Año de publicación: 2020
Valoración: recomendable
Los lectores más regulares y veteranos de ULAD quizás reconozcan el nombre de Magdalena López, porque ella misma fue, en el pasado
colaboradora ocasional del blog, con contribuciones relativas sobre todo a la literatura caribeña, en la que es una destacada y reconocida especialista. Sobre este espacio geográfico, político y cultural, que incluye también la Venezuela de la que es originaria, ha publicado
ensayos académicos y
antologías literarias.
Y este contexto geográfico es también el que vertebra su primera novela, publicada con el significativo título de
Penínsulas rotas. En efecto, la familia Garcés-Gil, que está en el centro de la narrativa, está estrechamente vinculada no solo con la historia venezolana del siglo XX y XXI (desde la dictadura de Pérez Jiménez hasta el ascenso del chavismo), sino también con la del resto de países caribeños (sobre todo Nicaragua, muerto ya Sandino y con Anastasio Somoza en el poder) e incluso con la historia de la Península Ibérica, ya que uno de los personajes estuvo implicado en la
Operación Dulcinea, que pretendía lograr la derrota de las dictaduras de Franco y Salazar secuestrando el barco Santa María y llevándolo hasta una de las colonias portuguesas en África.
En primer plano, sin embargo, lo que tenemos es una saga familiar, encabezada por el teniente Garcés Acosta y la rebelde abuela Eloísa, y que se amplía hasta los cuatro primos de la última generación, e incluyendo a La Maligna, una de sus tías, que despojada de nombre parece querer apropiarse de todo lo que no le pertenece. Es una familia plagada de abandonos y suspicacias, donde abundan los deseos de control y de poder, pero también de rebeldía y libertad, con voluntades fuertemente enfrentadas y una necesidad de cariño y reconocimiento muchas veces insatisfecha. La cita que sirve de epígrafe a la novela parece referirse a esta necesidad de recomponer una familia quebrada (como también, sin duda, un territorio resquebrajado por la violencia política):
Break a vase, and the love that reassembles the fragments is stronger than the love which took its symmetry for granted when it was whole. (Derek Walcott)
Penínsulas rotas es ambiciosa en su estructura y en su técnica narrativa. La primera sección, que es sin duda la más ágil, ambiciosa y lograda de la novela, alterna voces y tiempos, desde 1945 hasta 2020, con breves capítulos escritos desde las perspectivas de la abuela Eloísa, la nieta Delfina, el tío Salvador, el primo Rodrigo o incluso la perra Bonita. Esta visión poliédrica nos permite conocer la historia de la familia, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, y también las diversas personalidades, ideologías y creencias de los personajes que la forman.
Tras una sección más breve que sirve de entreacto, compuesta por las cartas enviadas por Salvador desde el Liceo Militar de La Grita, la tercera y última parte (centrada en la década 2001-2010, época de la instauración del chavismo en el poder) adoptan la voz de una de las nietas la abuela Eloísa, que se reúne con el resto de la familia con motivo del funeral del abuelo, el teniente Garcés, cerrando así en cierto modo el círculo narrativo. Esta sustitución de la narrativa coral por la primera persona puede representar ese deseo de "reconstruir el jarrón roto", alcanzando una cicatrización difícil de las heridas y de las identidades, si bien la propia narradora de esta tercera sección también está atravesada por sus propias heridas y resquebrajamientos. Es difícil decir, así, si la conclusión de la novela es un final o punto y seguido, un happy ending o un capítulo más en un proceso que nunca puede cerrarse completamente, porque no hay identidad (individual o colectviva) que no contenga fracturas o excluya restos.
No hay duda de que Penínsulas rotas, a pesar de su estilo desenfadado, con una oralidad muy venezolana, es una novela exigente, sobre todo para un lector español probablemente no tan familiarizado con la historia política de Venezuela y del Caribe; precisamente por eso se han introducido dos pequeños apoyos: un árbol genealógico de la familia Garcés-Gil (lo que le da a la novela un aire decimonónico o macondiano que el texto se ocupa de desmentir), y un prólogo en el que la autora ofrece un rápido resumen de los trazos fundamentales de la historia de la región, presentando algunos de sus personajes, movimientos y momentos esenciales. Con estos apoyos, y con los hilos y pistas que Magdalena López ofrece a lo largo del texto, el lector acaba por conseguir reconstruir, el jarrón roto de la saga familiar y de la historia venezolana y caribeña reciente.
Gracias por tu reseña Santi.. Parece interesante.. Kempes
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