Título original: Citizen: An American Lyric
Traducción: Raquel Vicedo
Año de publicación: 2014
Valoración: muy recomendable
Muy a pesar nuestro, el racismo presente en nuestra sociedad da innumerables y constantes muestras de su existencia. Un racismo que pervive, año tras año, década tras década, generación tras generación. Y, a pesar de que el racismo es más notorio cuando los que lo practican son cuerpos y fuerzas de seguridad (precisamente aquellos cuerpos que deberían velar por la seguridad de los ciudadanos), hay múltiples casos en el día a día donde el racismo hace acto de presencia y deja huella, en ocasiones física, en otras psicológica. Tal es así, que este libro escrito en 2014 es tan o más vigente hoy, en plenas protestas en favor de #BlackLivesMatter tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía, como cuando fue escrito, pocos años después del asesinato de Mark Duggan o del de Treyvon Martin.
Ganadora de varios premios de literatura (PEN/Open Book y el Premio PEN de Literatura, el NAACP Image Awards y el National Book Critics Circle Award de Poesía), esta obra tiene la particularidad de encajar en diferentes temáticas: crítica, poesía y narrativa, por lo que se trata de un libro un tanto peculiar estilísticamente. En él, la autora transmite, a partir de breves pinceladas cotidianas, poemas, diálogos cortos y escenas puntuales, lo que puede sentir una persona negra en Estados Unidos. Así, a través de estos pequeños detalles en apariencia, pero que contienen un mundo de ideología racista, la autora permite que seamos conscientes de cómo, en el día a día, en las pequeñas acciones más ínfimas, en los detalles que acompañan sus vidas, la sensación, la persistencia, la carga emocional que implica ser negro ocupa un lugar, de manera latente, en el interior de todos ellos.
Con esta variedad estilística que abraza diferentes formas literarias, pero donde el mensaje directo es común a todos ellos, Rankine expone la visión que se tiene de las personas negras a partir de ejemplos cotidianos, pero también de cómo se inculcan una serie de ideas a partir de características que se les atribuyen de manera tendenciosa. Así, pone el ejemplo de Hennessy Youngman quien, en unos tutoriales sobre arte, «aborda cómo convertirse en un artista negro de éxito, sugiriendo irónicamente que la furia de los negros tiene un valor comercial» y muestra a los negros como personas violentas, agresivas y, por tanto, peligrosas. Algo altamente nocivo y con evidentes consecuencias, pues, como afirma Rankine de manera clara y elocuente:
«porque los hombres no son capaces
de controlar su imaginación
los negros mueren».
Esta visión de la rabia y la fuerza atribuida a los negros es nociva y dañina porque «no es una rabia asociada a la acumulación de experiencias y luchas cotidianas contra la deshumanización que cualquier persona negra o morena vive simplemente debido al color de su piel», sino algo puramente superficial. No es algo que tiene fundamento y origen, sino algo vacío, hueco. Algo que Rankine contrapone con el ejemplo de la rabia y la fuerza de Serena Williams, que la empujó a triunfar en un mundo blanco; un mundo del tenis donde los negros parece que no tenían cabida (o alguien no quería que la tuvieran) y pone como prueba de ello la final del open de EEUU de 2004 cuando la juez de línea actuó claramente en contra de ella (y que provocó que nunca más fuera la juez de los siguientes torneos). Algo que, con otra juez y otro motivo, se repetiría cinco años después. Y dos años después, nuevamente. Y así, se acumulan los atropellos, la opresión, los abusos, hasta explotar, quizá de forma desmesurada si se saca del contexto y se trata como algo puntual, pero no si uno se fija en el histórico acumulado de injusticias. Porque, en palabras de la autora, «el mundo se equivoca. No es posible dejar atrás el pasado. Está enterrado en ti».
Rankine explora diferentes situaciones cotidianas para poner de manifiesto las distintas ocasiones en las que un negro es víctima del racismo, ya sea en un supermercado, en una reunión, etc. porque a veces no es un ataque directo, sino simplemente una manera de tratar o dirigirse a ellos diferente, o de no dirigirse, cuando, por ejemplo, en un conmovedor párrafo, escribe:
«En el tren, la mujer que está de pie te lleva a pensar que no hay asientos vacíos. Pero, en realidad, hay uno (…) El hombre no te mira cuando te sientas porque de asientos vacíos sabe más que tú. Para él, imaginas, es como respirar, no le sorprende (…) Cuando otro pasajero deja libre su sitio y la mujer que está de pie se sienta, vuelves los ojos hacia el hombre. Está mirando por la ventanilla hacia algo que parece oscuridad».
