Idioma original: español
Año de publicación: 2017
Valoración: fuera de concurso
Año de publicación: 2017
Valoración: fuera de concurso
Lo siento mucho: la valoración es necesaria aquí y va a ser esa y ninguna otra. Iván fue "uno de los nuestros", y el lector de esta reseña habrá de hacer un esfuerzo (el primero de unos cuantos) para hacerse una idea.
La historia. Emil Zarco es un arquitecto de éxito que recibe un encargo profesional de los que transforman la vida de una persona. Oona, su mujer, comprometida socialmente, es seguida por un misterioso personaje llamado El Mudo, al cual acompaña un perro y Hache, otra misteriosa (esta humana) criatura de la calle. El encargo toma cuerpo en una especie de descabellado barrio invivible, un infierno en la tierra donde la gente podrá hacer cualquier cosa menos vivir.
Las lecturas posibles.
1. Dos hombres que parecen ser iguales y antagonistas a la vez, obsesionados por una misma mujer que, curiosamente, parece mantener una relación gélida con cada uno de ellos. Que podrían representar al mundo pobre y al rico, o a la vieja Europa y el nuevo paradigma, al mundo relleno de tecnología que demuestra que los humanos somos caros de mantener e ineficientes versus el mundo al que hemos condenado a hacer lo que no nos gusta o no nos apetece hacer o nos ensuciamos mucho las manos con ello. Por eso le he preguntado por esa guerra, cuál es la que ve acercarse, si la de ISIS o la de Trump o la del inexorablemente cercano momento en que todas las razas y todas las civilizaciones y (glups, todos los credos) compartan un único y apretujado escenario global.
2. ¿Qué vías nos quedan para alcanzar o recuperar nuestro derecho a la ciudad? ¿A través de un nihilismo individualista o a través de una acción colectiva? ¿Es posible o viable alguna de las dos opciones?
3. ¿Nuestros posibles caminos de redención son, como aquel poemario de Vicente Aleixandre, la destrucción o el amor?
Los personajes. Emil parece un trasunto de muchos personajes a la vez. Gobernantes, creadores, influencers, conspiradores mediáticos. Un hombre en la cumbre destinado a trascender y al que ese destino parece a ratos fascinar y a ratos abrumar. El Mudo, del que podríamos decir que, en un pasado casi remoto, vendría a ser una especie de "doppelganger" de Emil. Pero sus caminos o sus opciones vitales, en cierto momento, se separan de forma drástica.
El estilo. En algunos sitios, se acusa a los escritores españoles de una edad, pongamos entre 35 y 50 años más o menos, de escribir de forma "muy parecida". Iván no lo hace. Opta por una vía arriesgada, casi tanto como escalar la Norte del Eigger en invierno, y tremendamente personal, lo que provoca que "Prólogo para una guerra" no sea un libro fácil. Quien busque una historia "al uso", lineal, con su planteamiento, nudo y desenlace, que se olvide de "Prólogo para una guerra". Repila decide y lo hace desde la primera frase. Esto no tiene porqué ser fácil. Las metáforas y las imágenes son constantes, a veces son casi mezclas imposibles de conceptos dispares, y a veces, y él no se me va a ofender, complican la lectura, conducen a una cierta pérdida de hilo. Así que ello descarta un poco de entrada al lector curioso o no iniciado, con lo que no esperéis ver mucha gente en la playa leyendo este libro. Aunque quién sabe, falta bastante para el verano. Por eso, la parte que más me gusta es la parte central, donde la acción se desarrolla de una forma más exógena, no tanto en la cabeza de los personajes sino en los escenarios. Esos escenarios donde los personajes reflexionaban y veían cosas extrañas entonces se llenan de personas que hablan.
Por otro lado, no es menos cierto que es el estilo, precisamente, por extremo y hasta forzado que pueda parecer, con sus metáforas e imágenes bordeando el filo de lo acostumbrado en la narrativo, lo que sostiene e impulsa, lo que da empaque y vuelos a toda la novela, la ola que mantiene en lo alto la tabla de la narración, el alud que permite al practicante de snowboard lanzarse montaña abajo sin despeñarse, aunque en más de un momento parezca que va a perecer. Así es el estilo de Prólogo para una guerra; excesivo, quizá, laberíntico y abarrocado, como las prisiones de Piranesi de las que se habla en la novela, pero sumamente eficaz, porque sin tregua alguna, conduce al lector hacia donde quiere, que es siempre un paso más allá, sin morosidades innecesarias, hasta llegar a la culminación de esta historia, casi sin habernos dejado un respiro.
Por seguir con la metáfora arquitectónica: como afirma la cita más conocida de Walter Gropius, "la función hace la forma". Pero a veces, como en este caso, la forma también hace la función.
