Título original: Синяя кровь
Año de publicación: 2011
Valoración: Muy recomendable
“Y los sueños… ¿Qué le queda al hombre ruso si lo privas de la India? ¿De los dulces violines? Los sueños son tan necesarios como las vacas, sin ellos no sobrevives…” *
Aunque el título pueda inducir a error, esta novela no es
ninguna crítica a una aristocracia –por otra parte, inexistente en Rusia en los
años que tiene lugar la acción– pues su sentido es del todo metafórico. Sobre
la sangre azul se dice:
“Dominar los corazones exige poseer fuerza, una fuerza especial. Una fuerza que suelen tener aquellos que son desalmados, las personas de helada sangre azul.”
“La sangre roja, caliente, sube a la cabeza, inspira ideas e imágenes, y a veces lleva a la locura. La sangre azul, helada, es la maestría, el dominio, el cálculo…”
“Solo una persona puede obligar a esa multitud a hacer lo que él desea. Un hombre de helada sangre azul”. *
Es la sangre de quienes ostentan el poder pero también de
los que resisten los embates de la vida. Gotas de helada sangre azul corren por
las venas de la protagonista. También por las de su segundo marido, el general
Jolúpiev, miembro de una dinastía singular. En torno a Jolúpiev-padre gira una
de las leyendas más sugestivas del relato, su nieto acabará interpretando un papel
fundamental en el destino de unas cuantas personas.
Pero no adelantemos acontecimientos. El texto íntegro se
puede interpretar como una gran matrioshka
en cuyo interior se alojan otras muchas –la de Hanna entrando en el buque
Hyderabad vestida de novia para presenciar una escena terrible, la de los
hermanos verdugos, la Bella Durmiente, el Batallón de los Leprosos encabezado
por Aleksandr, padre de Ida, la de su mujer, la Potranca, la de Zhgut, el
niño-rata, la de los músicos que mueren congelados porque nadie les permitió
descansar, la de las tórtolas, la de aquella nevada sangrienta, y otras muchas
a cual más evocadora y simbólica– con una protagonista directa o indirecta, Ida
Zmoiro.
Alrededor de ella desfila una multitud de personajes –cuya descripción
a veces raya la caricatura y hasta se acerca al esperpento valleinclanesco (“…calzaba unos zapatos deteriorados que se
habían deformado tiempo atrás y hacían pensar en las pezuñas de un animal
prehistórico, en unas pezuñas que se estaban pudriendo”) que pululan por la
trama principal o por las secundarias componiendo un microcosmos que, aunque
presentado por un narrador-testigo, se transmite en forma de panorámica, como
si el lector contemplase la localidad de Chúdov, Moscú, incluso algún lugar de
Europa, desde algún punto fuera del planeta. Esa sensación de distancia, que
nos muestra a los personajes como hormigas apasionadas y afanosas, no se
produce únicamente por su carácter semi-coral, también por un enfoque muy
particular que no se detiene en descripciones de lugares o escenas concretos,
pues su estrategia es ir al grano, enfrentándonos con la mayor contundencia a
los hechos mediante constantes giros argumentales que no dan tregua al lector.
Para acabar de complicarlo, bajo un aparente orden cronológico se esconde un
rompecabezas que cada uno debe interpretar por sí mismo.
Esta epopeya humilde, sin la grandeza de las gestas
heroicas no sería lo que es si diese la espalda al elemento mágico. A través de
él, Buida sobrepasa el tiempo y desborda la lógica para trasladarnos su visión
sobre el carácter de las personas, acontecimientos universales y locales, el
pasado y el futuro, mejor de lo que le permitiría el realismo más estricto.
Para embarcarse en su lectura hace falta despojarse de prejuicios y recuperar
esa mirada infantil que se enfrentaba con naturalidad a monstruos, jardines
encantados y hadas madrinas, aunque como es lógico lo que vamos a encontrar
aquí es mucho menos amable.
A todo esto ¿quién es Ida Zmoiro? Su amigo Kabo dice de
ella que todo lo que posee y lo que le falta se debe a su faceta de actriz. De
ahí esa constante actitud didáctica y protectora que la distingue del resto.
Pues “un actor no es un solo mundo, es un
cruce de mundos, el actor nace y existe en la frontera de los mundos porque tal
como es, no es nadie”. “Los actores
no son del todo humanos, hay que aceptarlo.” Con esto entendemos que la
auténtica función de Ida Zamoiro en esta novela consiste en ser un simple
receptáculo de historias, la encrucijada donde convergen el pasado el presente
y el futuro- Se trata de metaliteratura en estado puro personificada en una
mujer singular. Una mujer que ve segada una prometedora carrera de actriz
debido a una huella indeleble en el rostro, que lee febrilmente en ciertas
épocas y retiene en la memoria las grandes obras dramáticas, estéril con
conciencia de serlo (una de sus lecturas es, precisamente, Yerma). Helada sangre azul
es la crónica de su lucha constante –la de ella y en realidad la de todos
nosotros–, primero por satisfacer sus ideales, después por preservar su
identidad, finalmente por sobrevivir en medio del caos.
Los hechos tienen lugar durante el mandato de Stalin (la
mayor parte) y de Jruschov, con todo lo que ello significa, hasta la
destitución de este y más allá. El receptáculo que aloja a ese enjambre de seres
que se casan, se divorcian y mueren todo el tiempo es la pequeña y mísera localidad
de Chúdov –que, según creo, es Milagro
en ruso–, con su concreta cartografía, su consistencia real y hasta prosaica,
que funciona también como territorio mítico dónde cualquier cosa puede ocurrir Moscú,
omnipresente en el imaginario de sus habitantes, representa el paraíso al que
solo llega quien triunfa. Se alude también al extranjero, como tierra de
perversión desconocida y ajena, que tienta en un principio y la que se renuncia
más pronto que tarde.
Una trama conmovedora que transcurre a velocidad de vértigo
–aunque sobre ciertos motivos se vuelva una y otra vez en un esquema rítmico
con un contenido algo canalla, y a pesar de todo poético– obligándonos a
prestar más atención que de costumbre. Un derroche de historias que se irán
transformando en recuerdos hasta que suceda eso que el narrador, Alex, denomina
la facultad rusa de olvidar o hasta
que se produzca el definitivo ajuste de cuentas.
(*) Traducción de Yulia Dobrovolskaya
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