Título original: Boulder
Traducción: Nicole d'Amonville Alegría
Año de publicación: 2020
Valoración: muy recomendable
Eva Baltasar fue una de las grandes revelaciones del año 2018 tras publicar y triunfar con «Permafrost» («Permagel» en su versión original), una primera novela que forma parte de una trilogía en la cual el nexo de unión no es la protagonista ni la historia, sino la temática en torno a la cual gira el sentido de la obra, y que cosechó muchos elogios de la crítica y los lectores, entre los que me incluyo.
En esta segunda novela de la trilogía, el relato empieza con Boulder, el personaje sobre el que gira la historia, trabajando de cocinera en una embarcación de una docena de tripulantes. Su carácter solitario hace que le sea difícil sentirse a gusto en empleos donde haya que trabajar en equipo, por lo que la cocina de un pequeño barco parece el entorno adecuado en el que encajar su personalidad. Huyendo de su anterior vida de tediosa rutina, de días que avanzan pero que, al día siguiente, parece que no, de una monotonía encerrada en ciclos diarios de aburridas tareas sin emoción ni disfrute, matando los días o bebiéndoselos, «tumbándolos cada noche trago tras trago», la protagonista navega en la incerteza de una vida sin horizonte claro, pero a la que parece que se ha acostumbrado hasta que, en uno de esos puertos donde hacen parada, en un bar como tantos otros y en una noche cualquiera, encuentra una chica que la captura con su mirada («la mirada es una cuerda que la enlaza y me la trae»), anclándola en ella, amarrando en su interior, y acercándola peligrosamente a un futuro que antes no contemplaba, al menos de manera consciente.
Descubriendo de nuevo el deseo físico, con un cuerpo que echaba de menos la compañía que su mente rechazaba, se embarca en una relación mantenida a ratos, a veces de días, a veces de semanas, con el deseo inquebrantable de quien espera en el reencuentro continuar donde quedó la última vez, con la pasión de quien es consciente de la fugacidad de los sentimientos, que crecen en la distancia y explotan en la proximidad del cuerpo soñado, afirmando que «la beso como no sabía que se podía besar a una mujer, entregándole algo que fabrico cuando estamos lejos, cuando no está conmigo». Así, con el empuje pasional de una relación fogosa de momentos a veces fugaces, la narración avanza rápido, saltando meses y años, como impulsada por los latidos de un corazón desbocado, en una relación que desembarca en nuevas tierras, frías, donde quizá el terreno es poco fértil para cultivar un amor pasional e impulsivo poco amante de rutinas y ataduras, incluso llevando a la protagonista a afirmar que «me siento el esclavo predilecto en quien confían la anilla cargada de clavos».
Y, superada la mitad del libro, aparecen escollos ocultos tras el anhelo de una maternidad no ansiada a partes iguales, que viene en forma de nuevas rutinas y nuevos anclajes a un lugar, a una vida, o a dos. Es en este punto donde el libro cambia sustancialmente, centrándose en torno a una maternidad que descarta opciones y posibilidades encerrándolas en un círculo más estrecho, repleto de dudas, inseguridades y nuevos temores. De embarazos que prometen nuevas vidas, para todos, incluso para el bebé que se está gestando, y que no siempre son deseadas. De decepciones y cambios que alteran el transcurso de la relación. A partir de este momento, el libro se vuelve más específico, más delimitado, y se cierra especialmente en torno a la maternidad, encerrando también en ella algunos deseos de quienes la comparten.
Con «Boulder», Baltasar demuestra que posee una gran habilidad para tratar los sentimientos y dudas que albergamos dentro de nosotros mismos; con un estilo poético de frases cortas e impacto profundo, con un ritmo narrativo que invita a la lectura pausada, atenta y reflexiva para disfrutar de cada una de sus frases, la autora sigue incidiendo y hurgando en las pequeñas brechas que se abren en nuestros sentimientos ante cada nueva situación en la que debemos tomar partido, planteando dudas que siempre dejan la decisión descartada en un rincón en el que permanecer latente para irrumpir, cuando menos lo esperamos, en un nuevo replanteamiento de todo, o de nosotros mismos.
