Idioma original: inglés
Título original: Dreams in a Time of War
Año de publicación: 2010
Traducción: Rita da Costa
Valoración: muy recomendable
¡Pero qué hacemos sin montar la polémica! El Nobel, ¿a Dylan?
Éste, este escritor era uno de los que sonaban, y aquí lo tenemos, qué bien me habría ido, qué giro oportunista me he perdido porque estos señores suecos no se hayan decidido, contra toda lógica de democrática y cíclica compensación, a premiar un representante de la literatura africana. Sí, justo ahora que nos acostumbrábamos a escribir, hasta a pronunciar correctamente Svetlana Alexiévich, otro nombre extraño que apuntarse en una hojita para ir a la librería, hacer un poco el ridículo ante el dependiente, y acabar diciendo, sí, claro, el último Nobel.
Pero ahora nos enviarían a la sección de música.
Y Wa Thiong'o quedará en la lista de espera, al lado de nombres ilustres como Roth, De Lillo, Adonis. Ah, y, como diría Santi, tras pausa dramática, y al lado, también, del Murakami ése. Difícil es evaluar sus méritos en función de un solo libro, pero por algún sitio hay que empezar. Siguiendo con las comparaciones, también Alexiévich solamente tenía traducido Voces de Chernóbil. Wa Thiong´o nos lo presenta Rayo Verde (que por cierto, publica en catalán a Alexiévich y anda, y espero que con mucho éxito, en lo de reivindicar a Juan José Saer) y responde un poco a lo que se espera de la literatura africana, de esa que surge tímidamente, casi siempre desde originales en inglés y casi siempre desde escritores que se han establecido de forma más o menos fija en USA o en Inglaterra. Más si se trata de un volumen que rememora su infancia, que cierra la narración justo en el momento en que llega al instituto donde cursará la educación secundaria. Que ahora mismo no sé si tiene continuidad en la obra del escritor keniata, pero que ya empiezo a echar de menos.
Porque esta prosa sencilla engancha, porque transmite la honestidad de la que no son capaces demasiados escritores al referirse a orígenes humildes y circunstancias particularmente duras. La infancia que Wa Thiong'o describe quizás no aporte párrafos esplendorosos, pero deja una impronta tan indeleble. O alguien puede quedarse indiferente cuando el mayor obstáculo (tras haber superado cursos y duras pruebas) que aleja al Wa Thiong'o adolescente de poder ingresar en el instituto es que su familia no dispone del dinero suficiente para comprar el par de calcetines y los zapatos (sus primeros zapatos) que se le exige llevar. ¿Hace falta una prosa florida y recargada para comentar algo tan duro? La narración empieza con curiosas escenas: los bonos, prisioneros de guerra italianos, son forzados a participar en la construcción de precarias infraestructuras. Inicio de los 40. Kenya se recupera de su participación en la Campaña de África Oriental, y sus participantes locales ni siquiera han obtenido tratos de favor de los colonizadores británicos, que siguen dominando el país con crueldad y mano dura. Todo sigue igual, y Wa Thiong'o crece en una estructura familiar propia del ambiente rural en el que ha nacido: su padre tiene cuatro esposas y él un montón de hermanastros. Un abuelo materno al que ayuda y una ambición, seguir adelante en sus estudios, que guía su vida. Pero que ha de convivir con las circunstancias. Miseria, abandono, la contundencia del aparato represivo colonial ante el tímido (pero a la larga definitivo) despertar del sentimiento independentista. Esa niñez transcurre en esos cauces. El tesón por decidir sobre su futuro. El individual, accediendo a cotas de educación que le han sido negadas a sus iguales, el colectivo, deshaciéndose del yugo explotador. Cuestiones que precipitan la madurez del Wa Thiong'o narrador, obligado a recorrer enormes distancias para acudir a clase, a respetar decisiones injustas, a que le sea recriminado expresarse en su idioma materno, a trabajar siendo un niño para obtener apenas lo suficiente para la siguiente comida. Como muchas de estas obras, tan angustioso conocer ese día a día, aunque sea transcrito de forma resignada, pero vital y optimista, como ser conscientes de que, décadas más tarde, sigue siendo el recorrido vital de millones de personas.
