Título original: Gina
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable
Las experiencias vitales a menudo son fuente y origen de historias noveladas. A veces se convierten en autoficción y a veces sirven únicamente de estímulo para escribir una novela donde esos apuntes biográficos son mínimos. En el libro que nos ocupa, Maria Climent, tras su paso por el mundo de la traducción y escritura de artículos en medios culturales, irrumpe en el género de la novela tomando algunas muestras de su vida y construyendo una historia que va mucho más allá de su propia experiencia. Así pues, hay algo de realidad en la historia, pero solo son breves pinceladas que permiten a la autora, en primer lugar, conocer de manera firme el terreno que pisa y, en segundo lugar, hablar sobre aquellos temas que inciden de manera evidente en la construcción de una vida.
Estructurada en tres momentos temporales diferentes, infancia, postadolescencia y madurez, en este breve libro la autora traza un marco vital de evolución y construcción personal, elaborando así un bildungsroman donde las tres partes convergen para completar un recorrido perfectamente equilibrado, respectando el orden cronológico en cada una de sus partes. De esta manera, la narración nos traslada a diferentes momentos de la vida para tratar, a partir de ellas, diferentes experiencias e inquietudes.
El inicio de la novela nos sitúa a Gina, protagonista absoluta de la historia, quien vuelve a su lugar de infancia, en un pueblo pequeño de la zona del Delta del Ebro. En ese retorno a su tierra, y recordando su época de niñez en ella, la autora muestra ya de entrada un estilo narrativo muy cercano, fácilmente identificable por cualquier lector que haya pasado una temporada en un pueblo pequeño lejos de la hiperpoblada urbe. Se nota en ese estilo tan próximo, que la autora conoce de primera mano aquello que narra, pues el retrato que hace de la gente del pueblo exuda una genuinidad y realidad casi palpable; uno se reconoce fácilmente en esas primeras páginas donde la autora, con un estilo cercano y coloquial, sitúa al lector en ese pueblo costero. En ese inicio que rememora el pasado, Gina recupera aquellos recuerdos de un pasado envuelto de añoranza, pero también de melancolía y su estancia sirve de hilo conductor para recorrer su trayecto vital.
Con un estilo próximo y honesto, la autora sabe transmitir esa ilusión de la infancia, donde todo está por descubrir y el mundo se abre ante nosotros como una sorpresa continua, pero también sabe retratar las dudas propias de esa época en la que llegamos a la mayoría de edad sin saber muy bien cómo y donde el futuro está cargado de dudas y el presente de inseguridades. Así, a lo largo de la narración, la autora sabe describir perfectamente ese tránsito que va de la infancia a la edad adulta, pasando por la postadolescencia; un trayecto vital cargado de ilusiones, temores, primeros trabajos y amores, fugaces algunos, más estables otros. Uno avanza por las páginas reviviendo a la vez su propia vida, porque el estilo con el que la autora lo cuenta es como si lo hiciera una amiga, o incluso uno mismo desde su yo de antaño.
Tal es así, que, a lo largo de la narración, se hace patente que Maria Climent se desenvuelve perfectamente en diferentes registros y prueba de ello es observar cómo su narración varía levemente a lo largo del relato, cambiando de tono, aunque manteniendo el estilo consiguiendo de esta manera adaptar la voz narrativa a la edad narrada y ese es uno de los principales logros de la autora. Así podemos ponernos fácilmente en la piel de la Gina preadolescente, pero también en la visión postadolescente a los veinte años y en su edad actual, siempre manteniendo la calidad narrativa con una elección precisa y delicada de las palabras, sin forzar el lenguaje, transmitiendo proximidad y calidez.
Pero esa calidez, acompañada de la inevitable candidez adolescente cambia totalmente de registro hacia la mitad del libro, y la historia cambia de tono cuando la vida se le tuerce y es entonces cuando la vida alegre de Gina se mueve en terrenos más tristes. Y es en esos terrenos donde, al dejar de lado la vis más cómica o alegre de la narración, la prosa de María Climent sobresale, y lo hace de manera magistral, porque es cuando la autora trata sobre la tristeza y el dolor, donde deja salir todo aquello contenido y habla desde la profundidad de quien lo siente propio, de quien en en alguna ocasión ha sufrido en sus propias carnes ese estado de abatimiento que no deja moverte ni respirar, viviendo como «vistiendo con una manta mojada» y afirmar, de manera completamente honesta, que «a la tristeza no tienes que entregarle la vida entera, solo hacerle un lugar en todos los espacios de la casa, como a uno más de la familia». La emotividad y profundidad que destila el texto genera una empatía directa con Gina, y su narración nos pone en su piel y nos hace reflexionar, no únicamente sobre lo que le ocurre, sino también a encontrar en ella aquellos episodios vividos en nuestra propia experiencia. El texto sirve como espejo, de nuestra vida y nuestros sentimientos, y el estilo en el que está narrado nos invita a una proximidad anímica que redondea un relato que se muestra real, certero y totalmente reconocible.
