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domingo, 5 de enero de 2020

Ingrid Rojas Contreras: La fruta del borrachero


Idioma original: inglés
Título original: Fruit of the Drunken Tree
Año de publicación: 2019
Valoración: Está bastante bien



El borrachero es el árbol productor de una sustancia llamada popularmente burundanga que se caracteriza por anular la voluntad de quienes la consumen, de ahí que haya sido utilizada por algunos delincuentes para asegurarse la complicidad de sus víctimas. Fue una entrevista radiofónica a Rojas Contreras lo que despertó mi interés. Se trata de una primera novela, de inspiración autobiográfica y contenido histórico, quizá demasiado ambiciosa para empezar, ya veremos lo que le depara el futuro.
El punto de partida es autobiográfico, pero la experiencia se distorsiona tanto que puede considerarse ficción pura. Narra la trayectoria de un matrimonio y sus dos hijas a finales de los años 80 y buena parte de los 90 del siglo pasado, con el telón de fondo de los convulsos sucesos que marcaron a la sociedad colombiana de entonces: entre otros, el asesinato de un candidato presidencial, la captura y muerte del narcotraficante Pablo Escobar y los grandes desastres que produjo la actividad guerrillera a todos los efectos. Dos voces están a cargo del relato: la hija menor de la familia y la preadolescente que contratan como criada. Esta última resulta algo más creíble, pero Chula, la más explícita y locuaz y a quien conocemos con solo siete años, resulta un personaje muy forzado. Al ser ella quien debe poner al corriente al lector acaba convertida en una especie de híbrido, muy poco creíble, entre criatura alocada y alguien que discurre y está tan informado sobre las cuestiones de actualidad como un adulto. Por otra parte, muchos de los sucesos que ya forman parte de la historia la encuentran casualmente en primera fila. No obstante, como los ojos de una niña tienen un alcance limitado, apenas se nos dan explicaciones y lo que vemos es confuso y ambiguo. Recurso este que en realidad no es más que un pretexto para eludir información relevante sin que se note demasiado.
El resultado es una trama algo blandengue y previsible –que a veces recuerda a esos relatos de aventuras protagonizados por adolescentes– a pesar del enorme dramatismo de los hechos, de que se vive demasiado rápido y las vidas no tienen ningún valor. Conocemos asesinatos de niños y adultos, evasiones y capturas, secuestros reales y en grado de tentativa, territorios arrasados, un fuego cruzado presenciado por dos niños pequeños, alguien que enloquece, palizas, persecuciones, liberaciones, exilios, vivencias que causan traumas de por vida, una violación seguida de embarazo. Pero los adultos –que no resultan mucho más coherentes– viven en un mundo paralelo mientras las niñas campan a sus anchas sin demasiada justificación. Y es que ni siquiera las relaciones personales están bien reflejadas, ni se entiende por qué un árbol tan peligroso –eje central de un episodio bastante delirante– se ha plantado a propósito en una vivienda, menos aún si en ella hay menores. Es verdad que hay momentos de gran tensión dramática, que la mayoría de los personajes suscitan simpatía o rechazo, que la intriga se mantiene la mayor parte del tiempo y que puede resultar bastante entretenida, pero nada de esto convierte a La fruta del borrachero en una novela excepcional.

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