Idioma original: Inglés
Traductora: Blanca Rivera
Año de publicación: 2008
Valoración: Recomendable para interesados
Don Thompson, economista y profesor de empresariales, revela en El tiburón de 12 millones de dólares los entresijos del mercado del arte contemporáneo. Lo hace de forma amena y cínica; salpican su texto divertidas anécdotas y alguna que otra maliciosa observación.
Thompson me ha parecido una persona implicada en la situación, que dispone de conocimientos que van más allá de su disciplina y que la mayor parte del tiempo sabe de lo que habla. Aún y así, no siempre coincido con él. Mi mayor problema con el autor (y, por extensión, con su ensayo) reside en algunas de sus apreciaciones. Así pues, primero que nada dejad que os aclarare mis discrepancias:
Thompson me ha parecido una persona implicada en la situación, que dispone de conocimientos que van más allá de su disciplina y que la mayor parte del tiempo sabe de lo que habla. Aún y así, no siempre coincido con él. Mi mayor problema con el autor (y, por extensión, con su ensayo) reside en algunas de sus apreciaciones. Así pues, primero que nada dejad que os aclarare mis discrepancias:
- Thompson parece alabar a menudo un modelo de arte que, a mi juicio, no es el único al que se debe tender. Ni tampoco es, ni de lejos, el más interesante: me refiero a un arte bello o decorativo. Incluso como razón de compra este es un argumento de lo más endeble. Para una institución de tipo museo, claro; un particular puede adquirir una obra siguiendo el criterio que le venga en gana.
- El escritor también habla de la relación que hay entre la “escasez” y el valor de la obra de arte. Supongo que su criterio concierne más a lo económico que a lo cultural (esto último vinculado al aura benjaminiana). Sea como fuere, pienso que en una era de arte reproducible, esta “escasez” ya debería haber dejado de ser una preocupación determinante en relación al precio o al valor artístico intrínseco de una pieza.
En fin, vamos al grano. Como digo, pese a ciertas desavenencias puntuales que pueda tener con Thompson, su libro es de una relevancia incuestionable. En El tiburón de 12 millones de dólares, el autor nos explica por qué las obras de arte contemporáneo se cotizan a precios astronómicos. Todo ello guarda una estrecha relación con triquiñuelas e intereses económicos, así como un uso del marketing y de la manipulación por vía de la psicología. Como consecuencia de estas prácticas, la calidad artística de la obra ya no es un factor a tener en cuenta cuando se habla de su precio. Ni de su venta, claro. Su procedencia, la demanda que pesa sobre el artista, los caprichos del mercado del arte, son lo realmente significativo. Tenemos, por ejemplo, a coleccionistas que pujan por la obra del autor que coleccionan, subiendo así el valor de éstas. O a galerías que dotan de “contexto” o procedencia a obras menores para insuflarles algún que otro cero extra a su ya de por sí desorbitado precio. Otra de las repercusiones que tiene el mercado del arte contemporáneo en el arte es la ambigua legitimidad del mismo; en este contexto, la noción y naturaleza de arte se desdibuja. ¿Qué es lo que avala a una obra? ¿Que algo se venda o se exponga lo convierte automáticamente en arte?
Hasta aquí, todo bien. El ensayo me parece revelador e informativo. Thompson aporta ejemplos concretos de los casos que expone para ilustrar cada uno de sus puntos. Y, además, confecciona una serie de listas propias ("Los marchantes superestrella", "Récords de precio en arte"...) que contribuyen a ordenar sus ideas. En fin, que el libro es altamente recomendable para todos aquellos interesados en comprender con mayor profundidad la situación actual.
Pero antes de seguir, permitidme otra disquisición propia. Tengo la impresión de que mucha gente aprovecha los datos que se aportan en este libro para eximir de sus fantasmas a paradigmas previos de lo que es y no es arte, o del mercado del mismo. Esto parecen demostrar, al menos, los comentarios en las reseñas de El tiburón de 12 millones de dólares de otros blogs. A ver, que nadie se escandalice. Está claro que este libro saca los trapos sucios del arte contemporáneo, que los tiene, y a puñados. Pero no me gustaría que ninguna de esas personas dispuestas a despotricar sobre este tipo de arte se viera ahora más autorizada a defender nostálgicamente tiempos pasados. Hay que recordar que todo paradigma artístico ha tenido sus cosillas. ¿Acaso los biógrafos de los Grandes Maestros no han atribuido datos apócrifos constantemente para mitificar a la figura del artista? ¿Acaso la influencia de los Médici no fue determinante en el éxito de Leonardo Da Vinci o Sandro Boticcelli? ¿Acaso los talleres renacentistas no vendían ya cuadros confeccionados por ayudantes, y no por los artistas que los firmaran? ¿Acaso el triunfo del Expresionismo Abstracto en los años 50 no tiene una explicación histórica y política, más allá de la que le puede granjear su calidad artística? Estas reflexiones no son negadas en ningún momento en el El tiburón de 12 millones de dólares, entendámonos. Esta intervención no era, pues, más que una forma de cuestionar a toda esa gente que lo emplea para exaltar tiempos pasados.
Para acabar, mencionaré un último detalle del ensayo. Es harto curioso (y acertado) el término "marca", propuesto por Thompson. Como el autor deja claro con numerosos ejemplos, “la marca eleva el valor de lo ordinario”. Por marca se entiende el propio artista, a un coleccionista (pienso en Charles Saatchi), un museo, una ciudad (ahora, Londres y Nueva York) o un evento (como la Bienal de Venecia). Pues nada, no nos dejemos engañar ahora que hemos sido advertidos. Una marca no tiene por qué garantizar la calidad de lo que la lleva... Salvo que hablemos de reseñas literarias y el blog Unlibroaldía, claro. Calidad incuestionable.
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