narrando su deterioro físico y vital; nos habla de su tesis, de su matrimonio y de su hijo, de los lugares donde vivieron, también de Wendy, ex pareja del protagonista, de su matrimonio y separación. Nos habla, en definitiva, de la amistad, del paso del tiempo, de las decisiones tomadas y, especialmente, de los propios recuerdos.
Y, de la misma manera que los recuerdos vienen y van, lo hacen sin orden, sin estructura, en una aleatoria disposición ante la cual solo somos los receptores finales; es en este aspecto donde el libro encaja con lo pretendido, donde se plasma literariamente una realidad de aleatoria composición y alterabilidad en nuestra mente. El autor es consciente de la volatilidad de la memoria al afirmar, hablando de la ciudad y su amigo, que «en esta ciudad los recuerdos no son tanto de ella, sólo de ella en relación con él. Así su muerte cambia el pasado: y, sin embargo, no debería» o también al cuestionar sus recuerdos al decir dudar de si «¿no estaré imponiendo todo esto porque sé lo que pasó después?».
Estilísticamente, el autor tiene un tono triste, casi trágico, nostálgico y decadente, como decadente parecen ser la ciudad que describe, sus calles y sus gentes, un tono que causa durante que durante la lectura todo se presuma gris y triste. El libro está plagado de reflexiones, hasta cierto punto obsesivas, de hartazgo, de agotamiento vital.
El relato que ha escrito Johnson, al contrario de lo que puede creerse en un inicio, no confunde ni desorienta al lector, pues los episodios narrados se hilvanan de forma natural en la mente del lector que va recomponiendo el paisaje que se ha ido transmitiendo en piezas parcialmente completas de fácil encaje global. Así, el texto, está desordenado en su impresión, en el orden de lectura, pero no en su conjunto, no en el resultado final. De manera igual a como el que mira un cuadro, las primeras impresiones se obtienen en los primeros detalles que uno observa, pero, a la postre, uno termina viendo el cuadro entero y su inicio y final es lo de menos, pues la sensación la causa el conjunto. Al romper el esquema temporal habitual, sin una línea trazada que defina donde empieza la historia y donde acaba, el relato se convierte en una visión circular con el foco en un mismo punto central: una ciudad, unos personajes y un momento. Con esta estructura la historia narrada se acerca más a la historia de una vida basada en los recuerdos que en los hechos que propician tal reconstrucción, pues se reconstruye a través de los recuerdos, no de fechas, y no siempre son estos inalterables ni precisos.
Este libro es un claro ejemplo de que, para reconstruir una vida solo necesitamos recuerdos puntuales de ella, en el orden que sea, de la manera que sea, pero es el conjunto de ellos quien, al final, nos permite recordar donde estamos, el porqué, y reconstruir nuestro pasado, a cada ocasión en que pretendemos recordarlo. Por ello, el libro que ha escrito B.S. Johnson es un arriesgado ejercicio reflexivo acerca de la memoria y de cómo ésta se construye dentro de nuestro cerebro. Así, su estructura fragmentada, desordenada y aleatoria, no está exenta de conexión, pues se enlaza y entremezcla a medida que uno penetra en la historia.
El ejercicio literario que plantea el autor es radicalmente atrevido, pues somete al lector de manera continua a una cuestión que permanece de manera latente muestras perdura la lectura: ¿leemos para llegar a un fin, a un resultado, o leemos simplemente por conocer? A los lectores que necesitan un argumento lineal o incluso un propósito evidente sobre el desarrollo de una historia hasta llegar a un fin, puede que no les convenza el libro, pues destaca más en su planteamiento y enfoque que en la propia historia narrada. Pero si el acercamiento al libro de produce desde la curiosidad, desde el deseo de conocer una historia, pero no desde el principio hacia su desenlace, sino a fragmentos, a recuerdos, a episodios memorísticos con la posible inexactitud inherente a ellos, entonces el libro merece su lectura. Porque cierto es que estamos acostumbrados a leer «hacia adelante» o incluso en clave retrospectiva, pero manteniendo una linealidad. Pero, y el libro abre de manera radical esta posibilidad, ¿por qué una historia no se puede conocer de manera circular? ¿Por qué una relación de amistad como la que narra el libro no puede narrarse y reconstruirse a base de recuerdos? Y, si así es, ¿por qué estos deberían seguir un orden cronológico o incluso lógico (con todas las lógicas que uno pueda concebir)? Recordamos las personas por episodios puntuales, por fracciones de tiempo compartidas con ellos, por situaciones coincidentes, o incluso por opiniones ajenas. Y, si es así, el libro cumple su cometido. Y nos somete a todos a un cuestionamiento evidente de si necesitamos tanto orden en nuestras lecturas cuando nuestros recuerdos son justamente lo contrario.
Afirma el autor, refiriéndose a su amigo, «yo tomaba de él sólo lo que necesitaba, qué suerte tener a alguien que te devolviera las ideas, de quien aprender». Algo aplicable a los amigos, pero también a libros como el que nos ocupa.
Como podrás suponer, compañero, eso de los pliegos en una caja me ha parecido un puntazo. Pero ¿eso se vende en las librerías? ¿se encuentra en una biblioteca?
ResponderEliminarPero vaya, con todo y tu excelente reseña, me tomo nota del artefacto. Saludos!
¡Gracias, Carlos!
ResponderEliminarSí, se vende en librerías (o se debería, pues está disponible según el catálogo de la editorial Rayo Verde).
Lo de los pliegos sí, es un puntazo, menos si abres la caja y se te caen al suelo como me ocurrió a mí. Por suerte, no se mezclaron páginas de diferentes pliegos, eso sí hubiera sido un problema al no estar numeradas las páginas.
Es un libro interesante y, de hecho, entiendo que cada lector lo habrá leído en diferente orden, pues los pliegos vienen cómo vienen por lo que es posible que cada lector tenga un ejemplar de libro único.
Si te animas, ya dirás qué te parece.
Saludos
Marc
Un clásico que es a la vez experimento literario, apuntado queda, me gustan las reseñas diferentes
ResponderEliminarDe acuerdo!
EliminarHola, eduideas, me alegro que te haya gustado la reseña y el libro te parezca interesante. Sin duda es muy innovador y solo por eso ya vale la pena su lectura.
ResponderEliminarSaludos, y gracias por comentarla reseña.
Marc
:-)
ResponderEliminar