Año de publicación: 2011
Valoración: Muy recomendable
Hay ocasiones en las que uno se acerca a un libro simplemente por su título. En este caso, “No aceptes caramelos de extraños” me trae recuerdos de una infancia sobreprotegida, de abuelas que te ordenaban “no le des patadas a las bolsas vacías” o “no te arrimes a la orilla del río a tirar piedras”, por ejemplo. Estos acercamientos a cualquier cosa por reminiscencias del pasado son peligrosos, no suelen acabar bien. No ha sido así esta vez. La intuición no ha fallado. Y es que “No aceptes caramelos de extraños” es un muy buen libro de relatos.
Valoración: Muy recomendable
Hay ocasiones en las que uno se acerca a un libro simplemente por su título. En este caso, “No aceptes caramelos de extraños” me trae recuerdos de una infancia sobreprotegida, de abuelas que te ordenaban “no le des patadas a las bolsas vacías” o “no te arrimes a la orilla del río a tirar piedras”, por ejemplo. Estos acercamientos a cualquier cosa por reminiscencias del pasado son peligrosos, no suelen acabar bien. No ha sido así esta vez. La intuición no ha fallado. Y es que “No aceptes caramelos de extraños” es un muy buen libro de relatos.
Once son las historias que
conforman este volumen; historias que giran alrededor de temas como la
identidad, la muerte, el dolor, la violencia, la pérdida o el sexo. En todas ellos, la
chilena Andrea Jeftanovic nos pone ante situaciones extremas y angustiosas no siempre protagonizadas por "extraños". Los monstruos pueden estar muy cerca; a veces, incluso, en uno mismo. No hay apenas refugio posible.
A lo largo de los relatos encontramos abusos sexuales, incesto, matrimonios
que se resecan y se desgastan, seres desarraigados que buscan una identidad, niños
desaparecidos, sexo, soledad, muerte y locura, con apenas un leve resquicio a
la esperanza en el final “Hasta que se apaguen las estrellas”.
Once relatos como once puñetazos
en plena boca del estómago que te dejan con la impresión de haber sido situado
frente a un espejo en el que se reflejan obsesiones y miedos que habitualmente
nos negamos a reconocer, once historias en las que predominan el lenguaje
poético y las metáforas y en los que Jeftanovic se sirve, en muchas ocasiones, del uso combinado de la primera y de la segunda persona para hacer aún más descarnada la narración.
Quisiera destacar también los finales
de los relatos. Hay tres en particular que me han parecido soberbios por
impactantes, pese a ser los tres completamente diferentes. Se trata de “Marejadas”,
“Primogénito” “La necesidad de ser hijo”.
Podría extenderme en analizar
cada relato, pero no llegaría a expresar el desasosiego que hacen sentir. Mejor buscadlos,
leedlos y comprobad, una vez más, que una de las principales funciones de la
literatura (y del arte, en general) es el cuestionamiento y la exploración de
los límites de la psicología humana.
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Aprovechamos la ocasión para, gracias a la intermediación de la editorial Comba, mantener una pequeña charla con Andrea (mil gracias, Andrea). No os perdáis sus jugosas respuestas, infinitamente más interesantes que la reseña.
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Aprovechamos la ocasión para, gracias a la intermediación de la editorial Comba, mantener una pequeña charla con Andrea (mil gracias, Andrea). No os perdáis sus jugosas respuestas, infinitamente más interesantes que la reseña.
P: En esta época de “poscensura” relatos como “Árbol genealógico”, “Miopía” o, incluso, Primogénito” pueden ser malinterpretados y dar lugar a “problemas”, como ya te ocurrió en algunos países con el primero de ellos. ¿No es un poco alucinante que a estas alturas estemos así? ¿Por qué crees que ha podido haber esta involución?
