Título original: A Field Guide to Getting Lost
Traducción: Clara Ministral
Año de publicación: 2005
Valoración: entre recomendable y muy recomendable
Vivimos en una vorágine constante de inmediatez, de prisas, de urgencia, a pesar de que la pandemia nos ha forzado a ralentizar este ritmo desenfrenado y acelerado. Y creo que, justamente en este momento, el libro que nos ocupa puede contribuir a esa pausa, a esa reflexión, a ese análisis introspectivo sobre hacia dónde dirigimos nuestras vidas, y cómo lo hacemos. Y pocas maneras se me ocurren de hacerlo de mejor forma que leyendo a Rebecca Solnit, cuya trayectoria siempre se ha movido en torno a la reflexión, al cuestionamiento de la sociedad, en una vida que partió del periodismo y a partir del cual abraza el activismo en múltiples causas.
A pesar de lo que puede sugerir el título, y viniendo de Solnit, este libro no se trata en absoluto de una guía espiritual ni un manual de autoayuda, sino justamente al contrario: en él se recogen una serie de ensayos en los que, partiendo de elementos autobiográficos, la autora explora el arte de perderse, pero no en el sentido físico únicamente, sino también en el sentido mental y todo lo que abarca: incertidumbre, memoria, pérdida, deseo y análisis de las decisiones tomadas. La importancia de no únicamente saber perderse uno mismo, sino también de permitírselo e indagar de esta manera las cuestiones existenciales sobre la condición humana. Solnit habla de perderse en el sentido de «una rendición placentera, como si quedaras envuelto en unos brazos, embelesado, absolutamente absorto en lo presente de tal forma que lo demás se desdibuja». Mencionando a Walter Benjamin, afirma taxativamente que «no es acabar perdido, sino perderse, lo cual implica que se trata de una decisión consciente, una rendición voluntaria». Solnit habla de perderse de una forma que «no tiene que ver con la desubicación sino con la inmersión en un plano en el que el resto del mundo desaparece».
Estructurado en nueve ensayos (cuatro de los cuales comparten título), Solnit empieza el libro narrando la importancia que tiene la pérdida en el arte en lo referente a la reflexión que comporta, pues «la labor de los artistas es abrir puertas y dejar entrar las profecías, lo desconocido, lo extraño; es de ahí de donde proceden sus obras», afirmando, en contraposición con los científicos, que «los científicos transforman lo desconocido en conocido, lo capturan como los pescadores capturan los peces con sus redes; los artistas, en cambio, te adentran en ese oscuro mar».
Solnit relaciona el perderse con el concepto de distancia, como concepto asociado a la lejanía, física o temporal, una distancia que asocia al deseo de alcanzar ese objeto o esa idea, y aprovecha para sugerir que las personas nos equivocamos, pues «tratamos el deseo como si fuera un problema que hay que resolver», que sería posible «valorar el deseo como una sensación en sí misma» y reflexiona sobre la tristeza, analizando y concluyendo «por qué las tragedias son más hermosas que las comedias y por qué algunas canciones e historias tristes nos producen un inmenso placer. Siempre hay algo que está lejos».
De igual manera, también relaciona el arte de perderse con el de encontrarse, el de descubrir, y afirma, mencionando a Eduardo Galeano, que «América fue conquistada pero no descubierta, que los hombres que llegaron con una religión que imponer y con sueños de encontrar oro nunca supieron realmente donde estaban y que ese descubrimiento todavía se está produciendo hoy en día». Así trata el descubrimiento de América y la vida de Cabeza de Vaca, uno de sus conquistadores, perdido en tierra de nadie y adaptado a la vida de los nativos. Dice Solnit que fue uno de los primeros europeos perdidos en las Américas y, como muchos de ellos, lo que hizo para dejar de estar perdido no fue regresar, sino transformarse. El arte de perderse lo atribuye a quien se siente lejos del hogar y en lugar de pensar en regresar o añorarlo decide regenerarse y adaptarse. En ocasiones este capítulo recuerda mucho a «A lo lejos», pues la vida de Cabeza de Vaca bien podría ser la de Håkan (aunque unos siglos antes) pues comparte con él el sentirse solo, extraño, con incapacidad para expresarse en el idioma de los nativos, y pasar a aprender nuevos idiomas, nuevas culturas, nuevas aptitudes como la sanación.
