Idioma original: español
Año de publicación: 2017
Valoración: recomendable
Año de publicación: 2017
Valoración: recomendable
La pequeña e insignificante historia por la que acabo leyendo y reseñando este libro igual sea digna de mención o, incluso, sirva de ejemplo para asumir como, inconscientemente, adoptamos ciertas actitudes. Y uso el plural de forma esperanzada. Espero no haber estado solo en lo de mostrar ciertos prejuicios demasiado cercanos a estereotipos bastante reprobables que leer este libro va a ayudarme a superar. No tuvo paciencia su autor cuando le interpelé sobre las intenciones de su publicación ni nada. Porque me había negado en redondo (como si fuera uno de esos bisoños esperanzados en que yo vaya a prestar atención a la enésima esperanza blanca de la novela histórica) a aceptar su ofrecimiento y, repito, le interpelé de una manera que me avergüenza ahora. Porque me repugna la literatura de autoayuda y su prima hermana la de superación. Y esa repugnancia tiene algo de superioridad que no está permitido en ciertos ámbitos. No es discriminación positiva.
Es que tengo claro que ciertos escritores (espacio en blanco para sugerencias) son unos mastuerzos, pero esa convicción no puedo extenderla a todos los ámbitos.
Raúl Gay escribió este libro para exponer cómo es la vida de una persona con una rara afección llamada focomelia que afecta gravemente al desarrollo de las extremidades. Lo escribió con esa intención rasa y llana. Explicar, mostrar esas condiciones físicas que dificultan su existencia dentro de un mundo diseñado para lo que el llama bípedos. No regodearse en ello ni someternos a un ejercicio que acabe sumiéndonos en un oleaje de arrepentimiento, no provocar lástima ni exaltar a los lectores provocando esas fugaces reacciones tras las cuales uno se apunta a una ONG. No creo que el autor quiera eso. En algunos momentos este libro lo explica con una contundencia transparente y con frases certeras. Puedo ser feliz, pero me cuesta más. Dolores, dinero, incomodidades, aguantar las caras raras de la gente, la condescendencia, todo eso, los aspectos logísticos de adaptar el mundo a sus condiciones. Lo hace con gracia, a veces con cierto sentido del humor negro que se agradece, aunque siempre marcando las distancias respecto a la actitud en que otros en sus mismas circunstancias negocien con su condición. Se ríe abiertamente de la curiosa obsesión de la corrección política a la hora de nombrar al colectivo. Una especie de huida permanente por la vía burocrática de cualquier término que implique defecto. Y acuña ese término, retrón, para apelarse a sí mismo, una especie de broma o de definición alternativa a tanto eufemismo. Habla claro, escribe claro y concienciado de que su situación es difícil, pero hay quien está peor y no tiene la oportunidad de explicarlo, de escribir un libro que lo divulgue. Lo hace en un tono que se aleja constantemente de la autocompasión, del victimismo, de atribuirse a sí mismo la condición de ejemplo o espejo para nadie. Explica sensaciones más que sentimientos, se muestra como lo que es, una persona para la cual una existencia en normalidad requiere esfuerzos adicionales o directamente renuncias. Sus experiencias no son muchas veces agradables, el libro contiene pasajes bastante descriptivos de los duros procesos con constantes entradas en quirófano para domar sus piernas. Los cuidados de que precisa para cuestiones básicas y la importancia de la ayuda tanto de las personas de su entorno como de los mecanismos oficiales. Nadie va a llorar al leer este libro. Bravo. No sé si hablamos de literatura exactamente, me tomé la libertad de preguntar a su autor si anda en otro tipo de proyectos y dijo que claro, y estaré atento porque Raúl Gay sabe transmitir una actitud con lo que escribe que no es la de alguien obsesionado en despertar compasión. Quizás yo hubiera evitado esa estructura por capítulos en busca de cierta exhaustividad, un ambiente algo ajeno de expediente, cierta obsesión en no dejarse nada en el tintero a la hora de hablar de su experiencia, momento en el que el libro me ha resultado algo planificado. Prefiero esos capítulos largos, con el autor desenfrenado y locuaz. Pero en fin: un aragonés que no se lamenta de cada hecho de su vida, un ser marcado por una crueldad del azar (o de la genética) que no aprovecha para vendernos nada, un escritor que menciona hechos cotidianos de su vida que merecen ser descritos. Vilas, Rhodes, Knausgard: en este territorio, Raúl Gay os golea.
El plural lo usas de manera acertada: no estás solo a la hora de caer en prejuicios de ese tipo.
ResponderEliminarPero no creo que la repugnancia para con la autoayuda o la superación sean a causa de la "superioridad" que podemos sentir, posiblemente es todo lo contrario. Nuestra actitud responde más a un acto de rebeldía ante la mercadotecnia del utilitarismo y conductismo. Un mecanismo de defensa contra la psicología positiva que "sabe" cómo debemos sentirnos.
Sea por lo que fuere, comparto tu reflexión sobre lo que nos perdemos al llevar esta convicción a todos los ámbitos.
Felicitaciones por la reseña.
Por lo demás, felicitaciones al autor por escribir su libro, divulgarlo y todas esas cosas para los que algunos no tenemos capacidad.
Por lo menos de lo de ser gay tiene posibilidades de cura, según la ultraderecha...
ResponderEliminar(Es broma, eh? No me crucifiquéis... aún)
Este chico sustituyó a Echenique en las Cortes de Aragón y a raíz de eso (y con la coña de "a disfuncional muerto, disfuncional puesto") le entrevistaron en "La Vida Moderna". El tío demostró, pese a lo jodida de su situación, mucho sentido del humor. Si algo de esto ha conseguido trasladarlo al libro, merecerá la pena.
ResponderEliminarAquí está en enlace de la entrevista: https://www.youtube.com/watch?v=eQ4wsQDtFO0
Hola:
ResponderEliminarLa reseña me ha gustado mucho, pero no iba a comentar nada, hasta que he visto el chiste de Juan. De verdad, qué poca sensibilidad y respeto al colectivo LGTBIHJQ. Seguro que de pequeño oías cintas de Arévalo en el coche. Machirulo!!
Todo desde el cariño y el positivismo
Saludos
Oía y oigo... ¿es que no se nota?
EliminarMuchas gracias a Francesc por esta reseña y por haber aguantado mis primeros mails :)
ResponderEliminarLo del apellido me lo han dicho tantas veces... jajaja Menos mal que en los 80 no sabíamos inglés.
Un honor star en este blog, al que tantas veces he acudido buscando inspiración para descubrir nuevos libros. Y lo de que goleo a Vilas y demás escritores... me da que no (¿no has leído que no tengo rodillas xd?). En serio, es de lo más bonito que han dicho de Retrón. Gracias, de verdad.
Gracias por los comentarios: si hubiera detectado una migaja de mercantilismo aquí, el libro no estaría. Creo que es un testimonio ejemplar justo por sus pocas pretensiones de serlo.
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