Título original: Nouvelle histoire de Mouchette
Traducción: Jesús Ruiz
Año de publicación: 1937
Valoración: Bastante recomendable
Georges Bernanos fue un autor un poco especial. No era muy frecuente en las primeras décadas del siglo pasado encontrar fuera de España escritores que hiciesen gala de sus convicciones religiosas, incluso por encima de su ideología más o menos conservadora, y que además las proyectasen en su obra. En Francia, nuestro Bernanos hizo tándem con François Mauriac (siempre se les cita juntos) y algo más lejos en el espacio y en el tiempo tenemos también a Graham Greene, por ejemplo. Es curioso observar cómo con frecuencia cuando esa profesión de fe católica se traslada a la literatura lo hace para plantear dudas o contradicciones, como si fuese necesario ponerla permanentemente a prueba, revisar las certezas, confrontarlas con el entorno.
Aunque no siempre es así. En concreto Bernanos tiende más bien a plantear conflictos en los que la religión, por sí misma o a través de la Iglesia o alguno de sus ministros, se enfrenta al Mal en alguna de sus formas. En Nueva historia de Mouchette, sin embargo, la cosa es un poco diferente. Si nos ceñimos a este esquema, puede decirse que el Mal está también presente, pero en este caso no solo no habrá cura que lo frene, sino que en una imagen brevísima (apenas un par de líneas) el sacerdote que asomaba por el escenario de la acción sencillamente pasa de largo, un detalle que fácilmente puede pasar inadvertido, pero que seguro que los exégetas de Bernanos valorarán en su justa medida.
Pero como aquí nos interesa más el libro en su conjunto, no nos detendremos más en esos asuntos de conciencia. Nueva historia de Mouchette es la narración de un episodio muy breve, apenas una noche y la mañana siguiente, en el que, enlazando un poco con lo que apuntaba antes, el protagonista absoluto es el Mal. El Mal se encarna en facetas diversas –la miseria, la soledad, la violencia, la mentira- y todas ellas se vierten sobre una chica de catorce años. Tampoco vayamos a creer que la niña es justo el reverso de aquellas calamidades: ni pureza, ni ternura, ni alegría infantil, Mouchette es como un animal perseguido, que en fondo busca cariño y paz, claro está, pero que se muestra huidizo, desconfiado y hasta agresivo con todo lo que le rodea. Como para no.
La andrajosa Mouchette es objeto de desprecio en el colegio, y su absoluta inadaptación (entre sus compañeras y por supuesto frente a la maestra) se manifiesta con otro pequeño pero impactante detalle: la niña odia la música. Es algo realmente raro, pocos personajes de ficción (y seguramente pocas personas reales) encontraremos que odien la música, más aún en la forma furiosa que muestra Mouchette. Es como otro signo del Mal, parece decir Bernanos, nadie puede sentir de esta forma si no lleva algo muy negro, bien en su interior o bien sobre su espalda.
En el trayecto desde el colegio hasta su casa se inicia el tronco de la narración. Mouchette se ve sorprendida por una tormenta, se pierde en el bosque y se refugia en una cabaña, donde encuentra a Arsène, un joven cazador furtivo que, muy borracho, le confiesa haber cometido un crimen. La noche de la cabaña está narrada casi en su totalidad desde la conciencia de Mouchette. Bernanos apenas cuenta hechos, va describiendo las sensaciones de la muchacha, sus temores, sus dudas, la compasión, el deseo o la desconfianza. Sin llegar a ser un monólogo interior, es ese flujo de sensaciones la principal fuente de información del lector. Aun admitiendo que en la prosa de Bernanos hay una cierta tendencia a la perífrasis, y pese a que la traducción tampoco ayude a una lectura ágil, esta parte de la narración me parece que en general está resuelta de forma soberbia, hay una corriente de tensión que puede tocarse, pero el autor se cuida de no poner las cosas en claro y es el lector quien tiene que sacar sus conclusiones. Al menos, de momento.
