Título original: Two Memoirs
Traducción: Miguel Temprano García
Año de publicación: 1.972 (escrito hacia 1.930)
Valoración: Está bien
Club privado de Bloomsbury, Londres. Muebles victorianos, pecheras impecables, ironía con sutiles ribetes de procacidad, oporto servido en fina cristalería, cabellos engominados, debate intelectual un poco desmayado, quizá bajo alguna pintura alusiva a la caza del zorro. Virginia Woolf, Bertrand Russell, David Garnett, Duncan Grant y, entre otros más, claro, John Maynard Keynes. Todos procedentes de los más elitistas colegios ingleses, que se entretienen en sus juegos de ingenio, bromas privadas y muestras de erudición. En este ambiente muelle, los integrantes del grupo acostumbran a deleitarse recíprocamente mediante el relato de anécdotas o pequeñas historias personales, que escriben y leen después en sus reuniones. ‘Dos recuerdos’ es justamente la plasmación de dos de esos relatos, que Keynes expuso ante la mirada complaciente de sus notables socios.
El primero de ellos, ‘El doctor Melchior’, cuenta algunos detalles de la intervención de Keynes en las negociaciones del Tratado de Versalles. Tras la firma del armisticio (fin de la Primera Guerra mundial), se suceden reuniones entre los aliados y los derrotados alemanes para afinar asuntos como las reparaciones de guerra, la situación de la flota mercante alemana o el envío de alimentos. No hablamos de cualquier cosa, porque Alemania se encontró devastada y sumida en una tremenda crisis humanitaria, y –lo que más preocupa a los vencedores- al borde de una revolución de sesgo comunista.
Keynes dedica el título del relato a uno de los negociadores alemanes, con el que estableció una relación racional y posibilista que, según el famoso economista, facilitó el desbloqueo del proceso. La narración tiene, además del interés histórico evidente, la virtud de contarnos los entresijos de una complicada negociación internacional, poniendo de relieve aspectos desconocidos para los ciudadanos de a pie: los pequeños trucos con que adquirir una posición ventajosa, el difícil equilibrio entre intereses nacionales y egos particulares, la importancia de eso que se llama ‘química’ en los encuentros. Sobre esto último, es manifiesta la posición de Keynes en relación tanto a sus teóricos compañeros como a sus oponentes: John Maynard, muy británico él, muestra cierta admiración –tal vez benevolencia- respecto de los alemanes, y ni tan siquiera cita a los norteamericanos, considerándolos como unos de los suyos. Y, como tampoco podía ser menos, no oculta su desprecio hacia los franceses, encarnados en el mariscal Foch, a quienes presenta siempre enrocados en sus miserables intereses particulares. Posición mezquina de sus vecinos frente a la grandeza de miras de los anglófonos, cómo no.
El relato está bien hilado, aunque queda claro que no hay intención de desarrollar un argumento determinado, sino de sumar unos cuantos episodios más o menos amables, siempre trufados de ironía y cierto autobombo, para entretener –y, por qué no, impresionar un poco- a sus brillantes contertulios.
El segundo recuerdo se titula ‘Mis primeras creencias’, tiene un tono aún más privado que el primero, y su interés es bastante menor. Habla Keynes de una época juvenil y universitaria, y del nacimiento de tempranos principios filosóficos bajo la sombra de Russell y, sobre todo, de George Edward Moore. Individualismo, planteamientos radicales sobre la belleza y el deleite de su contemplación, el amor, el bien y la moral, todo ello aplicado con ardor en charlas y discusiones. O sea, divagaciones de jovenzuelos despreocupados de la jet set económica e intelectual en el Londres de finales del siglo XIX o principios del XX. Para el lector, de no ser que uno esté muy interesado en la época o en este tipo de juegos florales, entiendo que el tema tiene bastante menor atractivo que el anterior.
Es llamativo que Garnett, en su presentación del libro, indique que estos dos escritos han sido los únicos publicados entre todos los que Keynes escribió para su lectura en Bloomsbury. Por lo visto, el único motivo de que vieran la luz pública fue la expresa voluntad del famoso economista, y lo dice Garnett casi como excusándose, no sé si de que no se hubiera hecho lo mismo con el resto del material, o precisamente de que éstos se hayan publicado. Y hombre, ni los textos tienen tanto interés como para anhelar la lectura de otros similares, ni son tampoco tan abominables como para pedir perdón.
Estaria dpm q pusierais en las etiquetas q poneis las de las editotiales asi podriamos buscar los libros por editoriales. Gracias
ResponderEliminarUna duda: lo de "deleitarse recíprocamente" supongo que se refiere sólo al plano intelectual y no es una forma elegante de decir otra cosa... ; )
ResponderEliminarAmigo Anónimo: creo que ya pusiste un comentario similar en una entrada anterior, y creo también que tuviste una respuesta. En todo caso, insisto en que una buena parte de los libros se edita en varias ocasiones, en editoriales y formatos diferentes. Por tanto, incluir la editorial podría provocar más confusión en vez de aportar un dato de interés.
ResponderEliminarJuan: no tengo muy claro que los deleites fuesen sólo intelectuales. En gente tan distinguida se descubren a veces costumbres inconfesables, así que dejémoslo en el equívoco.
Gracias por los comentarios y disculpad el retraso en contestar.
Que conste que no lo he puesto porque tu reseña esté mal redactada o de lugar a equívocos, sino porque del grupo de Bloomsbury , precisamente, siempre se ha dicho que llevaban una vida privada "escandalosa"...para los parámetros de la época, claro ; )
ResponderEliminarYa había pillado la ironía, Juan, así que tranki, que ya tienes bastante trabajo en el post de Aramburu, jeje. (A partir de ahora pondré siempre jeje cuando incorpore el tono amable-sarcástico, por si las moscas...)
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