Rankine, también expone y critica una política en las que los negros parece que tengan menos importancia y pone el caso del huracán Katrina (29 agosto 2005), uno de los más mortíferos de la historia de Estados Unidos especialmente en New Orleans, y el rápido olvido en el que cayeron sus ciudadanos cuando narra, en boca de uno de los afectados, que «nunca nos pusimos en contacto con nadie para contar nuestra historia, porque nuestra historia no ha acabado, dijo él. Si te soy sincero, en mi opinión, se olvidaron de nosotros». O también concluyendo, tristemente, «no sé lo que quería el agua. Quería mostraros que no vendría nadie». Esa es la tristeza de una sociedad que se sabe al margen, que ven que ellos no cuentan, que su vida vale menos.
Brillantes y emotivas también las palabras en memoria de Treyvon Martin donde la autora afirma que «los días de nuestra infancia juntos eran peldaños empinados que subían a una mente que se desmoronaba» para concluir con un párrafo que demuestra el magnífico estilo poético de la autora:
«En la punta de la lengua una nota tras otra es otro camino, otro amanecer donde el cielo rosáceo es el silencio inyectado en sangre del fustigado, del insomne, del afligido, del inconsciente. Esos años míos y de mis hermanos, y los de antes, los años de las travesías, de las plantaciones, de las migraciones, de las segregaciones de Jim Crow, de la pobreza, de los barrios marginados, de los perfiles raciales, de uno de cada tres, de cada dos trabajos, chico, eh chico, todos un delito grave, se acumulan en las horas de nuestras vidas de las que todos colgamos, la soga dentro, el árbol dentro, sus raíces son nuestras extremidades, la garganta rebanada y cuando abrimos la boca para hablar, flores, oh flores, no hay cielo azul, hermano, querido hermano, solo tristeza, más o menos.»
Cabe destacar el capítulo donde incluye pasajes de vídeos denominados «Situation» hechos en colaboración con John Lucas (que se pueden ver en YouTube y que recomiendo encarecidamente) donde expone, con un estilo impactante, duro, pero sumamente poético, el sentimiento que albergan tantas vidas negras, en su día a día, manteniéndolas en un constante estado de presunción de culpabilidad, sin otros cargos atribuibles más que el de la consciencia de sus opresores:
«Sabía que lo que fuera que había frente a mí estaba sucediendo y el coche de policía paró con un chirrido de frenos frente a mí como si fueran a bloquear la vía. Por todas partes había luces intermitentes, el aullido de una sirena, un estruendo prolongado. Al suelo. Al suelo ya. Entonces comprendí.
Y no eres ese tipo y aun así encajas con la descripción porque solo hay un tipo que siempre es el tipo que encaja con la descripción (…) Estás tan furioso que lloras. No puedes comportarte como una persona cuerda. Este vaivén agota a cualquiera. Nuestro vaivén te está agotando y sigues sin ser ese tipo».
En los fragmentos incluidos en la reseña se ve el estilo de Rankine, potente, contundente, honesto, intercalando párrafos que vuelan, por encima del propio texto, escritos como reflexiones que sugieren y apuntan, que expresan un estado de ánimo, un sentimiento, con imágenes. Hay apartados que rozan el ensayo, otros la poesía, otros la narrativa, porque la autora aborda el racismo desde sus distintas caras, sus diferentes formas, sus diferentes maneras en las que se expresa. Hay párrafos largos y otros cortos, como mensajes apuntalando pilares en los que desplegar el texto largo; esos párrafos más sintetizados, puntuales, directos, elocuentes, son su mejor parte, pues trasmiten un realismo y nos acercan a la realidad que penetra de manera abrupta en nuestra mente. La potencia del estilo de Rankine se condensa en pocas palabras o párrafos cortos y explota y se expande cuando llegan a la mente del lector. Su poético estilo cautiva e impacta, retumba y explosiona despertando complicidad, solidaridad y, también, rabia. Todo el libro es de gran calidad por el mensaje transmitido, pero también por su estilo, pero es en esas pinceladas de inexorable realidad donde la autora llega al lector y lo abraza y contagia de una empatía inevitable hacia su causa.
La poética expresividad de las palabras de Rankine permiten sintetizar y perfilar los mensajes para impactar nuestras consciencias y hacernos ver que el racismo tiene múltiples caras, diferentes rostros y aproximaciones y que, en cada una de ellas, hay una vida que está siendo maltratada. Por ello, este es un libro donde la crítica queda en un segundo plano, es un libro donde más que acusar quiere hacernos comprender, que en esta lucha debemos estar todos de la misma parte: contra el racismo y a favor de la igualdad. Y debemos empezar ya mismo, pues el cambio en una sociedad no es inmediato ni las injusticias cesarán de golpe porque llevan años existiendo, porque el historial es largo y persiste, porque, tal y como afirma la autora, «como si no hubiera sucedido antes y este antes no fuera parte del ahora».