R: Muy de acuerdo, es alucinante lo de la censura o corrección política en el arte; es una contradicción. Hay que sancionar la realidad, hay que sancionar a los criminales de guerra, a los políticos corruptos, a los empresarios que se coluden, a los profesores y religiosos que abusan de los niños. Hay que sancionar la violencia de género, la asimetría, las malas prácticas laborales. Hay que sancionar la realidad, no hay que sancionar libros o películas que traten sobre la corrupción, sobre los móviles de crímenes, deseos equivocados, o exploren tabúes sociales. Es ridículo que se retiren cuadros de museos o se censuren canciones, es otra dimensión, simbólica, metafórica. Y, además, implica infantilizar al lector o espectador. SI fuera así no podríamos leer ni la Biblia, que está llena de pasajes de familiar disfuncionales, incestos y transgresión de tabúes. Para qué decir la tragedia griega, las obras de Shakespeare, Faulkner, Nabokov y tantos más.
Cuando me hacen líos por mis cuentos pienso en eso, pienso que si fuera así, un cuento que aborda un tabú es peligroso para la sociedad, también se debería censurar a los escritores de novela negra porque incentivan el crimen. La literatura no es una manual de convivencia cívica. Intento en mis relatos mirar dolores, problemas insostenibles para remecernos. Por ejemplo, en Árbol genealógico que escribí a partir del un caso de impunidad de un empresario que abusaba de menores, y lo recojo como algo que motiva a una hija y un padre a fundar una nueva sociedad. O los otros que mencionas, en Primogénito, está la pulsión de los celos y cómo deforman la realidad. Y en Miopía, están también los celos entre dos hermanas y la confusión con el relato del pasado y los traumas. Son historias confusas, no sé sabe bien quién es el culpable, el quién tiene la razón. Sí hay un narrador que intenta seducirnos y envolvernos en su versión de los hechos, y eso es algo que hacemos todas las persona. Ordenar los hechos para que tengamos la perspectiva más valida. La literatura pide que entremos de otro modo para sorprendernos o llevarnos a reflexionarnos.
P: Un poco vinculado a lo anterior, ¿sigue siendo una de las principales funciones de la literatura la de mostrarnos nuestro “lado oscuro”, aquello que no nos atrevemos a mirar o a reconocer?
R: No es su única función, pero es natural que la literatura haga un registro de momentos históricos conflictivos, observe relaciones humanas tensas, o entre en la compleja vida psíquica. Hay libros luminosos, de temas de amistad pero es difícil eludir lo oscuro; somos un juego de sombras. Es cautivante trabajar las zonas de vulnerabilidad de los seres humanos, alumbrar sus contradicciones. Me interesa trabajar la incomodidad, las preguntas morales; todo el tiempo enfrentamos decisiones que recorren la curva del bien y el mal.
P: De las once historias que componen “No aceptes caramelos de extraños”, en casi todas (o en todas) nos encontramos con personajes en situaciones límite. ¿Son más literarios los personajes en este tipo de situaciones?
R: Creo que como metodología, me gusta empujar a mis personajes a un abismo. Porque en ese riesgo se puede reinventar. Me gusta pensar que sus mentes y emociones se enfrentan a un movimiento, un desplazamiento. Además, cuando enfrentas a un personaje a una situación límite de algún modo lo enfrentas a un dilema, y me interesa cómo se despliega su disquisición interna. Me interesa la vida psíquica y su infinitud, sus vericuetos, sus operaciones químicas, sus zonas de misterio. Y, también todas las sociedades han pasado por situaciones políticas límites que obligan redefinir la nación. En esa escritura política, también de la memoria, me interesa el trabajo más elíptico, es decir, ver el cómo se cuela lo público en los intersticios de lo privado, en los modelos amorosos, en las estructuras familiares. Me gusta escribir sobre esos umbrales. Sin duda, los procesos políticos cruzan o impactan la relación con nuestro cuerpo y el de otros. Me interesa el cruce entre lo colectivo y lo privado, la violencia y la belleza.
P: En cuanto al estilo de los relatos, me ha llamado la atención el uso combinado de la primera y de la segunda persona, quizá como forma de interpelación más directa al lector. No sé si ese recurso funcionaría igual en novela. La pregunta es: ¿crees que por su extensión el relato ofrece mayores potencialidades a la hora de “arriesgar” o “experimentar” que otros géneros?
R: La novela también puede ser un género muy experimental. Lo que sí es verdad es que el cuento necesidad tensión, condensación. Entonces, en ese contexto la muda de narradores permite mostrar de modo condensado, rápido, cambios de puntos de vista. Creo que el cuento se parece bastante al guion de cine, debe ser veloz, evocar imágenes, sintético, elíptico.
