Idioma original: inglés
Título original: Lost Children Archives
Año de publicación: 2019
Traducción: Daniel Saldaña y Valeria Luiselli
Valoración: recomendable (para lectura discontinua)
No vamos a negar
que cierta puesta en contexto previa a la lectura de Desierto
sonoro haya podido influir en nuestra opinión. Saber que la autora ha
redactado esta novela a la vez que desarrollaba el ensayo Los niños perdidos, una certera denuncia
sobre la cruel y esperpéntica situación a que se somete a los menores que
ingresan en Estados Unidos sin la pertinente autorización, en especial
procedentes de países como Honduras o Guatemala. Ver su entrevista en Página 2
y descubrir a una persona joven y decidida, generando una enorme expectativa.
Saber, también, lo de la cuantiosa beca que se le ha otorgado para que pueda
centrarse en su carrera literaria sin las consabidas interferencias de las
facturas a pagar. Todos esos elementos nos hacían presagiar una obra muy
cargada en lo social (que no debería, pero es una posición ideológica)
integrada en una estructura narrativa de ficción más o menos generada y
empujada hacia la denuncia.
Cuestión que sitúa
a la novela en esa fina línea (apenas una desinencia) entre lo oportuno y lo
oportunista.
Ese matiz se ha
tambaleado durante sus 450 páginas, en las que, por un lado, nos hemos
encontrado con un planteamiento ambicioso y bien ejecutado en lo formal, pero
por otro esta ambición condiciona un poco el conjunto de la novela, que plantea
muchas cuestiones, casi de forma simultánea, algunas de ellas de corte más
doméstico, otras de alcance global, y –quizás sea malinterpretada nuestra
opinión– el argumento sería más eficaz en la obtención de sus resultados (la
conmoción del lector, su toma de partido) si sus premisas no resultaran algo
contradictorias, pura consecuencia de algunos descuadres.
Lo que se nos
cuenta es un viaje que parece no tener fin, desde Nueva York hasta el sur de
Estados Unidos, de un matrimonio al cual cada uno ha aportado un hijo y que
comparte perfil profesional concienciado socialmente: él obsesionado con lo
sucedido en el pasado con las tribus indias diezmadas en el proceso de la
conquista del territorio USA, ella obsesionada con lo que sucede en el presente
con las corrientes migratorias, cuestión que le ha tocado de cerca: no
localizan a las dos hijas de Manuela, una conocida, que están en proceso de
deportación. En el transcurso de esa diáspora, -que, como suele suceder, no les
alejará del todo del origen ya que arrastrarán el equipaje que todos llevamos
dentro y que resulta imposible abandonar– se irán fabricando los mitos que
atesorarán los pequeños y acabarán convirtiéndola en una experiencia
inolvidable con la que establecerán su futura escala de valores.
Paralelamente,
se abre otro de los espacios narrativos: el que alude a la crisis de pareja. A
medida que se acercan a su destino, un territorio indio (reserva) situado en Arizona, el desencuentro entre el matrimonio en
presencia de sus hijos en los asientos posteriores parece materializarse de
forma lenta e inexorable. La protagonista y narradora manifiesta desolación por
el fin de un estado de cosas idílico, por un distanciamiento progresivo y
silencioso que tiene lugar dentro de un coche –el cubículo más reducido
posible– y por la incertidumbre, más o menos consciente, del que no es quien
decide y al que se niega toda posibilidad de diálogo. Las continuas alusiones
(“mi marido”, “mi esposo”) reflejan muy bien el hermetismo de él y la
impotencia resignada de ella. Pero las mayores catástrofes suelen producirse
de puertas para dentro y nuestro mayor enemigo suelen ser nuestras creencias. Todo
ello amenizado por canciones de fondo: Bowie, Kendrick Lamar. El niño mayor,
diez años, tomando polaroids que guarda entre las páginas de
un libro que obsesiona a la madre. Son las elegías por los niños perdidos,
cruel letanía del triste y trágico recorrido de muchos de los niños que entran
en búsqueda del sueño americano, texto que se inserta en todas las partes del
libro. Pero este matrimonio no puede preocuparse por quienes están lejos y
descuidar lo cercano. Es un planteamiento obvio y fantasioso a la vez que la
odisea en que se sumen sirva para unir sus voluntades y separar sus
existencias. Algo nos ha rechinado ahí y todas esas reflexiones críticas a las realidades
sucesivas del país que atraviesan (el genocidio indio, la esclavitud, los
votantes elevando a Trump hacia el poder para que construya muros) simplemente
parecen generar demasiados acercamientos al clímax sin alcanzarlo. Claro que
nos indignamos cuando comprendemos lo muy real de muchas de las situaciones que
se muestran. Pero indignarse, no vamos a andarnos con ejemplos, a veces es
simplemente insuficiente.