En esta novela cálida y sensible, la autora nos habla de la enfermedad, de ilusiones, de amor, de tristeza, de esperanza, de maternidad... y lo hace sin acercarse demasiado al drama, sino desde la vitalidad y una mirada que no causa desasosiego en el lector sino esperanza y luz al final del túnel que a menudo viene envuelta de un círculo pequeño de grandes amistades. Amistades como Franziska, que ejerce de voz de la consciencia luchadora desde su apoyo psicológico, o Elizabeth, desde su madurez vital, la voz de la experiencia que se viste de anhelo, por idolatría, por querer convertirse en alguien como ella. Con todos estos mimbres Maria Climent construye un bildungsroman que parte de la deconstrucción para su posterior recomposición. Una recomposición que atañe a una vida, pero también a uno mismo y, partiendo del desespero, inunda el relato de una esperanza obtenida a través de muchos tropiezos, pero evitando el definitivo.
Habrá quien piense que la autora arriesga poco en esta novela, pues la historia no tiene un planteamiento excesivamente innovador o rompedor, pero en este caso no le es necesario para lo que pretende explicar, pues su contundencia viene precisamente de tratar una vida corriente, como podría ser la de cualquiera de nosotros. De esta manera, la potencia de este relato reside en aquellas reflexiones que va dejando mientras avanzamos en la vida de Gina, porque más que la historia en sí, es la intensidad de la certeza en aquello que afirma, en la realidad que desborda en sus intentos de comprender una vida que no sabe cómo encajar. Y es en ese perpetuo y continuo estado de reflexión, donde el estilo de la autora rebosa de sentimiento, sin caer en ningún momento en algo lacrimógeno o sentimentaloide, sino en una sensación íntima de saber que aquello que narra es cierto, haciendo totalmente creíble ese estado de ánimo que parece desmoronarse por momentos, pero que, por las amistades o incluso por ella misma, siempre acaba encontrando un punto de agarre, no para aferrarse al presente, sino para coger impulso hacia un futuro mejor.
Estructurada en tres momentos temporales diferentes, infancia, postadolescencia y madurez, en este breve libro la autora traza un marco vital de evolución y construcción personal, elaborando así un bildungsroman donde las tres partes convergen para completar un recorrido perfectamente equilibrado, respectando el orden cronológico en cada una de sus partes. De esta manera, la narración nos traslada a diferentes momentos de la vida para tratar, a partir de ellas, diferentes experiencias e inquietudes.
El inicio de la novela nos sitúa a Gina, protagonista absoluta de la historia, quien vuelve a su lugar de infancia, en un pueblo pequeño de la zona del Delta del Ebro. En ese retorno a su tierra, y recordando su época de niñez en ella, la autora muestra ya de entrada un estilo narrativo muy cercano, fácilmente identificable por cualquier lector que haya pasado una temporada en un pueblo pequeño lejos de la hiperpoblada urbe. Se nota en ese estilo tan próximo, que la autora conoce de primera mano aquello que narra, pues el retrato que hace de la gente del pueblo exuda una genuinidad y realidad casi palpable; uno se reconoce fácilmente en esas primeras páginas donde la autora, con un estilo cercano y coloquial, sitúa al lector en ese pueblo costero. En ese inicio que rememora el pasado, Gina recupera aquellos recuerdos de un pasado envuelto de añoranza, pero también de melancolía y su estancia sirve de hilo conductor para recorrer su trayecto vital.
Con un estilo próximo y honesto, la autora sabe transmitir esa ilusión de la infancia, donde todo está por descubrir y el mundo se abre ante nosotros como una sorpresa continua, pero también sabe retratar las dudas propias de esa época en la que llegamos a la mayoría de edad sin saber muy bien cómo y donde el futuro está cargado de dudas y el presente de inseguridades. Así, a lo largo de la narración, la autora sabe describir perfectamente ese tránsito que va de la infancia a la edad adulta, pasando por la postadolescencia; un trayecto vital cargado de ilusiones, temores, primeros trabajos y amores, fugaces algunos, más estables otros. Uno avanza por las páginas reviviendo a la vez su propia vida, porque el estilo con el que la autora lo cuenta es como si lo hiciera una amiga, o incluso uno mismo desde su yo de antaño.
Tal es así, que, a lo largo de la narración, se hace patente que Maria Climent se desenvuelve perfectamente en diferentes registros y prueba de ello es observar cómo su narración varía levemente a lo largo del relato, cambiando de tono, aunque manteniendo el estilo consiguiendo de esta manera adaptar la voz narrativa a la edad narrada y ese es uno de los principales logros de la autora. Así podemos ponernos fácilmente en la piel de la Gina preadolescente, pero también en la visión postadolescente a los veinte años y en su edad actual, siempre manteniendo la calidad narrativa con una elección precisa y delicada de las palabras, sin forzar el lenguaje, transmitiendo proximidad y calidez.
