Idioma original: Alemán
Título original: Der Spaziergang
Año de publicación: 1917
Traducción: Carlos Fortea
Valoración: Imprescindible
Se ha comentado muchas veces en este blog. A menudo llegamos a ciertos escritores gracias a otros escritores que, normalmente para bien, los mencionan en sus libros, artículos o entrevistas. Yo llegué a Robert Walser (Biel, Suiza, 1878- Herisau, Suiza, 1956) a través de Enrique Vila-Matas. El autor catalán lo citaba muchas veces en una novela suya de cuya lectura disfruté mucho.
De esta primera toma de contacto con Walser hace ya mucho, pero de mi inmersión en la obra del escritor suizo no demasiado. Pesó mucho el pasar una temporada en Suiza y toparme varias veces con su nombre. La primera fue durante mi visita a Berna, ciudad donde el escritor pasó más de diez años. Era la mañana de un día laborable, nevaba sin parar y apenas había gente por la calle. Tanta nieve y la falta de transeúntes dotaban a aquel lugar de un encanto muy especial, y de repente, en mi deambular desorientado por los fríos soportales de la céntrica Marktgasse, pasado el intrigante Reloj Astronómico, me topé con un pulcro letrero que indicaba que allí se encontraba el Centro Robert Walser. Entonces, automáticamente, me entró una gran y extraña alegría: sentí que me reencontraba con cierto nombre del pasado, sumamente importante y admirable pero al que hasta entonces yo no había sabido apreciar como se merecía. Ni que decir tiene que lo solucioné al de poco.
¿Pero quién fue Robert Walser?
A Robert Walser tuvo una vida cuanto menos peculiar y cambiante, mostrándose siempre reacio a entregarse a cualquier tipo de rutina mundana a largo plazo y poco amigo de los bienes materiales. Hijo de una familia numerosa, desde la adolescencia Robert Walser trabajó en diversos oficios. No tenía domicilio fijo, económicamente vivía en un constante vaivén, y sus textos literarios, inspirados por sus experiencias y donatarios de un estilo en apariencia sencillo pero colmado de reflexiones irónicas y amargas, le hicieron ser moderadamente reconocido y admirado (se dice que influyó notablemente en Robert Musil, Elias Canetti o Frank Kafka). Víctima de una querencia insana por la soledad y de carácter depresivo, Walser acabó residiendo en dos instituciones mentales. Y no a la fuerza. En la última, la de Herisau, Walser viviría nada más ni nada menos que veintitrés años. En sus inmediaciones fue donde lo encontraron muerto un día de Navidad, postrado sobre una densa capa de nieve y tan bien vestido como siempre. La Parca le congeló el corazón durante uno de sus largos paseos.
Precisamente en el libro que he escogido para mi retorno fugaz a ULAD Walser relata lo que se le pasa por la cabeza durante uno de sus paseos. Y qué decir de El paseo sin destriparlo, sin desentrañar su encanto y las múltiples, si no todas, líneas que he llegado a anotar para degustarlas de vez en cuando. Digamos, para resumir y no estropear, que cierta mañana Robert Walser, como buen flâneur, sale a pasear por la ciudad y va relatando todo lo que ve y siente con un bucolismo aparente que en el fondo encierra desolación y amargura ante una realidad caracterizada por la avaricia, la mediocridad, la estupidez y otros vicios morales de los individuos que la pueblan, aunque su ruta también contenga ciertos momentos de belleza y sosiego. Adelantaré encuentros del narrador con un perro y unas golondrinas; con un panadero con ganas de aumentar la clientela, un librero, un mezquino empleado de banca y otro no menos patán de Hacienda; con un mendigo y la Belleza encarnada en muchacha de voz angelical, y hasta con unas hermosas flores salvajes que dudará si aprehender o no. Pero, al menos para quien termina ya esta reseña, la parte más lograda del libro es la carta censuradora que el protagonista decide enviarle a cierto abyecto individuo, un tipo de persona que, por lo visto, se repite en todas las épocas. Solo por ella merece leer el libro.
«Sé que no es de esperar respeto de mí de usted y de los que son como usted; porque usted, y los que son como usted, tienen una desmedida opinión de sí mismos que les impide comportarse con inteligencia y consideración. Sé con certeza que usted forma parte de esas gentes que se creen grandes por ser irrespetuosas y descorteses, que se creen poderosas porque disfrutan de protección, y que se creen sabias porque se les ocurre la palabrita "sabio". La gente como usted se atreve a ser dura, descarada y grosera y violenta frente a la pobreza y frente a la desprotección. La gente como usted posee la extraordinaria sabiduría de creer que es necesario estar en lo más alto de todo, poseer un gran peso en todas las partes y triunfar a todas las horas del día. La gente como usted no se da cuenta de que es necio, de que ni entra dentro de lo posible ni puede ser deseable. La gente como usted es jactanciosa y está dispuesta en todo momento a servir celosamente a la brutalidad. La gente como usted es muy valiente para evitar con cuidado todo verdadero valor; porque sabe que todo verdadero valor promete perjuicios, y es muy valiente para presentarse siempre como buena y hermosa, testimoniando enorme placer y enorme celo. La gente como usted no respeta ni la edad ni el merito, ni sin duda el trabajo. La gente como usted respeta el dinero, y el respeto al dinero le impide respetar cualquier cosa».Y me despido ya.
Un placer esta visita. Y recuerdos de Ian Grecco. Últimamente anda por la Bucovina.
Firmado: Yemila
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