Otro
protagonista no humano, además del viaje en sí, son los sonidos, el lenguaje
articulado y cualquier otro, de toda índole y procedencia. Resulta curioso
encontrar tantísimo dato sonoro en ese santuario de la incomunicación que es la
propia novela. El lector se pregunta si realmente tanto registro, fichas,
anotaciones, etc. sirve a los personajes para descifrar el mundo o, por el
contrario, les sumerge en un amasijo informe que los mantiene cada vez más confundidos.
Falta la capa
más profunda, el mensaje ético transmitido por la historia pasada y presente,
que se divide en los dos relatos a los que aludíamos más arriba, claramente
diferenciados en el mundo adulto y asimilados como uno solo por ese misterio que
son las mentes infantiles. El de la madre, que concienciada por la pérdida de
las hijas de su amiga, investiga el destino de los niños migrantes, solos y
perdidos en algún lugar indeterminado a este lado de la frontera estadounidense;
el del padre que, como hemos dicho, pretende cubrir lagunas sobre lo ocurrido a
los últimos nativos que se opusieron al poder invasor. De paso se abordan
nuevos códigos morales: vegetarianismo, rechazo al GPS y al plástico, qué
supone hoy ser padre o la demagogia retórica del poder. (“La normativa estadounidense permite expulsar inmediatamente a los
menores mexicanos capturados en la frontera” (…) es como si el autor del
artículo intentara ofrecer algún consuelo diciendo: No se preocupen, al menos
no nos quedamos con los niños mexicanos…) a través de la acción en sí misma
o por medio de reflexiones impagables. Y el elemento metaliterario apoderándose
del texto.
Por el camino,
vamos conociendo retazos de eso que solemos llamar la América profunda, apenas entrevista pero reconocible, y bastante
similar a lo que muestran las películas autóctonas, tanto en los
comportamientos como en ciertos párrafos descriptivos que destacan por su
lirismo.
Y, abarcándolo
todo, la derrota. La de la pareja como tal, pero también la que sufren los
vencidos por la Historia: ausencia de libertad, violencia, miseria,
aislamiento, muerte.
Finalmente,
durante la lectura hemos ido salvando –y admirando– esos párrafos brillantes,
inspiradísimos, que compensaban de alguna forma tanto tiempo muerto, para
acabar enterándonos (gracias al Apéndice final) que Luiselli ha practicado la
intertextualidad por doquier. Es decir, se ha apropiado de los hallazgos de Elliott,
Pound, McCarthy, a medida que le iba conviniendo. Quizá no se pueda hablar de
estafa, pero trampa sí podemos llamarlo.
De plena
actualidad, tanto por los asuntos que trata como por su posmoderno carácter
fragmentario, Desierto sonoro podría
haber sido el gran retrato de una época si su autora hubiese decidido omitir
muchos párrafos prescindibles, olvidarse de demasiados tiempos muertos dejando
solo alguno que considerase representativo y si su afición por las listas
ofreciese un contenido menos anodino, más simbólico. Diría que Luiselli se ha
perdido en un bosque demasiado repleto de árboles que, no obstante, merece la
pena atravesar, porque su estilo desenfadado y aparentemente espontáneo simula
mantener una conversación con los lectores, regalarnos una extensa confidencia
mediante una prosa trabajada a fondo y una estructura irreprochable que
transmiten mensajes tan vigentes como necesarios.
También de Valeria Luiselli: Los ingrávidos, Los niños perdidos
Francesc Bon y Montuenga
El año pasado leí su ensayo gracias a la reseña de Francesc y, así como debo decir que me gustó, también me supo a poco. La temática era, no interesante, necesaria, pero llegué a la conclusión de que el trabajo de la autora quedaba muy justo ante semejante responsabilidad.
ResponderEliminarRecuerdo que su estilo era desenfadado y personal, también que nos contaba algunas escenas de carretera con su pareja. A mí no me molestaba nada de eso; lo encajaba bien, pero este detalle acusaba más esa falta de ambición o aplicación por parte de la autora en las partes más rigurosas que ese trabajo le exigía.
En fin. Que fue una lectura recomendable, tal como dijo Francesc.
Ahora, después de leer vuestra reseña, con ese enfoque que le habéis dado y que me encanta, mal pienso si acaso Luiselli no será una narradora que pegó un "braguetazo" con el tema de la inmigración infantil y, no quiera, o no sea capaz de soltar esa gallina.