En lo que podríamos llamar el segundo acto bajamos todavía un peldaño más, cuando la chica regresa finalmente a su casa y se encuentra el panorama habitual: en la choza miserable, la madre gravemente enferma ni siquiera puede cuidar del más reciente de sus varios vástagos (un bebé cuyos alaridos nadie puede soportar), mientras el padre pasa la noche emborrachándose en la taberna. No se ahorra crudeza Bernanos, lo que antes fue elipsis ahora es una especie de escapada hacia el naturalismo, se revuelca en el barro de la desesperación, como nos cuenta que hace -literalmente- la propia Mouchette. Sabemos de la vida infame de la madre, siempre a la espera del borracho, con quien llegan imprecaciones y a veces golpes. Hay dinero para alcohol pero no para un médico que al menos alivie sus dolores. La relación de la madre con la niña tampoco es fácil: la mujer nunca fue cariñosa ni cercana, y ahora que parece dulcificarse, Mouchette mantiene la distancia y el recelo. Con un registro diferente e impregnada de sordidez, esta segunda secuencia resulta también impresionante.
No así el tercio restante del libro. Si antes contemplamos cara a cara las miserias que rodean a la adolescente, ahora vamos a contemplar el entorno, el pueblo. Ya se sabe, habladurías y murmuraciones, reproches mezclados con algún destello de piedad, la vieja necrófila que pone a Mouchette frente al espejo del mal que la rodea. Sin embargo, todo esto no termina de ensamblar bien con lo anterior, el relato se desliza por uno y otro camino sin que el autor parezca tener muy claro lo que quiere contar. Hay momentos brillantes, como cuando la protagonista de golpe parece haberse sacudido la infancia, tira de orgullo y planta cara, aunque de forma muy fugaz y seguramente ocultando un sentimiento de derrota; o aquel paso de largo del cura que decía al principio, con el que la religión no será esta vez arma contra el mal que parece triunfar. Pero sorprende la endeblez de la narración, como si Bernanos hubiera perdido el hilo y, aún peor, hubiera desconectado de la historia. Tímidamente se intenta recuperar la tenue trama anterior de los furtivos, sin que sirva para reconducir el argumento ni inyectarle nuevo vigor. Y así se precipita hacia un final estéticamente bien resuelto pero que deja la sensación de oportunidad perdida, de haber abandonado un buen relato con precipitación al no encontrarle otra salida más airosa.
Es en definitiva un libro que, no obstante su brevedad, resulta sumamente irregular, con momentos de una potencia descomunal, registros diversos pero manejados con igual maestría, que termina sin embargo como dejándose llevar, desprendida del brío y la contundencia exhibidos en las páginas anteriores. Es de esas obras que por haber podido ser redondas resultan difíciles de valorar, y que pese a todo creo que merece la pena dedicarle un rato, porque tiene aspectos de verdad muy interesantes.
Muy recomendable la película basada en este libro: "Mouchette" de Robert Bresson (1967).
ResponderEliminarNo conozco la película, pero gracias por la recomendación.
ResponderEliminarUn saludo, Rochester.
Hola, compañero:
ResponderEliminarMuy interesante la reseñw, aubque la novela no me atrae demasiado. Sobre la cuestión que mencionas de losxescritores abiertamente católicos, yo distinguiría entre los católicos "de nacimiebto", como sería Bernanos, supongo, o Anthony Burgess y los convertidos al catolicismo, que suelen tener menos dudas al respecto: Chesterton, claro, Greene, Evelyn Waugh y también Muriel Spark, que me parece un caso curioso, pues siendo hija de judío y presbiteriana se hizo católica yade adulta y que yo sepa no abandonó el seno de la Iglesia, pero sus novelas dejan poco espacio a la idea de un dios misericordioso o incluso son claramente anticlericales (o antimonjiles, mejor dicho), como "La abadesa de Crewe".
Perdón por el rollo y un saludo.
No, compañero, ningún rollo, precisamente Bernanos tiene esa etiqueta de "católico" y lo pone muy de relieve en sus obras. Es lo que decía que me llama mucho la atención, aunque en esta obra es quizá donde menos se aprecia,o al menos en su capa más superficial.
ResponderEliminarSaludos!