Ganadora de varios premios de literatura (PEN/Open Book y el Premio PEN de Literatura, el NAACP Image Awards y el National Book Critics Circle Award de Poesía), esta obra tiene la particularidad de encajar en diferentes temáticas: crítica, poesía y narrativa, por lo que se trata de un libro un tanto peculiar estilísticamente. En él, la autora transmite, a partir de breves pinceladas cotidianas, poemas, diálogos cortos y escenas puntuales, lo que puede sentir una persona negra en Estados Unidos. Así, a través de estos pequeños detalles en apariencia, pero que contienen un mundo de ideología racista, la autora permite que seamos conscientes de cómo, en el día a día, en las pequeñas acciones más ínfimas, en los detalles que acompañan sus vidas, la sensación, la persistencia, la carga emocional que implica ser negro ocupa un lugar, de manera latente, en el interior de todos ellos.
Con esta variedad estilística que abraza diferentes formas literarias, pero donde el mensaje directo es común a todos ellos, Rankine expone la visión que se tiene de las personas negras a partir de ejemplos cotidianos, pero también de cómo se inculcan una serie de ideas a partir de características que se les atribuyen de manera tendenciosa. Así, pone el ejemplo de Hennessy Youngman quien, en unos tutoriales sobre arte, «aborda cómo convertirse en un artista negro de éxito, sugiriendo irónicamente que la furia de los negros tiene un valor comercial» y muestra a los negros como personas violentas, agresivas y, por tanto, peligrosas. Algo altamente nocivo y con evidentes consecuencias, pues, como afirma Rankine de manera clara y elocuente:
«porque los hombres no son capaces
de controlar su imaginación
los negros mueren».
Esta visión de la rabia y la fuerza atribuida a los negros es nociva y dañina porque «no es una rabia asociada a la acumulación de experiencias y luchas cotidianas contra la deshumanización que cualquier persona negra o morena vive simplemente debido al color de su piel», sino algo puramente superficial. No es algo que tiene fundamento y origen, sino algo vacío, hueco. Algo que Rankine contrapone con el ejemplo de la rabia y la fuerza de Serena Williams, que la empujó a triunfar en un mundo blanco; un mundo del tenis donde los negros parece que no tenían cabida (o alguien no quería que la tuvieran) y pone como prueba de ello la final del open de EEUU de 2004 cuando la juez de línea actuó claramente en contra de ella (y que provocó que nunca más fuera la juez de los siguientes torneos). Algo que, con otra juez y otro motivo, se repetiría cinco años después. Y dos años después, nuevamente. Y así, se acumulan los atropellos, la opresión, los abusos, hasta explotar, quizá de forma desmesurada si se saca del contexto y se trata como algo puntual, pero no si uno se fija en el histórico acumulado de injusticias. Porque, en palabras de la autora, «el mundo se equivoca. No es posible dejar atrás el pasado. Está enterrado en ti».
Rankine explora diferentes situaciones cotidianas para poner de manifiesto las distintas ocasiones en las que un negro es víctima del racismo, ya sea en un supermercado, en una reunión, etc. porque a veces no es un ataque directo, sino simplemente una manera de tratar o dirigirse a ellos diferente, o de no dirigirse, cuando, por ejemplo, en un conmovedor párrafo, escribe:
«En el tren, la mujer que está de pie te lleva a pensar que no hay asientos vacíos. Pero, en realidad, hay uno (…) El hombre no te mira cuando te sientas porque de asientos vacíos sabe más que tú. Para él, imaginas, es como respirar, no le sorprende (…) Cuando otro pasajero deja libre su sitio y la mujer que está de pie se sienta, vuelves los ojos hacia el hombre. Está mirando por la ventanilla hacia algo que parece oscuridad».
Rankine, también expone y critica una política en las que los negros parece que tengan menos importancia y pone el caso del huracán Katrina (29 agosto 2005), uno de los más mortíferos de la historia de Estados Unidos especialmente en New Orleans, y el rápido olvido en el que cayeron sus ciudadanos cuando narra, en boca de uno de los afectados, que «nunca nos pusimos en contacto con nadie para contar nuestra historia, porque nuestra historia no ha acabado, dijo él. Si te soy sincero, en mi opinión, se olvidaron de nosotros». O también concluyendo, tristemente, «no sé lo que quería el agua. Quería mostraros que no vendría nadie». Esa es la tristeza de una sociedad que se sabe al margen, que ven que ellos no cuentan, que su vida vale menos.