Pero esa calidez, acompañada de la inevitable candidez adolescente cambia totalmente de registro hacia la mitad del libro, y la historia cambia de tono cuando la vida se le tuerce y es entonces cuando la vida alegre de Gina se mueve en terrenos más tristes. Y es en esos terrenos donde, al dejar de lado la vis más cómica o alegre de la narración, la prosa de María Climent sobresale, y lo hace de manera magistral, porque es cuando la autora trata sobre la tristeza y el dolor, donde deja salir todo aquello contenido y habla desde la profundidad de quien lo siente propio, de quien en en alguna ocasión ha sufrido en sus propias carnes ese estado de abatimiento que no deja moverte ni respirar, viviendo como «vistiendo con una manta mojada» y afirmar, de manera completamente honesta, que «a la tristeza no tienes que entregarle la vida entera, solo hacerle un lugar en todos los espacios de la casa, como a uno más de la familia». La emotividad y profundidad que destila el texto genera una empatía directa con Gina, y su narración nos pone en su piel y nos hace reflexionar, no únicamente sobre lo que le ocurre, sino también a encontrar en ella aquellos episodios vividos en nuestra propia experiencia. El texto sirve como espejo, de nuestra vida y nuestros sentimientos, y el estilo en el que está narrado nos invita a una proximidad anímica que redondea un relato que se muestra real, certero y totalmente reconocible.
En esta novela cálida y sensible, la autora nos habla de la enfermedad, de ilusiones, de amor, de tristeza, de esperanza, de maternidad... y lo hace sin acercarse demasiado al drama, sino desde la vitalidad y una mirada que no causa desasosiego en el lector sino esperanza y luz al final del túnel que a menudo viene envuelta de un círculo pequeño de grandes amistades. Amistades como Franziska, que ejerce de voz de la consciencia luchadora desde su apoyo psicológico, o Elizabeth, desde su madurez vital, la voz de la experiencia que se viste de anhelo, por idolatría, por querer convertirse en alguien como ella. Con todos estos mimbres Maria Climent construye un bildungsroman que parte de la deconstrucción para su posterior recomposición. Una recomposición que atañe a una vida, pero también a uno mismo y, partiendo del desespero, inunda el relato de una esperanza obtenida a través de muchos tropiezos, pero evitando el definitivo.
Habrá quien piense que la autora arriesga poco en esta novela, pues la historia no tiene un planteamiento excesivamente innovador o rompedor, pero en este caso no le es necesario para lo que pretende explicar, pues su contundencia viene precisamente de tratar una vida corriente, como podría ser la de cualquiera de nosotros. De esta manera, la potencia de este relato reside en aquellas reflexiones que va dejando mientras avanzamos en la vida de Gina, porque más que la historia en sí, es la intensidad de la certeza en aquello que afirma, en la realidad que desborda en sus intentos de comprender una vida que no sabe cómo encajar. Y es en ese perpetuo y continuo estado de reflexión, donde el estilo de la autora rebosa de sentimiento, sin caer en ningún momento en algo lacrimógeno o sentimentaloide, sino en una sensación íntima de saber que aquello que narra es cierto, haciendo totalmente creíble ese estado de ánimo que parece desmoronarse por momentos, pero que, por las amistades o incluso por ella misma, siempre acaba encontrando un punto de agarre, no para aferrarse al presente, sino para coger impulso hacia un futuro mejor.
Encuentran el libro apto para una adolescente de 17 años, en el sentido de la facilidad de lectura y sobre todo, comprensión del texto?
ResponderEliminarHola, anónimo/a.
ResponderEliminarRespecto a tu pregunta, tal y como la planteas, sí. Estilísticamente es perfectamente apto, pues se lee con facilidad y no es nada complejo. Cabe indicar que la versión en catalán está escrito con la manera de hablar de la zona del delta del Ebro, por lo que para un lector acostumbrado al catalán central puede sonar algo diferente, aunque no hay dificultad en su comprensión (son pequeños matices). Si se lee en castellano entiendo que eso ya no ocurriría.
Acerca de su contenido/temática, también puede ser interesante aunque un público más adulto disfrutará más de su lectura y entenderá mejor el libro, pues trata temas que a los diecisiete años pueden quedar aún lejos: maternidad, enfermedad, etc.
No sé si te he respondido como esperabas, aunque espero haberte ayudado.
Saludos
Marc
Hola! Buenas noches, muchísimas gracias por el consejo. Respecto al idioma, somos de Madrid, por lo que lo leerá en castellano, pero lo tengo en cuenta para posibles regalos a amig@s catalan@s.
ResponderEliminarRespecto a la temática, digamos que me vale porque es precisamente lo que busco. Es una persona introducida en la lectura y mi deseo con este libro es abrirle la mente poniendo estos temas en su camino mediante un libro para hacerla recapacitar.
Muchas gracias de nuevo y un fuerte abrazo.
Por cierto, mi nombre es Alejandro.
Hola, Alejandro.
ResponderEliminarParece que buscas algo muy concreto, no sé muy bien si el libro encajará con ello pero sí finalmente te decides por él espero que sirva de ayuda.
Saludos, y gracias a ti por leernos.
Marc