Título original: Thomas l´imposteur
Traducción: Montserrat Morales Peco
Año de publicación: 1923
Valoración: Entre recomendable y Está bien
Jean Cocteau podía haber formado parte de la nómina de
aquellos autores olvidados que después de diez años, casi once, todavía no
habían tenido un hueco en ULAD, algunos de los cuales rescatamos hace algún
tiempo. Habiendo desarrollado su creatividad en esa fascinante bomba artística
que era el París de las primeras décadas del siglo XX, quizá Cocteau ha quedado
relegado a un segundo plano, aunque fue en su momento uno de los dinamizadores
de aquella maravillosa fauna, con una amplia y fructífera relación con
personajes como Cendrars, Picasso, Diáguilev o Modigliani. Como otros
creadores, su actividad se multiplicaba en distintas áreas, desde la poesía al
cine, el teatro, el ballet o la pintura, constituyendo la narrativa una porción
más bien escasa en el conjunto.
Aunque bastante próximo a las vanguardias, parece ser que su
relación con Raymond Radiguet pesó en su literatura –más bien en su narrativa-
hasta escorarla hacia el realismo y dejarse guiar por un peculiar método, que
consistía en inspirarse en alguna obra relevante para desarrollar una especie
de variante libre, reinterpretación o como quiera definirse.
Thomas el impostor es una obra relativamente temprana cuya
acción se desarrolla durante la I Guerra mundial. Cocteau estuvo en la guerra
como voluntario, y la novela integra sin lugar a dudas muchas imágenes y
sensaciones procedentes de esa experiencia. Clémence de Bormes es una atractiva
aristócrata de carácter impulsivo, a la que gusta nadar contra corriente.
Cuando todo el mundo abandona París ante la amenaza alemana, ella decide
quedarse para organizar un convoy para el socorro de los heridos. Guillaume
Thomas es un jovenzuelo con ganas de aventura que decide tomar parte en la
guerra, para lo cual echa mano de la simulación o se vale de un equívoco para
alegar parentesco con un famoso general. Habiendo entrado en contacto con madame
de Bormes, el descaro y la naturalidad del muchacho (junto con su supuesto
pedigrí castrense) servirán para salvar obstáculos y abrir puertas a la
iniciativa humanitaria de la princesa. Tenemos así al tándem protagonista, que
se completará con Henriette, la hija adolescente de Clémence y la malvada pero
eficiente madame Valiche.
Thomas es una figura singular, que por cierto no me parece
que cuadre nada bien con el malote que fuma en la cubierta del libro. Para él
la guerra es un pretexto, como podría serlo cualquier otro, para probar la
intensidad de la vida. No persigue honores ni beneficio, interviene como en un
juego de rol, creando su propio personaje y dejando que le conduzca con el
rumbo aleatorio de una situación crítica. Aunque Cocteau, invocando el ‘método
Radiguet’, afirma haberse basado en la parte inicial de La cartuja de Parma, en
mi opinión Thomas tiene también rasgos del Julien Sorel de Rojo y negro. Y
claramente, como decía antes, lleva encima mucho de la experiencia del propio
Cocteau: las escenas descarnadas de la guerra de trincheras, los heridos y
mutilados, las apretadas líneas del frente y la cercanía del enemigo en los
puestos de escucha.
Madame de Bormes comparte con él el deseo de actuar, de
hacerse presente e intervenir en la crudeza del momento, pasando por encima del
papel convencional de una mujer de la nobleza. El atractivo del joven tampoco
pasa desapercibido, y el cuadro se vuelve complejo con la presencia de la aún
más inmadura Henriette. Pero salvo los arrebatos adolescentes de esta última,
todo se desenvuelve de forma sutil, como desde una media distancia que impide
que la historia caiga en el folletín o en las pasiones que, también con un
cierto parentesco con esta novela, se desataban en El diablo en el cuerpo del
inevitable Radiguet.
El dibujo de los personajes es certero, como hecho a
contraluz, se definen más desde su entorno que por su propio dibujo. Y este
extraño efecto lo consigue Cocteau a través de su peculiar prosa de frase corta,
más próxima a la poesía y seguramente deficiente desde el punto de vista
narrativo. Demasiada información que se da por supuesta, una exposición
fragmentaria, a impulsos, que quizá de forma involuntaria se aleja por momentos
del realismo que se tomaba por bandera. Un camino bastante particular para
redondear un relato que finalmente resulta bastante convincente.
Por favor,comenten algo de Theodore Dreiser,que es uno de los mejores novelistas del siglo 20,injustamente ignorado por sus ideas socialistas.
ResponderEliminarCreo que es interesante la operación de rescate ULAD, la combinación de novedades y obras antiguas es uno de los rasgos del blog que me gustan
ResponderEliminarAnónimo, no conozco para nada a ese autor, pero ten por seguro que las recomendaciones de nuestros comentaristas no suelen caer en saco roto. Le echaré un ojo.
ResponderEliminarEduideas, me alegro que te guste nuestra particular macedonia literaria, que es absolutamente espontánea y producto del arrebato ocasional de diez personas distintas.
Saludos y gracias a los dos por vuestras opiniones.
Es muy posible que la obra de Cocteau haya envejecido regular. Mucha calidad, todavía aprovechable cuando algún buen director revisa y actualiza sus obras. Memorable la enésima revisión que Almodóvar ha convertido en una pieza maestra de su Voz Humana, un corto maravilloso que bebe de lo mejor de ambos genios.
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