Idioma original: ruso
Título original: Smert i nemnogo liubví (Kaménskaya 06) Смерть и немного любви (Каменская, # 6)
Año de publicación: 1995 (En España: 2010)
Valoración: Prescindible
De vez en cuando apetece embarcarse en una lectura ligera, sobre todo si, como es el caso, te encuentras inmerso en dos sesudos y extensos ensayos sobre esto y aquello, muy interesantes, sí, pero abrumadores cuando no tienes a mano algo más entretenido que te ayude a desconectar de tanta erudición. En estos casos, nunca viene mal un poco de intriga, en forma de asesinatos en cadena, personalidades distorsionadas o cualquier otra barbaridad que, al pillarnos tan lejos de lo cotidiano, se puede acercar a lo intrascendente. Todo depende de cómo nos tomemos lo que estamos leyendo y, sobre todo, de la habilidad del autor para sumergirnos más o menos en el universo que tiene a bien mostrarnos. Claro que, para mí, el género negro no significa solo evadirse, exijo además que me ilustre, siquiera mínimamente, sobre las circunstancias sociopolíticas de momento y lugar en que se haya situado la acción. Por eso, cuanto más alejado se encuentre el thriller de la realidad que vivo a diario más interesante me resulta a priori; por eso también, disfruté lo mío leyendo, hace ya unos cuantos años, Out, novela negra escrita por la denominada dama japonesa del crimen. Algo así es lo que buscaba al elegir a Alexandra Marinina y su entorno ruso para que me acompañasen en estos días de canícula.
Muerte y un poco de amor es una de esas novelas de personaje que tanto suelen interesarme en un principio. Pero la cosa cambia si ese personaje central alrededor del cual gira la historia es un detective particularmente perspicaz, capaz de cargar con el peso de la investigación mientras el resto de profesionales se devanan los sesos intentando desentrañar el misterio y no son capaces de encontrar ni el cabo inicial del hilo que les conducirá a la solución. Y si, como es el caso, la susodicha protagoniza una saga entera ya pueden imaginar que el deja vu no deja lugar a excesivas sorpresas.
La saga de Anastasiya Kamenskaya –comandante de policía moscovita– ha dado lugar, al menos, a treinta títulos (en los que se basa una serie televisiva de veinticinco capítulos) ocho de los cuales se han traducido al castellano. En concreto esta novela se publicó el mismo año que otras cinco de la serie, háganse idea de lo prolífico que puede resultar el recurso de la personalidad carismática.
En cualquier obra de este tipo, lo insólito parece ser el requisito fundamental para llamar la atención de los potenciales lectores. Siendo así, ¿cómo resistirse a presentar dos novias, nada menos, asesinadas poco antes de dar el “sí quiero” en el mismísimo juzgado dónde va a tener lugar el enlace? La escenita –que forma parte del planteamiento del relato y por tanto no estoy desvelando gran cosa– pretende suscitar nuestro interés, ya desde las primeras líneas, para engancharnos y evitar que abandonemos, pero se trata de un recurso tan manido que a mí, particularmente, me produce el efecto contrario.
En esta ocasión, Kamensakaya se ha decidido, por fin, a contraer matrimonio tras quince años de relación cómplice en la que cada uno mantiene su espacio propio y, mira por dónde, ese día los hados han decidido colocarla en la escena del crimen. Si el enlace consigue llevarse a cabo o no es algo que me reservo, lo que sí ocurre –como cualquiera podrá deducir– es que la detective se arremanga de inmediato y toma las riendas del asunto.
Nada que no hayamos leído o visto mil veces. Pero reconozco que la trama, a pesar de ciertas inconsistencias y momentos no muy verosímiles, está manejada con oficio y contiene algunos elementos destacables. En primer lugar, no podían faltar las alusiones a esas circunstancias sociopolíticas, que considero clave en este tipo de novelas y que aquí no se presentan integradas en la acción –como, confieso, me hubiese gustado– sino en forma de comentarios que los personajes dejan caer ocasionalmente, y que constatan su percepción de las grandes transformaciones sociales que habían tenido lugar poco antes y de cuya rapidez, novedad e inconvenientes, como una corrupción galopante, dejan constancia a menudo.
“… yo no tengo la culpa, porque, cuando era joven, recibir una formación jurídica con vistas a trabajar después en la policía se consideraba algo prestigioso y honorable, mientras que estudiar derecho civil, administrativo o financiero equivalía a condenarse a una vida miserable de aburrimiento y monotonía como jurista de una empresa? ¿Y que hace veinte años, cuando elegí facultad, nadie podía imaginar que todo iba a dar un giro de ciento ochenta grados? ¿Qué todos los expertos financieros, economistas, empleados del departamento de planificación, contables, civilistas, que en esa época, por decirlo suavemente, no eran nadie, hoy son los amos del cotarro y se han hecho millonarios, mientras que a nosotros, la flor y nata, la élite, nos han dejado de lado, y cualquiera se considera con derecho a vejarnos y denigrarnos?”
También digna de mención es la habilidad de la autora para sembrar de pistas falsas la novela internándonos en callejones sin salida, y aún así interesantes por las personalidades y situaciones que refleja, y para imprimir giros bruscos a la acción derribando cualquier expectativa previa.
Por último, y lo que verdaderamente me ha parecido un hallazgo, es ese naipe que mantiene oculto bajo la manga hasta el final y del que solo diré que me ha recordado, salvando todas las distancias, a aquella estratagema urdida por Isaac Asimov en uno de sus numerosos títulos. No digo más, quien lea esta y haya leído la otra quizá pueda descubrir de qué se trata.
Hace ya unos años leí de esta autora, el sueño robado. Recuerdo que era verano y lo leí de un tirón. A casi todos estos autores de éxito les suele pasar lo mismo: producen libros como churros, presionados por las editoriales o cómplices de ellas. Tienen mucho oficio , pero al poco tiempo, al leer sus novelas, se produce eso que has mencionada, el déjà vu. En general, me pasa con toda novela negra que se publica en la actualidad: en cuanto me "presentan" al cadáver me huele, con perdón, a otro conocido.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, Ardilla Squirrel.
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