De esta manera, en esta segunda novela de la trilogía, Baltasar sigue el camino que inició con Permafrost, un camino que parte de las inseguridades de uno mismo, de las dudas albergadas que no encuentran respuesta entre la soledad y la compañía, de las relaciones siempre inestables cuando los sentimientos que las sostienen son intensos, pero débilmente inseguros, de vidas que se acoplan, pero con futuro desdibujado, del difícil encaje en un mundo que amanece siempre nuevo, pero que anochece igual que el día anterior, y una maternidad impuesta que implica rechazos, hábitos, sacrificios y una asunción de roles no siempre equilibrada ni buscada.
Más continuo, compacto, regular y de estructura más uniforme que en su anterior novela, saltando argumentalmente de la juventud a la madurez de la mano de una mayor fuerza y contundencia expositiva, Baltasar demuestra, una vez más, el gran talento que posee para narrar los sentimientos humanos y nos recuerda, en este inmenso libro, que las perspectivas vitales son un frágil barco con el que navegamos, con rumbo indeciso e inexperto capitán, por las agitadas aguas del mar de la vida. Y es, en esas aguas que rodean la isla de nuestra existencia, de nuestros deseos y falsas seguridades, donde nos sentimos solos, con la única compañía de nuestras dudas y un futuro del que nunca sabremos si esperar a que llegue o ir a por él.
En el camino trazado magistralmente en su obra, Baltasar nos encuentra y nos busca de nuevo cuando parece que sí, que ya pisamos tierra firme, aunque sepamos, firmemente, que es una situación temporal hasta que nos tambaleemos y caigamos, de nuevo, de esa delgada cuerda floja sobre la que intentamos mantener el equilibrio de nuestras vidas, en un balanceo emocional en el que vivimos de manera constante buscando el ancla definitiva a la que aferrarnos antes de que llegue un nuevo naufragio.
También de Eva Baltasar en ULAD: Permafrost, Mamut, Ocaso y fascinación
En esta segunda novela de la trilogía, el relato empieza con Boulder, el personaje sobre el que gira la historia, trabajando de cocinera en una embarcación de una docena de tripulantes. Su carácter solitario hace que le sea difícil sentirse a gusto en empleos donde haya que trabajar en equipo, por lo que la cocina de un pequeño barco parece el entorno adecuado en el que encajar su personalidad. Huyendo de su anterior vida de tediosa rutina, de días que avanzan pero que, al día siguiente, parece que no, de una monotonía encerrada en ciclos diarios de aburridas tareas sin emoción ni disfrute, matando los días o bebiéndoselos, «tumbándolos cada noche trago tras trago», la protagonista navega en la incerteza de una vida sin horizonte claro, pero a la que parece que se ha acostumbrado hasta que, en uno de esos puertos donde hacen parada, en un bar como tantos otros y en una noche cualquiera, encuentra una chica que la captura con su mirada («la mirada es una cuerda que la enlaza y me la trae»), anclándola en ella, amarrando en su interior, y acercándola peligrosamente a un futuro que antes no contemplaba, al menos de manera consciente.
Descubriendo de nuevo el deseo físico, con un cuerpo que echaba de menos la compañía que su mente rechazaba, se embarca en una relación mantenida a ratos, a veces de días, a veces de semanas, con el deseo inquebrantable de quien espera en el reencuentro continuar donde quedó la última vez, con la pasión de quien es consciente de la fugacidad de los sentimientos, que crecen en la distancia y explotan en la proximidad del cuerpo soñado, afirmando que «la beso como no sabía que se podía besar a una mujer, entregándole algo que fabrico cuando estamos lejos, cuando no está conmigo». Así, con el empuje pasional de una relación fogosa de momentos a veces fugaces, la narración avanza rápido, saltando meses y años, como impulsada por los latidos de un corazón desbocado, en una relación que desembarca en nuevas tierras, frías, donde quizá el terreno es poco fértil para cultivar un amor pasional e impulsivo poco amante de rutinas y ataduras, incluso llevando a la protagonista a afirmar que «me siento el esclavo predilecto en quien confían la anilla cargada de clavos».
Y, superada la mitad del libro, aparecen escollos ocultos tras el anhelo de una maternidad no ansiada a partes iguales, que viene en forma de nuevas rutinas y nuevos anclajes a un lugar, a una vida, o a dos. Es en este punto donde el libro cambia sustancialmente, centrándose en torno a una maternidad que descarta opciones y posibilidades encerrándolas en un círculo más estrecho, repleto de dudas, inseguridades y nuevos temores. De embarazos que prometen nuevas vidas, para todos, incluso para el bebé que se está gestando, y que no siempre son deseadas. De decepciones y cambios que alteran el transcurso de la relación. A partir de este momento, el libro se vuelve más específico, más delimitado, y se cierra especialmente en torno a la maternidad, encerrando también en ella algunos deseos de quienes la comparten.