Cambiando totalmente de ámbito y de tiempo, Solnit nos habla también del punk, como espacio de libertad, como espacio donde perderse, como «un levantamiento colectivo contra una concepción de lo social» que destacaba por su poca sustancia y que gracias a ese levantamiento «puede convertirse en un lugar salvaje en el que el alma se desenfrena y va en busca de algo que trasciende sus propias fronteras, que trasciende su imaginación». Y nos habla de las ciudades y su evolución, una época, la década de los ochenta, en la que las grandes ciudades industriales se estaban transformando convirtiendo muelles en barrios residenciales y pequeñas industrias de los centros urbanos siendo sustituidas por artistas. Y el perderse de este capítulo va en el sentido vital, en la capacidad de arriesgar que tiene cualquier persona y que lucha por combatir una prudencia que lleva a no arriesgar por miedo a perderse y a no saber volver a la vida anterior. Que «el propio miedo a equivocarse puede acabar siendo una gran equivocación, una equivocación que te impide vivir, pues la vida está llena de riesgos y no correrlos ya supone una pérdida».
También, cambiando nuevamente de registro, nos habla sobre la música country, una música «marcada por la persistencia del pasado (…), una música solitaria, igual que la escritura, una música que hablaba consigo misma en esa soledad de la composición y la contemplación, en el libre fluir de un tiempo que es el antes, el después, el entretanto, pero que por algún motivo nunca acaba de ser el ahora». Un country marcado por canciones repletas de mensajes tristes, de tragedias, en las que «el tiempo se dispone en capas como las de la tierra de una tumba». Son canciones llenas de relatos trágicos, de muertes y pérdidas, llenas de «fantasmas y espectros que se ven en el espejo retrovisor de un tiempo que no va a volver, de una pérdida y unos errores que no tienen vuelta atrás».
Por todo ello, es un libro que recomiendo por la brillantez de Solnit al tratar sobre el perderse, qué implica, qué contiene y qué aporta. Y, a pesar de que como todo libro recopilatorio de ensayos es algo irregular, la capacidad de la autora logra mantener la consistencia global del relato. Solnit sobresale cuando habla de reflexiones más que de anécdotas, donde expone sus pensamientos en lugar de describir situaciones, cuando nos habla de tristeza y soledad, y de cómo se relaciona con el arte, sobre el que se pregunta si «¿es que la tristeza es un efecto secundario del arte que describe las cosas más profundas de nuestras vidas y verlas descritas, con toda su capacidad de hacernos sentir soledad y dolor, resulta hermoso?»
El libro que ha escrito Solnit es una invitación a reflexionar sobre la pérdida y la necesidad de permitirse a uno mismo perderse, para encontrarnos de nuevo y reconectar con los deseos y lo relaciona de manera orgánica con el propio arte, por ser un espacio abierto donde perderse y encontrarse, reconectar con uno mismo y con los demás, llegando a afirmar que «la escritura ya es lo bastante solitaria, una confesión que no recibe respuesta inmediata ni proporcionada, una primera frase en una conversación que queda interrumpida para siempre o que tiene lugar mucho tiempo después y sin el autor». Y puede que de eso trate, también, el hecho de reseñar libros; dejar una ventana abierta, un ofrecimiento o invitación a que el lector pueda continuar ese diálogo infinito que empieza en un libro y nunca termina, perdiéndose en sus posibles interpretaciones hasta encontrar el propio camino.