El futuro. Repila se ha escorado un poco hacia ese inhóspito lugar de escritor favorito de la crítica, aunque sea a base de demostrar coherencia y riesgo. Como es amigo, he de advertirle de algo que seguramente sabe, que es que de ese lugar no se suele regresar. Me parece genial esa decisión, pero creo que aún puede hacerlo mejor. Quizás ese pasado asociado a la poesía que aflora en el último tramo o anexo del libro y que parece sea la clave que lo desentraña sea una catarsis. O un epitafio. O una premonición.
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Aquí ya no hace falta que nos andemos con demasiados pretextos ni preámbulos. Repila fue, insisto, una vez, miembro de este proyecto y, ya sabemos, la confianza da asco.
Fuera preliminares. Iván, ¿qué pretendes que piense el lector sobre tu novela?
Prefiero que le afecte, que le quite el sueño. Me gustaría que el lector se viera obligado a plantearse temas: cómo reacciona en su vida privada frente al dolor, qué lugar ocupa en el mundo, hasta qué punto es necesario intervenir o dejar de hacerlo para construir un espacio común, un mundo decente. En qué medida hemos dejado que nos llenen la vida de muros y concertinas, y cómo podríamos salvarlas.
¿Qué guerra? ¿Mundial, civil. de guerrillas, en trincheras, en frentes, en ciudades abandonadas? Y qué conclusión hay que sacar.
Las conclusiones son subjetivas; no dependen de mí, sino del lector. La guerra que planteo, en todo caso, es entre dos cosmovisiones: una más egoísta, heredera del siglo XX, que tiende a la destrucción personal y la construcción de espacios inhabitables, y otra que intuyo propia del siglo XXI, aún por concretarse y definirse, que entiende la solidaridad como un empeño colectivo, integrador, capaz de plantear escenarios de tolerancia y convivencia.
El proceso de creación. Discos que oías, libros que leías. Cuándo y dónde escribías. A no ser que seas de esos que se aíslan para crear, claro.
Puedo escribir con los vecinos usando el taladro o un martillo neumático (esto pasó), con la radio encendida, con un gato sobre los hombros... Me concentro con facilidad. Al principio escuché mucho el disco James Room Weird Antiqua, que tiene la oscuridad que necesitaba para determinados capítulos, pero no fue el único: desde Damian Rice hasta Calle 13, imagina todas las posibilidades. En cuanto al espacio de trabajo, me basta con un ordenador, así que pocas preferencias. Y lecturas... durante el proceso de documentación (unos seis meses) básicamente leí manuales, biografías, artículos y ensayos sobre arquitectura y arquitectos. Después, ya con los conceptos interiorizados y muchos apuntes, regresé a mis lecturas habituales: narrativa contemporánea, principalmente, y los libros que incluyo en los talleres de lectura que imparto (obras importantes del siglo XX, sobre todo).
Las novelas apocalípticas, y eso. ¿Hacen falta tantas, o la crisis las agudiza? La novela, si empezó a concebirse hace tiempo, me recuerda los disturbios de la banlieu a mediados de los 2000, aunque parece ser que la proyección es hacia el futuro.¿Es así?
No veo "Prólogo..." como una novela apocalíptica, sino como una intuición de esta década o de las siguientes. Lo que planteo, en un sentido simbólico, es lo que hay: basta mirar a nuestro alrededor. La idea original, sencilla, de un arquitecto estéril que construye un espacio para la muerte, tiene casi dos décadas. A lo largo de los años, mientras la historia crecía en mi cabeza, los movimientos sociales, las injusticias, y las decisiones absurdas que han tomado distintas instancias de poder han calado en mí, obviamente. No soy impermeable a la crueldad que nos rodea. Quisé que la novela no tuviera unas coordenadas espaciotemporales concretas, pero sí reconocibles: una ciudad occidental contemporánea. Y sí, tienes razón: aunque es algo más sugerido que nombrado, la proyección situaría el texto en la segunda mitad de este siglo.
Los personajes que usan su proyección profesional como vía a la trascendencia. Pienso en el protagonista de Satin Island, de Tom McCarthy, (que me parece una novela de la que se va a hablar mucho), en los extraños protagonistas de Pynchon o Lethem. Puede que te hayas dado cuenta o no, pero, ¿te parecen unas compañías agradables o recomendables?
Es fácil sentirse más o menos trascendente cuando tienes una profesión artística, como Emil. Piensa en Larrea, por ejemplo, a quien admiro mucho, que consideraba al poeta poco menos que un visionario. Pero creo que es una idea antigua, impropia de estos tiempos. Como escritor yo no siento que vaya a redimirme de nada, ni alcanzar un estado de sabiduría nuevo. Como mucho voy a proponer reflexiones, trazar una línea de pensamiento, enfrentar ideas. Los personajes, en este sentido, son herramientas orgánicas, útiles, que me ayudan a ordenar aquellas ideas. Los tres ejemplos que pones se mueven en paradigmas parecidos, y por lo tanto sí, me interesan (aunque a Pynchon lo entiendo la mitad de las veces, debo reconocerlo).
