Idioma original: Inglés
Título original: The shocking Miss Pilgrim
Año de publicación: 2013
Traducción: Daniel Gascón
Valoración: Está bien (aunque ideal para frikis)
Si hablamos de CINE resulta imposible no referirse a Hollywood y mucho menos pasar por alto su Era Dorada. Por ello Frederica Sagor Maas (1900-2012) —una de las pocas mujeres guionistas de aquella época— es un testigo impagable para comprender cómo era ese universo de los «sueños», cómo funcionaba por dentro y por qué hoy es como es, sea lo que sea lo que eso signifique.
Resumen resumido: Frederica es la menor de cuatro hijas de un matrimonio de inmigrantes rusos afincados en Nueva York. Muestra ambición y curiosidad por el mundo que hay más allá del coto familiar y con tan solo 23 años abandonará la carrera de periodismo por su verdadera pasión: el cine, con un prometedor trabajo como asistente de edición de las oficinas de la Universal en Nueva York. Pero tras años de lucha y duro trabajo, la industria del cine la acabará decepcionando.
Una de las cuestiones más interesantes de las memorias o las autobiografías, en mi opinión, es quién habla, desde dónde y por qué. Y eso Frederica, como buena ex guionista que es lo debe saber muy bien porque en el prólogo hace toda una declaración de principios de lo que va a suceder en las páginas venideras:
«Ahora bien, cuando alcanzas la provecta edad que yo tengo e intentas recordar lo que ha ocurrido en tu vida, tienes mucho terreno que recorrer. Viví dos guerras mundiales, la Gran Depresión, la era de McCarthy y dieciocho administraciones presidenciales. Más tarde, cuando la octava década de mi vida estaba bien avanzada, tras la muerte de mi marido, hice dos viajes largos e intensos a Rusia para visitar la patria de mis padres. En conjunto, esta historia habla de la frustración, la desilusión y la pena: momentos que quizá es mejor dejar en barbecho o en el olvido. Sin duda, así es como me sentía en 1950, cuando me despedí por fin, sin lágrimas, de la industria hollywoodiense que me había envuelto y atrapado en su red de promesas. Había decidido olvidar y continuar con otras búsquedas. Lo hice, y nunca miré hacia atrás. Hasta ahora.»
Frederica ha vivido una cantidad considerable de hitos históricos y habla desde su vejez, a medio siglo de distancia de los hechos que va a relatar sobre sus ingratas vivencias en la industria cinematográfica. Y lo que quiere es vengarse. La voz narrativa que emplea no es mordaz ni iracunda, apenas levemente irónica, a veces levemente amarga, pero su relato, que no cae en el morbo ni en el amarillismo, es implacable. Frederica lo expone todo con extrema lucidez, concreción y nombres y apellidos. Eso explica que no se decidiera a publicar estas memorias hasta confirmar que todos los que podían darse por aludidos ya no estaban en este mundo.
Efectivamente, la industria del cine queda retratada como un incesante baile de sillas, escándalos sexuales, competencia desleal, robos de ideas y apuestas bastantes arriesgadas (como lo de Joan Crawford). Los jefes de los grandes estudios se comportaban como auténticos tiranos y tal era el despiporre que en tal contexto lo de Harvey Weinstein habría pasado desapercibido. Ese era el ambiente en el que se desenvolvía Frederica desde los 23 años, una joven con la cabeza muy bien amueblada. Frederica se consideraba feminista y explica algunas anécdotas en las que intercedió o dio la cara por otras mujeres. Cierto que en unas memorias cada cual explica y omite lo que le interesa pero no le podemos negar a Frederica su espíritu rebelde; si ya hay que ser rebelde para ser feminista hoy, no digamos hace cien años. Digamos que lo peor que le sucedió fue que la minusvaloraran, soslayaran, robaran sus ideas o tener que darle esquinazo a algún borracho baboso en alguna fiesta. Lo normal para ser mujer. De todos modos, más tarde vería como su marido, Ernest Maas, también era profesionalmente masacrado por la gran maquinaria trituradora de sueños.
Y tras decir todo esto ¿cómo que el libro simplemente está bien? Me explico: cuando cayó en mis manos recién publicado en 2013 lo devoré pero, sin embargo, esta reciente relectura me ha resultado un poco tediosa. Los motivos:
- Zapato grande, ande o no ande: en muchos momentos, más que unas memorias parecen un recopilatorio de datos, fechas, nombres y causas de defunción. Es evidente que la prácticamente centenaria Frederica no pudo retener semejante cantidad de información si no que detrás hay toda una maquinaria editorial destinada a documentar y «rellenar» los huecos con tal grado de detalle que, lejos de completar o enriquecer la narración, la debilitan y de paso aturden al lector.
- La corrección. Que unas memorias tengan como objetivo la venganza o el desquite o la restitución del honor no significa ni mucho menos que deban supurar bilis. Que el tiempo transcurrido haya apaciguado los ánimos de Frederica, es comprensible. Que la anciana Frederica quisiera trascender dejando una imagen de elegancia y saber estar, es respetable. Pero el texto pone en evidencia una distancia emocional demasiado forzada que solo se acorta en los pasajes más personales; estos resultan hermosos, evocadores y en ellos aflora la verdadera voz de Frederica. Estoy casi segura de que esos pasajes —que dejan al lector con ganas de más— fueron los que me llevaron a devorar la novela la primera vez que la leí. Pero ahora me cuesta aceptar que una reconocida e ingeniosa guionista de comedia no pudiera esgrimir un relato más irónico o incisivo sobre el mundo del cine, por mucho que los hechos ya hablen por sí mismos.
Y es todo eso lo que, en mi opinión, provoca que el lector pierda la oportunidad de acercarse realmente a Frederica Sagor, una mujer vivaz, con personalidad, talento, espíritu de lucha y una mentalidad realmente adelantada a su tiempo.
El título La escandalosa señorita Pilgrim hace referencia al último trabajo del matrimonio Maas para la industria y que supuso la gota que colmó el vaso de su paciencia. Para mi gusto, por los pelos.
Solo añadir que el testimonio de Frederica Sagor como mujer pionera —y de éxito— en un entorno puramente masculino, se consideró lo suficientemente interesante como para llegar al gran público de nuestro país en 2013, antes de la actual saturación del mercado con novelas, películas, series, coleccionables, camisetas, etc, bajo el lema no escrito de «las mujeres de antes también hacían cosas AHORA».
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