P: También está muy presente en buena parte de los relatos el lenguaje poético ¿Cuál es tu relación con la poesía? ¿Puede haber salto de la prosa al verso?
R: Ojalá mis líneas tengan algo de poesía, es un género que me seduce mucho por su síntesis, por la precisión de las palabras, por el poder las imágenes, por su opacidad. Me gusta buscar algo de belleza en la narrativa, en la forma de pensar las oraciones, en el ritmo del fraseo, en el sonido y grafía de las palabras. Me gusta que sea más indirecto, que abra una misteriosa puerta, que seduzca con belleza.
P: Me parece percibir temáticas e inquietudes relativamente similares en un grupo de escritoras latinoamericanas actuales, como Mariana Enríquez, Vera Giaconi, Magela Baudoin, etc. ¿Casualidad, mirada generacional o simple error mío de apreciación?
R: Es curioso, yo creo que nuestros libros se gestaron sin conocernos, pero luego al leerlos se cruzan en muchos sentidos, casi como vidas paralelas. Creo que todas las autoras que nombras, muy admiradas por mí, hay un trabajo con la intimidad, con los tabúes de los modos familiares, con la voz de los niños. Quiero pensar que pese a toda nuestra liberalidad, como ciudadanos del siglo XXI; el núcleo de los afectos sigue siendo un nudo de marinero. Toda relación humana es ambivalente, exigente, dinámica. Y, agregaría, al menos con el caso argentino, que por un asunto generacional, heredamos sistema autoritarios muy crueles, y como “hijas de esa experiencia”, creo que estamos escribiendo, no desde el realismo, espero más metafóricamente, los efectos psíquicos de las dictaduras. Efectos que, en mi opinión, de algún modo se visibilizan y algo pueden ayudarnos, no del todo, a comprender, con horror, la actual crueldad en crímenes privados como feminicidios o infanticidios. Hay una deformación de la empatía y de algún modo, como dijo Freud, lo familiar se volvió monstruoso, ominoso.
P: Chile ha dado a la literatura universal nombres por todos conocidos. Otros, en cambio, parecen casi olvidados, como el caso de Carlos Droguett y su “Patas de perro”, que recientemente reseñamos y nos parece una gran novela. ¿Cuál es, para ti, el secreto mejor guardado de la literatura chilena (no vale decir Andrea Jeftanovic, que ya te hemos descubierto)?
R: Carlos Droguett es un genio. Tiene un fraseo de locos, intenso, casi no usa puntos aparte. Patas de perro es una novela poderosa, profunda, se adelantó a la discusión de las minorías, la tolerancia a la diferencia, de los cánones de la belleza, del maltrato al niño. En un punto es una novela queer, las identidades, los deseos no son binarios, se improvisan fuera de las categorías. Y también registró el ejercicio de la memoria, cuando se abre el volumen con “Escribo para no olvidar”. La novela es un ejercicio de memoria con un lenguaje farragoso. Para mí, que he explorado el lugar de los niños en la literatura, me interesa mucho esa novela, porque el cuerpo híbrido de Boy, mitad perro-mitad- niño, está en disputa por la familia, la educación, la medicina, la asistencia social. Y, además, ese cuerpo diferente despierte todo tipo de pulsiones –espejo: violencia, culpa, vergüenza, pero también, curiosidad y deseo.
Autores chilenos contemporáneos por descubrir hay muchos, pienso en los nombres que no se han publicado en España, y en ese sentido nombraría a Eugenia Prado, Beatriz García Huidobro, Nicolás Poblete, Matías Celedón, Marcelo Leonart y Mike Wilson. De la autoras nuevas chilenas me parecen muy poderosas Constanza Ternecier, María José Navia, Mónica Drouilly, Romina Reyes, Daniela Acosta. Además, son muy inquietas, trabajan en traducción, guiones, universidad, teatro.