Quizá no tanto como eso, pero pienso que ha querido rentabilizar al máximo toda esa labor de investigación, y reconozco que lo ha hecho con gracia aunque, como es lógico, le ha quedado un poco "frankenstein".
ResponderEliminarCada vez que escucho ese apellido que acabas de usar como adjetivo, voy corriendo a la RAE para ver si ya han agregado su nueva acepción:
Eliminar-frankenstein: dícese de parlamentarios locos que hacen parlamentarismo.
Repetiré con Luiselli pero será con otro libro. Muchas gracias a los dos por la reseña. Da gusto leerlos.
Ante todo, mis felicitaciones a los autores de la reseña. Jamás había oído hablar hasta hoy de Valeria Luiselli. No se quién es, dónde nació o vive, que fines persigue. Pero el asunto de la novela es estremecedor, te atraviesa, y me lleva a preguntarme si no seré uno de los tantos que, en cuestiones de esta naturaleza, elige mirar para otro lado.
ResponderEliminarGracias, Montuenga y Francesc!
Hola Montuenga y Francesc, felicidades por la reseña.
ResponderEliminarRealmente es un tema estremecedor, y el discurso de la autora me parece interesante y necesario. Me quede con las ganas de ver a la autora en directo, pues estuvo en Barcelona hace un par de meses dando una conferencia pero no pude asistir. Os la enlazo, por si os puede interesar: https://www.cccb.org/ca/multimedia/videos/valeria-luiselli/232211
Saludos
Marc
No he leído nada de la autora aunque su nombre suena cada vez más en algunos círculos literarios, de hecho creo que el mismísimo Vila-Matas ejerce sobre ella una especie de 'apadrinamiento' a tenor de algunos artículos que he leído al respecto. Tiene buena pinta la novela a tenor de los temas que trata, como comentan por ahí arriba, así que tomaremos nota para un futuro descubrimiento de alguna de las piezas de su obra...
ResponderEliminar*Felididades a las 4 manos, me ha parecido una excelente reseña. Salut!
La entrevistaron en Página Dos hace un par de semanas
ResponderEliminarHola Puma. Por aclarar, "el asunto de la novela" son demasiados. Fuerza la estructura para que quepan todas y no le queda mal, pero profundiza poco. Dónde habla de la migración infantil es en el ensayo que se cita, gran parte de la acción transcurre en un coche, con los niños aburridos, el matrimonio sin comunicarse y una texto bastante anodino. Esa displicencia del marido y la complacencia de ella, quizá por mantener su estatus ("mi marido, mi esposo" repetido mil veces) o quizá por pura inercia, merecería un tratamiento más amplio. Tal como está, le sobran bastantes páginas y quizá le falten otras ( de ahí el "para lectura discontinúa") pero representa la nueva narrativa y tiene unos cuantos méritos (de ahí el "recomendable").
ResponderEliminarHola Marc. Yo no la he visto nunca en directo y estoy segura de que es muy amena y ocurrente, pero si viene por aquí probablemente no vaya a verla. Por cierto, me la perdí en el programa Página 2, que mencionamos en el primer párrafo de la reseña y que el lector anónimo parece no haber leído. Tendré que echarle un vistazo a Youtube.
Bueno, Diego. En este caso, me refiero a fragmentos de texto de diferentes asuntos y géneros literarios no muy bien cosidos entre sí. Pero me parece una buena elección.
Muchas gracias, Krust. Nos encanta que te haya gustado la reseña y que esta te lleve a leer a Luiselli.
Saludos a todos.
Hola; ante todo agradecer a Montuenga que haya contestado más a tiempo los comentarios, y voy a completar sus respuestas. Me gusta mucho dos conceptos que se introducen: Frankenstein como ejemplo de confeccionar en base a retazos algo que parezca original (pues Desierto sonoro acaba pareciendo un collage de crónica, denuncia, novela de viaje, novela de ruptura, incluso cierto lógico aire elegíaco) y ese "exprimir" un tema cuando un autor se encuentra cómodo o se ve a sí mismo acertado en el desarrollo de cierta línea. Bien, sonará impopular y puede que Luiselli tenga esa intención y ello sea del todo aceptable, pero aleja la obra de lo estrictamente creativo o literario, la acerca más a la literatura de denuncia tan en boga hoy en día (cuando parece que el público falto de tiempo o de capacidad de atención necesite textos lo más aglutinadores posibles) que, por tanto, puede tener una utilidad incuestionable, pero también una peligrosa tendencia a la caducidad.
ResponderEliminarPues eso, gracias por los comentarios y, como siempre en estos casos, animar a los lectores a que lean y decidan por sí mismos.