Teoría irrefutable sobre escritores de hoy en día: están los que llegan a las grandes cuestiones desde la sencillez, están los que las alcanzan desde la ambición. Tú has estado en los dos extremos, en cuál de los dos te sientes más cómodo.
Te olvidas de la extensa gama de grises que existe entre esos dos polos. Cada libro solicita una tensión, un registro, una estructura diferente. En lo que a mí respecta, me siento cómodo escribiendo, no me planteo el proceso en términos absolutos. Escribir es algo vivo, y todo es posible.
Teoría irrefutable sobre escritores de hoy en día: están los que interpretan el pasado para comprender el mundo, están los que lo explican a través del futuro que proyectan.
Y están, también, los que miran directamente el presente. Creo que es lo más difícil, y tal vez explique por qué están proliferando ficciones híbridas, a medio camino entre el ensayo y el artefacto, autoficciones audaces, libros inclasificables.
Teoría irrefutable sobre escritores vascos de hoy en día: están los que han leído Patria y los que no.
Estamos en ello.
Los nombres de los personajes: Zarco era el nombre del quinqui de Cercas en "Las leyes de la frontera", Oona el nombre de la novia de Salinger que Chaplin le levantó, y había un mudo en "El corazón es un cazador solitario" de Carson McCullers. ¿Casualidades?
Totalmente. Ha habido otros mudos famosos (Harpo, sin duda, el más). Y en cuanto a Emil Zarco, tardé tiempo en encontrar su nombre, que surgió de la combinación de varios nombres de arquitectos. Me sorprendió algo que me dijo Winston Manrique en una entrevista: que "Emil" significa, etimológicamente, "ansioso". Encaja mucho con el personaje, y era algo que yo desconocía.
¿Eres consciente de que esta novela no va a contribuir a que la brecha entre literatura "artística" y literatura "comercial" se empequeñezca?
Cada libro tiene su público. De mi primera novela se dijo que no era literatura, sino un chiste de casi 400 páginas. Creo que hay una literatura que necesita de un lector activo, porque lo que está en el texto no es todo lo que hay, y una literatura donde lo que está en el texto es todo lo que hay, y le basta, por tanto, con un lector pasivo. Yo leo mucho, desde ficción muy literaria (por usar la denominación actual) hasta best-seller de consumo rápido: la primera me obliga a una lectura más pausada, más atenta, y el segundo no. Creo que esa brecha es la misma que existe entre Silvio Rodríguez y Skrillex. Y me gustan los dos.
La cuestión de la gente que te ha "ayudado" en la elaboración del texto. ¿Te está permitido ser más específico?
Soy bastante específico en los agradecimientos. Hubo personas del mundo de la arquitectura que me ayudaron durante el proceso de escritura del primer borrador. Luego, en una segunda fase, amigos cercanos que lo revisaron y me hicieron críticas y sugerencias, gracias a las cuales terminé el manuscrito definitivo. Por último, en un proceso largo, trabajé ese texto con los editores de Seix Barral, puliendo y afinando capítulos o escenas, lo que suele llamarse el "editing". Es un ejercicio maravilloso, debo decir. Lo viví, en el pasado, con Libros del Silencio, y también lo disfruté. Creo que con varios ojos encima, con varias mentes trabajando en ellos, los libros mejoran y mucho. Hay que tener ganas y dejar el ego a un lado, desde luego. Por mi experiencia, los editores son gente que sabe lo que hace, y lo razona con argumentos.
¿Qué se va a cargar antes la literatura: las descargas, el amiguismo, o la auto-edición?
No te refieres a la literatura, entonces, sino al negocio que hay detrás. Por suerte, y quizá pecando de un optimismo ingenuo, creo que siempre habrá lectores.
Otros libros de Iván Repila reseñados en Un Libro Al Día: Una comedia canalla, El niño que robó el caballo de Atila
Otros libros de Iván Repila reseñados en Un Libro Al Día: Una comedia canalla, El niño que robó el caballo de Atila
Buenas tardes,
ResponderEliminarlo primero, como siempre que comento, felicitaros por el blog; una buena forma de empezar el día. Gracias.
En cuanto a esta reseña, me gustaría saber, si es posible, qué ha cambiado respecto a las otras dos de Iván Repila; ambas las valorasteis (recomendable y muy recomendable) y ya era colaborador, al menos, cuando publicasteis la de 'El niño que robó el caballo de Atila' (según se desprende de los comentarios de la reseña 'Una comedia canalla').
Un saludo,
Javier Campos
Pues Javier, gracias por el comentario, pero entre que es una reseña casi asamblearia, y que sería demasiado obvio, hemos optado por no hacer una valoración del libro en este caso.
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