Idioma original: portugués
Título original: Viagens na minha terra
Traducción: Martín López-Vega
Año de publicación: 1846
Valoración: interesante
Me pregunto si alguno de los aquí (virtualmente) presentes conoce a Almeida Garret, un autor fundamental para entender la literatura, la cultura e incluso la política portuguesa del siglo XIX, pero que ha tenido bastante poca fortuna fuera de sus fronteras. Me pregunto incluso si mucha gente que ha estado en Lisboa, y que ha escalado la rua Garrett para llegar a la Brasileira y sacarse la foto con Pessoa, sabrá quién es ese Garrett que da nombre a la calle; o si quienes admiran el Teatro Dona Maria II en la plaza de Rossio sabrán que ese teatro no existiría si no fuera por Almeida Garrett, el gran promotor del rejuvenecimiento del teatro portugués...
Bueno, pues Almeida Garrett (o con su nombre completo, João Baptista da Silva Leitão de Almeida Garrett) fue un hombre del Renacimiento en pleno Romanticismo: revolucionario, escritor, político, diplomático, gestor cultural, periodista o dandy (aunque algo dado a enamorarse de adolescentes), Almeida Garrett jugó un papel esencial a la hora de promover una recuperación del teatro portugués (no solo con la teoría sin con la práctica, fundando y regulando los teatros, recuperando autores clásicos y escribiendo sus propias obras). Fue, además, poeta, autor de ensayos fundamentales como Portugal en la balanza de Europa y también de novelas como El arco de Santa Ana.
Y de estos Viajes por mi tierra que fueron un día lectura obligatoria en las escuelas, aunque ya no lo son (y quizás con buen motivo).
Los Viajes de Almeida Garrett tienen tres modelos citados en el propio texto: Xavier de Mestre y sus Viaje alrededor de mi cuarto; el Quijote y el Tristram Shandy. Con esos moldes, está claro lo que tenía que salir: más una sátira o una parodia que una historia de viajes propiamente dicha. El propio objeto de la obra (un modestísimo viaje desde Lisboa hasta el Ribatejo) ya contrasta con las grandes narraciones de viajes al Oriente, a África o a la Amazonia, por dar solo tres ejemplos clásicos. Y también la forma de contar la historia, en la que en realidad el viaje importa más bien poco, contrasta con el supuesto género de la narrativa de viajes en el que se inscribe.
Porque Almeida Garrett, siguiendo de cerca a Xavier de Mestre (a quien cita desde el epígrafe) viaja más a través de la imaginación, la digresión o el recuerdo, que propiamente con los pies. Así, el texto se convierte en un laberinto o una selva, en la que caben reflexiones sobre Camões, sobre la situación política de Portugal, sobre la política agraria del Marqués de Pombal o sobre el Quijote de Cervantes, y una multitud de guiños y reconvenciones a un lector al que se quiere al mismo tiempo atento y desconfiado, divertido y confuso por las vueltas, retrocesos y paradas que da el texto.
De hecho, quizás siguiendo esta vez a Cervantes, casi toda la segunda mitad de la obra está ocupada por una "novela intercalada": la historia de amor entre Joaninha ("la chica de los ruiseñores") y su primo Carlos, que a su vez le sirve a Almeida Garrett para contraponer el personaje de Frey Dinis (un fraile viejo y conservador) con Carlos (un joven liberal que acabará convertido en barón, o sea, en una nueva forma de fraile). Esta historia de amores, desamores e identidades ocultas tiene su punto entrañable, aunque también su punto desfasado; aunque Almeida Garrett desbarraba contra el romanticismo exaltado, lo cierto es que su sensibilidad era en sí misma romántica.
¿Por qué decía que a lo mejor ha sido bueno sacar Viajes por mi tierra del currículo de lecturas obligatorias en las escuelas? ¿Y por qué le doy un "interesante" y no un "recomendable"? Pues porque este es uno de esos libros que, con el paso de los años, se ha convertido más en un monumento que en una obra de disfrute; cabe leerlo, admirarlo, analizarlo, reírse con ciertas ocurrencias del autor, saltar unas cuantas páginas... pero no ofrece el tipo de placer que puede atrapar a lectores adolescentes, sobre todo porque para entender muchos de sus guiños se exige una cultura literaria bastante amplia. Aunque tenga su gracia y una indudable inteligencia en su estructura, su lectura a ratos se hace lenta y ardua.
En cualquier caso, Garrett merece su reconocimiento y su lugar en la memoria literaria de Portugal, y quizás algo más. No hay muchos individuos que hayan conseguido, ellos (casi) solos, levantar un teatro nacional de sus escombros. Espero que algunos de nuestros lectores, cuando suban por la rua Garrett en dirección a la Brasileira para sacarse una foto con Pessoa, se acuerden de esto, y recen una oración (laica, literaria) por el alma del bueno de Almeida Garrett.
Más que interesante, diría yo, atendiendo a lo que comentas del libro. Lo apuntaré a mi lista de libros pendientes.
ResponderEliminarSaludos.