Brillantes y emotivas también las palabras en memoria de Treyvon Martin donde la autora afirma que «los días de nuestra infancia juntos eran peldaños empinados que subían a una mente que se desmoronaba» para concluir con un párrafo que demuestra el magnífico estilo poético de la autora:
«En la punta de la lengua una nota tras otra es otro camino, otro amanecer donde el cielo rosáceo es el silencio inyectado en sangre del fustigado, del insomne, del afligido, del inconsciente. Esos años míos y de mis hermanos, y los de antes, los años de las travesías, de las plantaciones, de las migraciones, de las segregaciones de Jim Crow, de la pobreza, de los barrios marginados, de los perfiles raciales, de uno de cada tres, de cada dos trabajos, chico, eh chico, todos un delito grave, se acumulan en las horas de nuestras vidas de las que todos colgamos, la soga dentro, el árbol dentro, sus raíces son nuestras extremidades, la garganta rebanada y cuando abrimos la boca para hablar, flores, oh flores, no hay cielo azul, hermano, querido hermano, solo tristeza, más o menos.»
Cabe destacar el capítulo donde incluye pasajes de vídeos denominados «Situation» hechos en colaboración con John Lucas (que se pueden ver en YouTube y que recomiendo encarecidamente) donde expone, con un estilo impactante, duro, pero sumamente poético, el sentimiento que albergan tantas vidas negras, en su día a día, manteniéndolas en un constante estado de presunción de culpabilidad, sin otros cargos atribuibles más que el de la consciencia de sus opresores:
«Sabía que lo que fuera que había frente a mí estaba sucediendo y el coche de policía paró con un chirrido de frenos frente a mí como si fueran a bloquear la vía. Por todas partes había luces intermitentes, el aullido de una sirena, un estruendo prolongado. Al suelo. Al suelo ya. Entonces comprendí.
Y no eres ese tipo y aun así encajas con la descripción porque solo hay un tipo que siempre es el tipo que encaja con la descripción (…) Estás tan furioso que lloras. No puedes comportarte como una persona cuerda. Este vaivén agota a cualquiera. Nuestro vaivén te está agotando y sigues sin ser ese tipo».
En los fragmentos incluidos en la reseña se ve el estilo de Rankine, potente, contundente, honesto, intercalando párrafos que vuelan, por encima del propio texto, escritos como reflexiones que sugieren y apuntan, que expresan un estado de ánimo, un sentimiento, con imágenes. Hay apartados que rozan el ensayo, otros la poesía, otros la narrativa, porque la autora aborda el racismo desde sus distintas caras, sus diferentes formas, sus diferentes maneras en las que se expresa. Hay párrafos largos y otros cortos, como mensajes apuntalando pilares en los que desplegar el texto largo; esos párrafos más sintetizados, puntuales, directos, elocuentes, son su mejor parte, pues trasmiten un realismo y nos acercan a la realidad que penetra de manera abrupta en nuestra mente. La potencia del estilo de Rankine se condensa en pocas palabras o párrafos cortos y explota y se expande cuando llegan a la mente del lector. Su poético estilo cautiva e impacta, retumba y explosiona despertando complicidad, solidaridad y, también, rabia. Todo el libro es de gran calidad por el mensaje transmitido, pero también por su estilo, pero es en esas pinceladas de inexorable realidad donde la autora llega al lector y lo abraza y contagia de una empatía inevitable hacia su causa.
La poética expresividad de las palabras de Rankine permiten sintetizar y perfilar los mensajes para impactar nuestras consciencias y hacernos ver que el racismo tiene múltiples caras, diferentes rostros y aproximaciones y que, en cada una de ellas, hay una vida que está siendo maltratada. Por ello, este es un libro donde la crítica queda en un segundo plano, es un libro donde más que acusar quiere hacernos comprender, que en esta lucha debemos estar todos de la misma parte: contra el racismo y a favor de la igualdad. Y debemos empezar ya mismo, pues el cambio en una sociedad no es inmediato ni las injusticias cesarán de golpe porque llevan años existiendo, porque el historial es largo y persiste, porque, tal y como afirma la autora, «como si no hubiera sucedido antes y este antes no fuera parte del ahora».
Tambén de Claudia Rankine en ULAD: Solo nosotros. Una conversación estadounidense
Gracias Marc por la reseña kempes 19
ResponderEliminarGracias a ti, Kempes 19, por seguirnos y comentar.
ResponderEliminarSaludos
Marc