Título original:Chinmoku
Año de publicación: 1966
Valoración: Recomendable
Año de publicación: 1966
Valoración: Recomendable
Silencio es una novela del escritor japonés Shūsaku Endō, recientemente adaptada al
cine por Martin Scorsesse en una magnífica película. Narra la historia de dos
jesuitas portugueses, el padre Rodrigues y el padre Garpe, enviados a Japón
para comprobar la veracidad o no de la apostasía del padre Pereira, antiguo
maestro de los dos y superior de los jesuitas en Japón. Con este planteamiento
inicial en el que resuenan los ecos del Conrad de El corazón de las tinieblas, los dos sacerdotes embarcan en
Portugal para ir hasta Goa, de allí a Macao y finalmente a Japón, al otro extremo
del mundo.
Durante la búsqueda de Pereira, el padre Rodrigues
verá puesta a prueba su fe ante las torturas a las que son sometidos los
cristianos en Japón y ante las propias torturas psicológicas que él mismo
experimenta en su particular pasióncrística. Al principio es Moisés, llevando a
los cristianos japoneses a una tierra prometida que resulta ser el martirio y
la muerte. Después es Jesucristo, cuando entra a lomos de un borrico en
Nagasaki y cuando clama a un Dios que le ha abandonado, y finalmente se asimila
a San Pedro, cuando niega su fe y canta el gallo poco antes del amanecer.
Al lector le llegan las palabras del Apocalipsis
que abren El perseguidor de Cortázar:
No temas lo que estás por sufrir. He aquí
que el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis probados,
y tendréis tribulación por diez días. Seme fiel hasta la muerte, y yo te daré
la corona de la vida. Pero, ¿qué es lo que sucede cuando los mártires
mueren y Dios calla?
Las descripciones de
la naturaleza resultan en este sentido reveladoras. Un grupo de cristianos
japoneses son colgados en unas cruces junto al mar para que mueran ahogados con
la marea y el ruido de las olas es lo único que se oye junto al silencio de un
dios indiferente al martirio. Y eran esas
mismas olas, las que, insensibles, seguían bañando los cuerpos sin vida de
Ichizô y Mokichi, las que se los tragaron, las que aún después de muertos
seguían extendiéndose sin fin, sin alterar su rostro… Y Dios, Dios también se
quedaba en silencio como el mar. También se obstinaba en su silencio.
La permanece naturaleza indiferente al
sufrimiento. Los hombres sufren, nacen y mueren, pero Dios calla: Lo que no le cabía en la cabeza era esa paz
del patio, el canto de la cigarra, el aleteo de la mosca. Moría un hombre y el
mundo exterior seguía su rutina lo mismo que antes, como si nada hubiera pasado.
Estas descripciones de prosa poética se asemejan
por momentos a un Cántico a las criaturas
invertido. Si en la naturaleza Francisco de Asís veía el reflejo del creador,el
padre Rodrigues ve en ella la indiferencia y el silencio de dios. El mar es
clave en ese sentido, esa pared líquida, que dota a la isla de un armazón de
defensa que ninguna doctrina debe profanar,esa muralla de agua que aísla Japón
de cualquier influencia, ese mar que el padre Rodrigues nunca volverá a cruzar,
ese mar que convierte a Japón en una prisión donde, despojado de su identidad,
vivirá sin vivir el resto de sus días y se dejará morir sin más sin que otras
manos le acaben que las de la melancolía. Sus ensueños quijotescos de evangelización
y martirio terminan con él prisionero en un país extraño y repudiado por todos,
incluso por sí mismo, aunque esa pasión es la prueba máxima de amor, la que
implica negarse para salvar al otro y creer en un dios que permite el
sufrimiento.
Para el lector hispano, es inevitable la conexión
con el Unamuno de San Manuel bueno,
mártir pero también con el de La tía
Tula que concluye en su lecho de muerte que ese ideal de pureza ha estado a
punto de destruir a quienes más quería y que precisamente en la renuncia al
ideal está el verdadero sacrificio: Y si
veis que el que queréis se ha caído en una laguna de fango y aunque sea en un
pozo negro, en un albañal, echaos a salvarle, aun a riesgo de ahogaros, echaos
a salvarle..., que no se ahogue él allí... o ahogaos juntos... en el albañal...
Servidle de remedio..., sí, de remedio...
Assisti o filme do Scorcese:Silêncio!A pior tortura que os padres portugueses tiveram,foram os fiéis(japoneses)ameaçados com tortura e morte ,se eles(os padres)não pisassem na cruz.Essa é a pior forma de tortura:colocar a vida de outros dependendo do seu ato.
ResponderEliminarNisto os japoneses são mestres>
Assisti o filme do Scorcese:Silêncio!A pior tortura que os padres portugueses tiveram,foram os fiéis(japoneses)ameaçados com tortura e morte ,se eles(os padres)não pisassem na cruz.Essa é a pior forma de tortura:colocar a vida de outros dependendo do seu ato.
ResponderEliminarNisto os japoneses são mestres>
Santi, te necesitamos!
ResponderEliminarPor cierto, muy interesante la reseña. Saludos.
Muy interesante el libro y estupenda reseña. De este escritor lo único que he leído ha sido "El mar y veneno", una historia ambientada en la segunda guerra mundial; trata sobre el remordimiento de un enfermero que colaboró con unos experimentos médicos realizados a soldados americanos. Una novela cruda, pero me encantó.
ResponderEliminarUn saludo,
Javier Campos
Muy buena reseña, aunque yo subiría la calificación: me pareció un gran libro.
ResponderEliminarMagnífica reseña. Refleja con sobriedad la densidad espiritual, la dilemática presente en la relación hombre-religión que destila Shúsaku Endó en su libro. Felicidades
ResponderEliminarLa Naturaleza "siente" una absoluta indiferencia hacia el ser humano, y hacia los demás seres.Es indiferente a nuestro sufrimiento, a nuestra alegría...A pesar de las fotos, los documentales,...bucólicos que a veces nos muestran. Y es un mundo cruel para los animales, para la mayoría, que en ella viven.
ResponderEliminarMundo cruel para casi todos, o todos, en realidad, en mayor o menor medida.
ResponderEliminarAl mundo somos nosotros quienes lo hacemos interesante, por lo menos en gran medida, no digo totalmente, ni mucho menos. También es interesante objetivamente. Hay una dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo. Es interesante lo que dice Husserl con su fenomenología a este respecto. Pero en gran medida somos nosotros quienes le atribuímos un interés, como algo, en gran medida, no en todo, humano.
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