Título original: 2023. A Trilogy
Año de publicación: 2017
Traducción: Javier Calvo
Valoración: decepcionante
No sabemos lo que esta gente nos tiene preparado para el 2023. Supongo que Bill Drummond y Jimmy Cauty, componentes de los míticos KLF, y supuestos autores (o inductores) de esta novela, estarán vivos y serán conscientes de que la gran broma, su gran broma, debe ser llevada a cabo, llevan décadas advirtiéndolo.
Aunque ya os aviso que 2023, como libro, me ha parecido suficiente anticipo de la broma para no ir a estar demasiado pendiente. No solo porque el 2020 ya esté siendo un año sonado, sino porque ya no me quedan muchas ganas.
Lo quieran o no, los KLF o cualquiera de sus guisas serán recordados por un gran disco, The White Room, y por un show mercadotécnico-psicodélico que incluyó la famosa quema del millón de libras y la constatación de que, no solo por eso, se trata de un par de pirados a los que no hay por qué reír todas las gracias.
Y 2023, novela en tres partes o tomo o ensayo firmado por los Justified Anciens of MU MU, huele desde sus primeras páginas a ejercicio de onanismo de aquel que piensa que su masa de fans lo absorbe todo y no critica nada.
Desde sus párrafos con mayor contenido esotérico hasta el (excesivo) relleno, del estilo "llenemos páginas como sea", el libro no hay por dónde cogerlo, aunque he de hacer la salvedad de que, como suelo hacer, lo he leído en todo momento sobrio y evitando mezclar medicamentos, incluso Mentos y Coca Cola Light. Pero es eso, una broma de unos tipos que, por royalties o por lo que sea, ya viven bien como para hacer lo que les sale de las narices sin atender a reacciones.
Y yo no puedo decir que esto me guste, más bien es un panfleto o como si alguien esperara (por ejemplo, la gente del sello ZTT) que las notas interiores propagandísticas y alucinadas de ciertos discos pueden tomar forma literaria. No. Y Cauty y Drummond, o quien quiera que haya sido el encargado de redactar esta novela, no dejan de hacer una especie de ejercicio constante de namedropping a costa de ir capturando la atención del lector hacia algo que, confirmo pues he tenido la paciencia de acabar el libro, no lleva más que a una especie de no-final, como si el tambor hubiera quedado suspendido en el redoble eternamente. Mezclar ese delirante mundo distópico y aderezarlo de nombres y referencias directas o veladas a toda civilización pop inmediatamente anterior y posterior no centra la novela, al contrario, contribuye a dispersarla y a convertirla en una especie de acto de exhibicionismo cultural alternativo (o no) que bebe de las fuentes pop y osa presentarse como una especie de ceremonia de inhumación o puesta en duda de esas mismas fuentes. Todo integrado en una argamasa de tramas conectadas en teoría pero confusas en la práctica.
Y yo no puedo decir que esto me guste, más bien es un panfleto o como si alguien esperara (por ejemplo, la gente del sello ZTT) que las notas interiores propagandísticas y alucinadas de ciertos discos pueden tomar forma literaria. No. Y Cauty y Drummond, o quien quiera que haya sido el encargado de redactar esta novela, no dejan de hacer una especie de ejercicio constante de namedropping a costa de ir capturando la atención del lector hacia algo que, confirmo pues he tenido la paciencia de acabar el libro, no lleva más que a una especie de no-final, como si el tambor hubiera quedado suspendido en el redoble eternamente. Mezclar ese delirante mundo distópico y aderezarlo de nombres y referencias directas o veladas a toda civilización pop inmediatamente anterior y posterior no centra la novela, al contrario, contribuye a dispersarla y a convertirla en una especie de acto de exhibicionismo cultural alternativo (o no) que bebe de las fuentes pop y osa presentarse como una especie de ceremonia de inhumación o puesta en duda de esas mismas fuentes. Todo integrado en una argamasa de tramas conectadas en teoría pero confusas en la práctica.
Tanto que un amago de sinopsis incluiría un mundo distópico donde cinco grandes empresas tecnológicas han absorbido los estados y por las calles de las ciudades pululan personajes reales con nombres duplicados, ritos paganos descabellados, libros que vuelan desde los balcones, famosos que se creen designados por el Universo para a saber qué extraño propósito, desmanes todos ellos acumulados sin orden ni concierto o sin más gracia de la que supuestamente pueda tener intentar hallar orden en tamaño caos. La compota generada es tan dispersa o ampulosa que acaba queriendo absorberlo y explicarlo todo, desde los virales del Twitter (¿de verdad había que mencionar lo del vestido bicolor?) hasta el hecho de que la humanidad es esclava de sus redes de comunicaciones. Ya se sabe lo que se dice sobre quien mucho abarca.
Y ya que estamos: esto lo publicó, en 2017, Malpaso. Un libro tan, ejem, freaky, obviamente enriquece de alguna manera (ni que sea por principios) el catálogo de cualquier editorial. Pero Malpaso publicó, y sigue publicando, libros buenos y malos, libros interesantes y libros prescindibles, claro, como cualquier editorial, y siempre respetando los gustos de cualquiera. Entonces ese negocio puede ir bien o puede ir mal, y los números pueden salir así o de esta otra manera, y entiendo que a quienes apuestan, mejor digamos, arriesgan por la cultura, las cosas pueden no salirles siempre a su gusto y según lo planificado. Por eso uno, antes de huidas hacia adelante, u operaciones inexplicables financieramente, debería pensar no en quien arriesga patrimonio sino en quien necesita cobrar su trabajo para esa manía persistente en la raza humana de comer cada día y sobrevivir.
Malpaso, tus libros pueden gustarnos o no, no sería justo arrastrar a vuestros autores que nos gustan por el barro de las consecuencias de vuestra gestión, pero, venga, id pagando ya, narices.
Malpaso, tus libros pueden gustarnos o no, no sería justo arrastrar a vuestros autores que nos gustan por el barro de las consecuencias de vuestra gestión, pero, venga, id pagando ya, narices.
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