Con «Boulder», Baltasar demuestra que posee una gran habilidad para tratar los sentimientos y dudas que albergamos dentro de nosotros mismos; con un estilo poético de frases cortas e impacto profundo, con un ritmo narrativo que invita a la lectura pausada, atenta y reflexiva para disfrutar de cada una de sus frases, la autora sigue incidiendo y hurgando en las pequeñas brechas que se abren en nuestros sentimientos ante cada nueva situación en la que debemos tomar partido, planteando dudas que siempre dejan la decisión descartada en un rincón en el que permanecer latente para irrumpir, cuando menos lo esperamos, en un nuevo replanteamiento de todo, o de nosotros mismos.
De esta manera, en esta segunda novela de la trilogía, Baltasar sigue el camino que inició con Permafrost, un camino que parte de las inseguridades de uno mismo, de las dudas albergadas que no encuentran respuesta entre la soledad y la compañía, de las relaciones siempre inestables cuando los sentimientos que las sostienen son intensos, pero débilmente inseguros, de vidas que se acoplan, pero con futuro desdibujado, del difícil encaje en un mundo que amanece siempre nuevo, pero que anochece igual que el día anterior, y una maternidad impuesta que implica rechazos, hábitos, sacrificios y una asunción de roles no siempre equilibrada ni buscada.
Más continuo, compacto, regular y de estructura más uniforme que en su anterior novela, saltando argumentalmente de la juventud a la madurez de la mano de una mayor fuerza y contundencia expositiva, Baltasar demuestra, una vez más, el gran talento que posee para narrar los sentimientos humanos y nos recuerda, en este inmenso libro, que las perspectivas vitales son un frágil barco con el que navegamos, con rumbo indeciso e inexperto capitán, por las agitadas aguas del mar de la vida. Y es, en esas aguas que rodean la isla de nuestra existencia, de nuestros deseos y falsas seguridades, donde nos sentimos solos, con la única compañía de nuestras dudas y un futuro del que nunca sabremos si esperar a que llegue o ir a por él.
En el camino trazado magistralmente en su obra, Baltasar nos encuentra y nos busca de nuevo cuando parece que sí, que ya pisamos tierra firme, aunque sepamos, firmemente, que es una situación temporal hasta que nos tambaleemos y caigamos, de nuevo, de esa delgada cuerda floja sobre la que intentamos mantener el equilibrio de nuestras vidas, en un balanceo emocional en el que vivimos de manera constante buscando el ancla definitiva a la que aferrarnos antes de que llegue un nuevo naufragio.
También de Eva Baltasar en ULAD: Permafrost, Mamut, Ocaso y fascinación
Muy buena reseña. Felicidades.
ResponderEliminarPML
¡Muchas gracias, PML!
ResponderEliminarSaludos
Marc
Gracias, Marc. Una reseña TOP. Como casi todas las de este blog.
ResponderEliminarA esta escritora hay que darle un margen de confianza de varias páginas porque tiene un estilo que puede chocar. Evidentemente, esa es una de las razones que la hacen destacar.
Su estilo es seco y poético. Sus protagonistas hablan sin eufemismos, sin tapujos y sin autocomplacencia de sus zonas oscuras y se cuestionan sobre ellas. Si leéis o veis entrevistas, veréis que estos personajes reflejan mucho de la forma de ser de la autora.
Hola, Òscar, gracias por tu comentario,
ResponderEliminarCoincido completamente, Baltasar tiene un estilo muy directo a pesar de ser sumamente poético, pero la potencia de sus reflexiones, directas, atrevidas y sin tapujos permiten que sus frases lleguen directas e impacten. Y sí, sus protagonistas, más aún en Boulder, se desnudan y nos hablan directamente de miedos y dudas, inseguridades y decisiones a tomar,
Coincido también contigo en que sus personajes son muy representativos de la mentalidad de la autora y, de hecho, Permagel nació un poco como terapia para ella misma.
Es una autora a seguir, sin ninguna duda, porque su potencial es enorme.
Saludos, y gracias por comentar la entrada y los elogios.
Marc
Muy apetecible este libro. Está traducido al castellano?
ResponderEliminarGracias
Hola, Anónimo. Sí lo está, publicado por Random House.
ResponderEliminarSaludos y gracias por comentar.
Marc.