P: Por último, has publicado relato, novela, ensayo, crónica… Vaya, una autora de lo más polifacética. Sé que esto puede ser como preguntar a alguien a quién quiere más, si a papá o a mamá, pero… ¿Cuál de tus obras recomendarías a alguien que tuviera que descubrir a Andrea Jeftanovic?
R: Quizás recomendaría partir por el inicio, por Escenario de guerra, y seguir la ruta sin orden cronológico. Cada libro ha sido fruto de un largo proceso y entre ellos hay vasos comunicantes. Sé que tengo un perfil algo eclético también hago crítica de teatro y asesoro guiones, pero pienso que más allá del formato la que está escribiendo es la misma persona, que tiene una mirada, una impronta, ciertas búsquedas. Leo a muchos bandos y escribe con miles de carpetas y archivos en libretas y en mi computador. Manejo muchas ventanas abiertas, muchos compartimientos abiertos a la vez. Lo que es bueno y malo.
Muchas felicidades, Koldo, por la reseña y también por la entrevista, donde la autora profundiza y desarrolla los temas en base a tus acertadas preguntas. Me ha encantado.
ResponderEliminarSaludos.
Marc
Muchas gracias, compay!
ResponderEliminarLa verdad es que la entrevista (las respuestas, más bien) es la leche, algo que agradezco enormemente a Andrea. El libro, como puedes ver, me ha gustado mucho. Y la reseña... mejor no hablar, la verdad.
Un abrazo!
¡Cuánta lucidez! Excelente entrevista y reseña. Muchas gracias.
ResponderEliminarMe ha encantado la entrevista. Sorprende un poco que los escritores concedan entrevistas. Ya se sabe, eso del misticismo que los rodeas. Pero la mayoría lleva mucha razón, saben ver las cuestiones del mundo y los analizan con gran sensibilidad. Y ya de ahí sacan historias. Por cierto, se echa en falta algo más de literatura argentina, pero con tantos libros ya...
ResponderEliminarPues sí, las respuestas de Andrea son geniales, escapan de los lugares comunes y entran a fondo en las cuestiones planteadas.
ResponderEliminarEn cuanto a lo del misticismo, yo solamente habré pedido media docena de entrevistas y todo el mundo ha sido muy amable: Óscar Esquivias, Edmundo Paz Soldán, Andrea Jeftanovic y alguno más que igual me dejo.
Y lo de la literatura argentina... Habrá que decir a los compas del blog que se pongan las pilas! Que yo llevo una racha de autores latinoamericanos...
Y, como siempre, gracias por comentar
Es una alegría poder descubrir autores de los que jamás había leído. Sobre el misticismo, me refería a que un sector considera al escritor como una figura superior. Ergo, otro sector lo ningunea. Pero vamos, nada raro. La eterna batalla entre la cultura y la ignorancia.
ResponderEliminarNo soy se relatos, pero la reseña y la autora hacen que el libro sea tentador. Muy buena entrevista con unas respuestas bastante claras. Autor argentino ausente de ulad: M. Kohan (p.e.). Salud.
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminaracabo de terminarlo. Me han gustado mucho todos los relatos, mis preferidos: Primogénito, Medio cuerpo afuera navegando por las ventanas y La necesidad de ser hijo.
Saludos
Pues qué bien que te haya gustado!! La verdad es que es un libro y una autora por descubrir.
ResponderEliminarGracias por comentar!
Una cuestión un poco frívola. ¿Por qué esta editorial maqueta sus libros para que se parezcan a los de Anagrama? No le veo el sentido aparte de atraer engañosamente a los lectores. Y a mí ese simple detalle ya me hace rechazarlos,
ResponderEliminarNo me parece mal que una nueva editorial trate de "crear imagen". La verdad es que no había caído en lo de Anagrama, pero ahora que lo dices...
EliminarEn cualquier caso, no descartes ese libro por eso, es muy bueno!!!
No aceptes caramelos de extraños, pero si los aceptas que sea a través de este libro, una reseña excelente de un libro de cuentos que te va a dejar pensando y sintiendo el sabor medio amargo de estos caramelos.
ResponderEliminarMuy recomendable.
Pues muchas gracias por leernos y por los elogios. Desde luego, es un libro muy recomendable que ha pasado desapercibido (injustamente).
EliminarSaludos