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lunes, 7 de noviembre de 2016

Hans Ertl: Paititi

Idioma original: alemán
Título original: Paititi
Traducción: Juan Godo Costa
Año de publicación: 1.963
Valoración: Se deja leer


Es posible que últimamente me haya venido excediendo algo con introducciones sobre los autores de los libros reseñados. No es por justificarme pero a veces, por circunstancias muy diversas, tiene más interés el autor que su obra. Así que voy a incurrir una vez más en el desajuste, porque en esta ocasión la desproporción resulta bastante evidente.

Hans Ertl fue fotógrafo oficial del mariscal Rommel, y fue también el cámara que filmó, a las órdenes de Leni Riefensthal, el famoso documental sobre las Olimpiadas de Berlín de 1.936. Era el típico personaje hiperactivo, que aparte de la fotografía y el cine, era alpinista, explorador y aventurero allá donde se presentase la oportunidad. Así, participó en expediciones lo mismo al Nanga Parbat que por Groenlandia o la Tierra del Fuego, aunque su destino favorito fue la zona central de Sudamérica, donde los Andes se encuentran con la cuenca del Amazonas. Tiempo después, Hans se afincó precisamente en Bolivia huyendo de las represalias tras la guerra –aunque él siempre negó haber sido nazi-, manteniendo relaciones no muy claras tanto con el famoso criminal nazi Klaus Barbie como con el dictador boliviano Hugo Bánzer. Aún vive allí una de sus hijas, mientras otra de ellas -la de la foto- llegó a ser importante activista de un grupo guerrillero izquierdista (y de hecho, liquidó personalmente al asesino del Che). Vamos, una vida de película la de toda la familia Ertl.

Precisamente el libro cuenta la expedición que, encabezada por Hans, partió en 1.954 en busca de la legendaria ciudad inca de Paititi, con el objetivo de rodar un documental. Para entendernos, todo el mundo conoce la leyenda de Eldorado: los conquistadores españoles encontraron grandes cantidades de metales preciosos en América y se multiplicaron las leyendas y rumores sobre fabulosas ciudades perdidas construidas en oro, y cosas por el estilo. Eldorado se llamó genéricamente a cualquiera de esas ciudades legendarias, una de las cuales era Paititi, cuya ubicación no terminó de estar clara. Para allá se fue Ertl, siguiendo los pasos de otra expedición fracasada, y acompañado por cierto por dos de sus hijas, entonces adolescentes.

Desde el principio nos parece el documentalista alemán un sujeto más bien hosco, que de ocasiones anteriores parece arrastrar algunos desencuentros con sus colaboradores. Es también sin duda un tipo resuelto, amante de la aventura en sí misma, de la que disfruta al margen del objetivo concreto que se persiga. Es decir, Ertl va en busca de Paititi porque se supone que está por allí, hay una selva que atravesar, riesgos que asumir,  y seguramente imágenes que llevar a Europa. Y esa actitud se reflejará directamente en el libro.

La narración no oculta muchas sorpresas. Parte la expedición con su equipo y van avanzando hacia zonas remotas, con paradas en aldeas cada vez más minúsculas donde son recibidos con hospitalidad. A veces son antiguos caminos trazados por los incas, otras veces senderos vertiginosos o ríos que hay que cruzar mediante ingenios mecánicos, y en la fase más avanzada, la selva en toda su crudeza, donde hay que abrirse paso a machetazos. Ertl admira las maravillas de la naturaleza, tiene sus diferencias con los peones locales que le acompañan, y se emociona cuando empieza a descubrir muros y escaleras de épocas remotas. Tanto da que sea o no la Paititi de la que hablaron los historiadores. Nuestro explorador no ha venido a buscar oro y quizás ni siquiera fama, sino a vivir una experiencia excitante. Y así, el momento más emocionante lo constituye el hallazgo de un pequeño cascabel de bronce: después de desenterrarlo, lo pone bajo un chorro de agua para lavarlo, y en ese momento emite un pequeño tintineo. Hans queda sobrecogido ante el primer sonido que el pequeño objeto emite tal vez desde hace siglos.

La principal singularidad de este libro es, como digo, el carácter aventurero de su autor. Ertl no es historiador, ni arqueólogo, ni naturalista, de manera que no tenemos prácticamente ningún dato científico acerca de lo que se narra. Es la mirada de un aficionado que seguramente ni tan siquiera se planteó escribir un libro, alguien a quien atrae descubrir cosas o avanzar por donde nadie lo había hecho, y que cuenta lo que ve con la mirada ingenua pero también limpia del profano, alguien que se emociona con las cosas sin conocer su trascendencia.

Si ese particular punto de vista nos convence, el libro puede resultar gratificante. En caso contrario, tampoco ocurrirá nada si prescindimos de él.

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