Título original: Purpure Hibiscus
Año de publicación: 2003
Valoración:Recomendable
Algo se está fraguando en el mundo cultural, algo que empezó
hace tiempo y que apenas se nota todavía. Aunque avanza con lentitud se trata de
un fenómeno imparable que consiste en un cambio de foco, en una renovación del
liderazgo, de pronto, la periferia ha decidido hacerse oír. En esta novela no una
sino varias periferias –geográfica, racial y de género– hablan a través de la
protagonista, y deberían haber mantenido callada a Chimamanda Ngozi, por
nigeriana, negra y mujer, si hubiese nacido en otra época.
A veces es inevitable suponer que el personaje es un
alter ego del autor. Aunque el relato ni siquiera sea autobiográfico, sobre
todo si utiliza la primera persona, basta con que coincidan sus rasgos
personales, el lugar y la época para que los identifiquemos automáticamente. Ngozi
ha construido una protagonista potente, cuyas contradicciones y evolución se
van mostrando según pasa el tiempo, y con ella las de toda su familia.
Kambili ha llegado a la adolescencia en una pequeña comunidad
católica, muy tradicional, donde su padre ocupa un lugar preponderante como
empresario, director de periódico, activista político, aldabón de conciencias y
filántropo vocacional. Una figura que se convertirá en el eje de toda la
novela, a quien su propia hermana reprocha que haga la competencia a Dios. Las
compañeras de Kambili la envidian, los vecinos agradecen la generosidad del
padre. El tren de vida de la familia, la casa en que viven destaca en medio de
un ambiente tan precario.
En ese marco de aparente perfección familiar,
asistimos a una realidad tan escalofriante como bien descrita. Quizá demasiado porque,
en la primera parte, todo ocurre de forma tan inexorable, las personalidades y
costumbres están construidas tan de una sola pieza, llega a crearse un clima
tan opresivo, uniforme y maniqueo que resulta difícil de creer. Debería abrirse
una brecha en algún sitio y, aunque no inmediatamente, la brecha se abre gracias
a la aparición de nuevos personajes y de un traslado de escenario. El nuevo
sirve de contrapunto al anterior y nos da la oportunidad de conocer algo de las
costumbres, mentalidad, tradiciones y problemática del país.
Hay que reconocer la habilidad de la autora creando
expectativas que nos mantendrán en tensión hasta el final: la persecución que
padece el periódico, los conflictos laborales de tía Ifeoma, la necesaria pero
improbable reacción de la madre, el futuro de Kambili y su hermano, la
enigmática personalidad del sacerdote, expectativas que pierden toda importancia
al llegar a su punto de inflexión. Todo se acelera a partir de ese momento y
tres años más tarde nos reencontraremos con unos individuos casi irreconocibles.
Es decir, el argumento se desarrolla de forma
irreprochable, pero al conjunto le falta perspectiva, motivaciones,
constatación de ideas, análisis de las circunstancias políticas, sociales y
económicas, existe un maniqueísmo y un propósito moralizador más que evidentes,
los personajes están bien esbozados pero parecen elegidos según un esquema
previo (hermano/hermana, prima/primo) y son tan ricos en potencia que
deberíamos conocerlos más a fondo. El motivo, como tantas otras veces, es la
elección de un punto de vista adolescente, y por tanto inexperto, muy cómodo para los novelistas pero incapaz de
análisis profundos y con un limitado radio de acción.
De la misma autora: Todos deberíamos ser feministas, Medio sol amarillo
Muy interesante tu reseña. A mí, reconozco que sin haber hecho una lectura demasiado analítica, el libro me gustó mucho.
ResponderEliminarMuchas gracias, Dr. Fabián. Estoy de acuerdo contigo, se lee muy fácilmente y engancha, porque es una historia muy emotiva y está bastante bien contada. Una emotividad ligeramente tramposa, igual que la elección de un personaje/narrador con tan poca experiencia. Pero eso son ya tecnicismos.
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