A pesar de lo que puede sugerir el título, y viniendo de Solnit, este libro no se trata en absoluto de una guía espiritual ni un manual de autoayuda, sino justamente al contrario: en él se recogen una serie de ensayos en los que, partiendo de elementos autobiográficos, la autora explora el arte de perderse, pero no en el sentido físico únicamente, sino también en el sentido mental y todo lo que abarca: incertidumbre, memoria, pérdida, deseo y análisis de las decisiones tomadas. La importancia de no únicamente saber perderse uno mismo, sino también de permitírselo e indagar de esta manera las cuestiones existenciales sobre la condición humana. Solnit habla de perderse en el sentido de «una rendición placentera, como si quedaras envuelto en unos brazos, embelesado, absolutamente absorto en lo presente de tal forma que lo demás se desdibuja». Mencionando a Walter Benjamin, afirma taxativamente que «no es acabar perdido, sino perderse, lo cual implica que se trata de una decisión consciente, una rendición voluntaria». Solnit habla de perderse de una forma que «no tiene que ver con la desubicación sino con la inmersión en un plano en el que el resto del mundo desaparece».
Estructurado en nueve ensayos (cuatro de los cuales comparten título), Solnit empieza el libro narrando la importancia que tiene la pérdida en el arte en lo referente a la reflexión que comporta, pues «la labor de los artistas es abrir puertas y dejar entrar las profecías, lo desconocido, lo extraño; es de ahí de donde proceden sus obras», afirmando, en contraposición con los científicos, que «los científicos transforman lo desconocido en conocido, lo capturan como los pescadores capturan los peces con sus redes; los artistas, en cambio, te adentran en ese oscuro mar».
Solnit relaciona el perderse con el concepto de distancia, como concepto asociado a la lejanía, física o temporal, una distancia que asocia al deseo de alcanzar ese objeto o esa idea, y aprovecha para sugerir que las personas nos equivocamos, pues «tratamos el deseo como si fuera un problema que hay que resolver», que sería posible «valorar el deseo como una sensación en sí misma» y reflexiona sobre la tristeza, analizando y concluyendo «por qué las tragedias son más hermosas que las comedias y por qué algunas canciones e historias tristes nos producen un inmenso placer. Siempre hay algo que está lejos».
De igual manera, también relaciona el arte de perderse con el de encontrarse, el de descubrir, y afirma, mencionando a Eduardo Galeano, que «América fue conquistada pero no descubierta, que los hombres que llegaron con una religión que imponer y con sueños de encontrar oro nunca supieron realmente donde estaban y que ese descubrimiento todavía se está produciendo hoy en día». Así trata el descubrimiento de América y la vida de Cabeza de Vaca, uno de sus conquistadores, perdido en tierra de nadie y adaptado a la vida de los nativos. Dice Solnit que fue uno de los primeros europeos perdidos en las Américas y, como muchos de ellos, lo que hizo para dejar de estar perdido no fue regresar, sino transformarse. El arte de perderse lo atribuye a quien se siente lejos del hogar y en lugar de pensar en regresar o añorarlo decide regenerarse y adaptarse. En ocasiones este capítulo recuerda mucho a «A lo lejos», pues la vida de Cabeza de Vaca bien podría ser la de Håkan (aunque unos siglos antes) pues comparte con él el sentirse solo, extraño, con incapacidad para expresarse en el idioma de los nativos, y pasar a aprender nuevos idiomas, nuevas culturas, nuevas aptitudes como la sanación.
Cambiando totalmente de ámbito y de tiempo, Solnit nos habla también del punk, como espacio de libertad, como espacio donde perderse, como «un levantamiento colectivo contra una concepción de lo social» que destacaba por su poca sustancia y que gracias a ese levantamiento «puede convertirse en un lugar salvaje en el que el alma se desenfrena y va en busca de algo que trasciende sus propias fronteras, que trasciende su imaginación». Y nos habla de las ciudades y su evolución, una época, la década de los ochenta, en la que las grandes ciudades industriales se estaban transformando convirtiendo muelles en barrios residenciales y pequeñas industrias de los centros urbanos siendo sustituidas por artistas. Y el perderse de este capítulo va en el sentido vital, en la capacidad de arriesgar que tiene cualquier persona y que lucha por combatir una prudencia que lleva a no arriesgar por miedo a perderse y a no saber volver a la vida anterior. Que «el propio miedo a equivocarse puede acabar siendo una gran equivocación, una equivocación que te impide vivir, pues la vida está llena de riesgos y no correrlos ya supone una pérdida».
