Año de publicación: 2017
Valoración: está muy bien
Aquí donde ustedes (no) me ven y, sobre todo, mi cuestionable forma física, yo también tengo mi pasado más o menos remoto de aficionado a la montaña, como es preceptivo en algunos lugares. Pero he de confesar que a mí lo que más me gustaba de la actividad montañera era darme un garbeo entre hayedos, vacas y flores y luego comerme el bocata en buena compañía, más que hacer cima y, tras la foto y el pis de rigor, bajar otra vez a toda pastilla (no digo ya subir corriendo en plan Kilian Jornet, como se estila ahora). (*)
¿A qué viene este párrafo nostálgico y, lo reconozco, totalmente prescindible, como pensarán muchos de ustedes? Pues a que el autor de este libro de relatos, Gabriel Rodríguez, sí que parece ser un montañero merecedor de tal nombre, uno que se dedica a subir montes con más vocación y, sin duda, por razones más profundas y elevadas (valga la paradoja). Como además es escritor, ha tratado de plasmar estas motivaciones y sensaciones en una serie de relatos que se desarrollan, claro está, en plena montaña, protagonizada por unos personajes que, al menos en principio, tampoco se dedican a subirlas para comerse el bocadillo arriba (con lo rico que está...).
Los cinco relatos componen en conjunto un panorama de diferentes épocas y variantes del alpinismo. Desde el viejo asturiano que recuerda a los pioneros de tal actividad en su pueblo, cuando él era guaje -por los tiempos de la República-, a la adolescente contemporánea enganchada a la escalada de paredes en vertical. Los otros tres cuentos de desarrollan en diferentes puntos del "camino del alpinista", por decirlo así: los Picos de Europa -vertiente lebaniega-, los Alpes y, por fin, uno de los ochomiles más legendarios: el Annapurna. En todos ellos el aspecto técnico de la escalada juega un papel fundamental en la narración; ahora bien, esta circunstancia, y el uso de una jerga tan específica no debe arredrar a los desconocedores de la misma. De hecho, los relatos que a mí más me han enganchado y mantiene, creo, mejor la tensión narrativa, son Las huellas de Gretti (no, no del Yeti) y Here comes the sun, que prácticamente lo único que cuentan es sendas escaladas y no mucho más -sobre todo el primero-. Los personajes, no obstante, también han resultado muy logrados: una mención merece, por ejemplo, Koldo, el viejo tabernero bilbaíno que aparece en el último relato, Que el fin del mundo te pille bailando.
La pregunta podría ser: ¿Ha conseguido Gabriel Rodríguez dilucidar la razón por la que tanta gente se ve impulsada a subir a sitios donde se juegan la vida y en los que las circunstancias ni siquiera les permiten recrearse a contemplar el paisaje? Pues quizás no, pero no importa mucho: lo que deja claro el libro es que la causa es lo de menos; lo que importa es lo que se hace y no el por qué. El formar parte, además, de una cordada de escaladores, desde que se comenzó a subir montañas sin tener obligación de hacerlos, de una cadena de historias, algunas ya convertidas en leyenda, que posibilitan que se puedan escribir libros como éste. El vivirlo con libertad, sobre todo.
(*)Quiero aprovechar para expresar mi admiración por don Carlos Soria, que si no es el alpinista y el deportista más grande que hay ahora en el mundo, se le acerca mucho.
(*)Quiero aprovechar para expresar mi admiración por don Carlos Soria, que si no es el alpinista y el deportista más grande que hay ahora en el mundo, se le acerca mucho.
Otros libros de Gabriel Rodríguez García reseñados en ULAD:Maestro, extraígame la piedra
Creo que fue Mallory quien mejor explicó las motivaciones que le llevaban a escalar montañas cuando dijo "porque están ahí". Sin más.
ResponderEliminarEn fin, buena reseña que me ha hecho recordar aquellas excursiones iniciáticas por los montes de Triano, de Ordunte, el Ganeko, el Anboto, el Gorbea, etc. Yo hasta ahí llegué.
Un abrazo, compay!
¡Cachiss! Te me has adelantado.
ResponderEliminarNostalgia y un saludo a las piedras de Navacerrada, Guadarrama, Pirineos y Gredos que un día me vieron pasar.
Interesante la reseña y el autor reseñado, estaremos atentos.
Vaya, Koldo, todos esos nombres son de los míos y además esta semana tengo trabajo en la zona de Oiz.
ResponderEliminarBueno, a los montañeros (o más bien domingueros) nos encanta leer cosas de estas... Aunque a veces nos dejan un poco acomplejados, para qué nos vamos a engañar.
Así que gracias por la reseña, don Juan.
Hola, estimados compañeros:
ResponderEliminarNo lo he puesto porque no quería acomplejaros, peto los montes de los que yo hablo no son el Gorbea y el Ganeko, sino, ejem, el Mont Bkanc, el Cervino...e incluso una vez el Sisha Pangma...
No, de verdad, la última vez wue subí un montecillo no sólo dejé el hígado por ek camino, sino que encima tuve que soportar que niños de 7 años me adelantaran... Nunca mais!
Muy interesante. La cima, con sus connotaciones sobre lo sublime, es uno de los grandes temas que nos dejó el romanticismo. (Pensemos, además, en el concepto implícito y antagónico de lo profundo, los precipicios, las simas...) Sobre el tema, es memorable lo mucho y disperso que escribió Dino Buzzati en el terreno fonterizo del periodismo y la creación narrativa. En castellano hay un puñado de sus textos en el volumen "Los indómitos de la montaña".
ResponderEliminarBueno, bueno..no seré yo la que vaya a escalar ninguna montaña. Debe ser algo que va intrínseco en la persona, porque no le veo ningún aliciente. Me encanta la naturaleza, trabajar en el huerto, coger moras, ir al bosque, observar aves.. en fin..Pero subir un montón de piedras para luego bajar, no lo veo.
ResponderEliminarComo veis, hay gustos para todo. Yo prefiero la era de mi pueblo y tumbarse bajo la higuera.
Saludos
Hola, Toloveo:
ResponderEliminarMuchas gracias por tu aportación; si se trata un libro de Buzatti, seguro que es bueno. Por otro lado, reflexionando un poco más sobre ello (confieso que redacté la reseña un poco corriendo), en realidad el tema de los relatos del libro no es tanto la idea de llegar a la cima sino lo que sucede por el camino y cómo afrontar éste, que supongo que es sobre la que pretende el autor que reflexionemos.
Lupita, yo soy también más de higuera que de subir cuestas, pero en realidad, lo que más me gusta de la montaña es que es un mundo diferente al de la ciudad o incluso los pueblos, con sus propios referentes y características. No digo que viva de espaldas a las poblaciones humanas,. porque eso ya es prácticamente imposible, pero sí se trata de una alternativa a los que nos rodea habitualmente a la mayoría.
Un saludo a los dos y gracias por comentar.