Lo dicho: por favor, ya, el siguiente volumen.
También de Thiong'o en ULAD: No llores, pequeño, Desplazar el centro. La lucha por las libertades culturales, Descolonizar la mente, El río que nos separa, Luchar con el diablo
Porque esta prosa sencilla engancha, porque transmite la honestidad de la que no son capaces demasiados escritores al referirse a orígenes humildes y circunstancias particularmente duras. La infancia que Wa Thiong'o describe quizás no aporte párrafos esplendorosos, pero deja una impronta tan indeleble. O alguien puede quedarse indiferente cuando el mayor obstáculo (tras haber superado cursos y duras pruebas) que aleja al Wa Thiong'o adolescente de poder ingresar en el instituto es que su familia no dispone del dinero suficiente para comprar el par de calcetines y los zapatos (sus primeros zapatos) que se le exige llevar. ¿Hace falta una prosa florida y recargada para comentar algo tan duro? La narración empieza con curiosas escenas: los bonos, prisioneros de guerra italianos, son forzados a participar en la construcción de precarias infraestructuras. Inicio de los 40. Kenya se recupera de su participación en la Campaña de África Oriental, y sus participantes locales ni siquiera han obtenido tratos de favor de los colonizadores británicos, que siguen dominando el país con crueldad y mano dura. Todo sigue igual, y Wa Thiong'o crece en una estructura familiar propia del ambiente rural en el que ha nacido: su padre tiene cuatro esposas y él un montón de hermanastros. Un abuelo materno al que ayuda y una ambición, seguir adelante en sus estudios, que guía su vida. Pero que ha de convivir con las circunstancias. Miseria, abandono, la contundencia del aparato represivo colonial ante el tímido (pero a la larga definitivo) despertar del sentimiento independentista. Esa niñez transcurre en esos cauces. El tesón por decidir sobre su futuro. El individual, accediendo a cotas de educación que le han sido negadas a sus iguales, el colectivo, deshaciéndose del yugo explotador. Cuestiones que precipitan la madurez del Wa Thiong'o narrador, obligado a recorrer enormes distancias para acudir a clase, a respetar decisiones injustas, a que le sea recriminado expresarse en su idioma materno, a trabajar siendo un niño para obtener apenas lo suficiente para la siguiente comida. Como muchas de estas obras, tan angustioso conocer ese día a día, aunque sea transcrito de forma resignada, pero vital y optimista, como ser conscientes de que, décadas más tarde, sigue siendo el recorrido vital de millones de personas.
Lo dicho: por favor, ya, el siguiente volumen.
También de Thiong'o en ULAD: No llores, pequeño, Desplazar el centro. La lucha por las libertades culturales, Descolonizar la mente, El río que nos separa, Luchar con el diablo
He leído otro libro suyo, 'El brujo del cuervo' y me pareció increíble, mágico. Añadir a lo dicho, que en una visita a Kenia irrumpieron en su casa, violando a su mujer y quemándole la cara por sus ideas. Y por último, creo que sus libros están escritos en un dialecto africano minoritario.
ResponderEliminarUn saludo y gracias por la reseña.
Al hilo del comentario previo, indicar que Thiong'o escribe en gikuyu aunque empezó a hacerlo en inglés. Los motivos del cambios están explicado en el ensayo "Descolonizar la mente", altamente recomendable.
ResponderEliminarGracias por los comentarios. Por ellos precisamente me he enterado de que hay más obra de este escritor traducida, que me lanzo a buscar. Sobre la cuestión del uso de su lengua materna en su obra voy a indagar. Pos supuesto.
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