También, cambiando nuevamente de registro, nos habla sobre la música country, una música «marcada por la persistencia del pasado (…), una música solitaria, igual que la escritura, una música que hablaba consigo misma en esa soledad de la composición y la contemplación, en el libre fluir de un tiempo que es el antes, el después, el entretanto, pero que por algún motivo nunca acaba de ser el ahora». Un country marcado por canciones repletas de mensajes tristes, de tragedias, en las que «el tiempo se dispone en capas como las de la tierra de una tumba». Son canciones llenas de relatos trágicos, de muertes y pérdidas, llenas de «fantasmas y espectros que se ven en el espejo retrovisor de un tiempo que no va a volver, de una pérdida y unos errores que no tienen vuelta atrás».
Por todo ello, es un libro que recomiendo por la brillantez de Solnit al tratar sobre el perderse, qué implica, qué contiene y qué aporta. Y, a pesar de que como todo libro recopilatorio de ensayos es algo irregular, la capacidad de la autora logra mantener la consistencia global del relato. Solnit sobresale cuando habla de reflexiones más que de anécdotas, donde expone sus pensamientos en lugar de describir situaciones, cuando nos habla de tristeza y soledad, y de cómo se relaciona con el arte, sobre el que se pregunta si «¿es que la tristeza es un efecto secundario del arte que describe las cosas más profundas de nuestras vidas y verlas descritas, con toda su capacidad de hacernos sentir soledad y dolor, resulta hermoso?»
El libro que ha escrito Solnit es una invitación a reflexionar sobre la pérdida y la necesidad de permitirse a uno mismo perderse, para encontrarnos de nuevo y reconectar con los deseos y lo relaciona de manera orgánica con el propio arte, por ser un espacio abierto donde perderse y encontrarse, reconectar con uno mismo y con los demás, llegando a afirmar que «la escritura ya es lo bastante solitaria, una confesión que no recibe respuesta inmediata ni proporcionada, una primera frase en una conversación que queda interrumpida para siempre o que tiene lugar mucho tiempo después y sin el autor». Y puede que de eso trate, también, el hecho de reseñar libros; dejar una ventana abierta, un ofrecimiento o invitación a que el lector pueda continuar ese diálogo infinito que empieza en un libro y nunca termina, perdiéndose en sus posibles interpretaciones hasta encontrar el propio camino.
También de Rebecca Solnit en ULAD: Esperanza en la oscuridad, Los hombres me explican cosas, Recuerdos de mi inexistencia
Admirado Marc. El nombre de la editorial no consigo verlo.. Se va haciendo mayor.. Mayor Thompson
ResponderEliminarHola, Mayor. Ya ocurre con las imágenes, que a veces no se ve bien. Es de la editorial Capitán Swing.
ResponderEliminarSaludos
Marc
“Mayor Thomson“, quería decir. Las prisas...
ResponderEliminarSaludos y gracias por lo de “admirado”.
Marc
Mil gracias marc.. Mayor Thompson
ResponderEliminarMarc, qué reseña tan interesante y completa, muchas gracias, sin duda seguiré ese diálogo iniciado por Solnit y continuado por ti. Me alegra que aclares que no hay autoayuda, tenía esa duda porque no conozco la obra de la autora. Creo que vivimos momentos idóneos para reconciliarnos con la pérdida, la soledad y la tristeza y darles un valor más positivo, me gustan los fragmentos que has elegido porque siento que van por ahí los tiros. Gracias!
ResponderEliminarHola, Irati.
ResponderEliminarDisculpas por el retraso en responderte, algo impropio de mí, pero se me quedó pendiente contestar tu comentario.
Me alegro que la reseña te haya convencido a que leas el libro, y espero que en él encuentres espacios para reconectar con la soledad (algo que parece que está mal visto pero que para mí es muy necesario).
Espero que, si lo lees, nos cuentes qué te ha parecido y si coincidimos en la valoración.
Gracias por leernos, y confiar en nuestro criterio.
Saludos
Marc