Idioma original: francés
Título original: Quand le diable sortit de la salle de bain
Año de publicación: 2014
Traducción: María Enguix
Valoración: está bien
La cuestión del etiquetado aplicada a la literatura: ¿acabará esta crisis? No la literaria, la económica. Si no acaba, o mientras no lo haga, ¿tiene una novela que se atribuye títulos como "el retrato del paro juvenil" carta blanca de vigencia y de ser una referencia absoluta? ¿Qué pasará si todo vuelve a ser "como antes"? Puede que la tiremos en un rincón o puede, vete a saber, que la guardemos para rememorar, nostálgicos, cómo nos las apañábamos para sobrevivir entre facturas, subsidios, funcionarios exigentes y estrictos y normativas implacables. Y las circunstancias de cada uno son las de cada uno. No hay por qué sentirse identificado con la protagonista al cien por cien. Ella solo intenta ganarse la vida con su talento en medio de un mundo obstinado en no reconocerlo.
El invierno ha sido crudo y hemos tirado de la calefacción: la factura de la electricidad se zampa más de la mitad de la ayuda y quedan largos días para vivir hasta el fin de mes. Quedan menos de 40 euros para pasar veinte días porque se ha elegido ser free-lancer y las cosas no van muy boyantes. Uno se ha acostumbrado a esos pequeños lujos que son la salsa de la vida y se encuentra de bruces con una terrible realidad: habrá que comprar pasta y arroz si se quiere sobrevivir hasta final de mes. Y Sophie no hacía nada malo con darse esos pequeños caprichos, pero su situación ya no lo tolera, e incluso prefiere hacer chanza de ello con sus amigos del alma antes que recurrir a la ayuda de su familia (lo cual supone reconocer implícitamente un fracaso de su planteamiento vital)... al menos en un principio. Que la inviten y le ofrezcan ayuda ya es otra cosa: sobre todo cuando experimenta esa sensación nueva en la gran parte de la sociedad occidental: el hambre. La novela se convierte en un nadar contra corriente donde Sophie se enfrenta, sobre todo, a la implacable maquinaria burocrática de concesión y pago de subsidios, y, en el fondo, a esas dudas generacionales despejadas de forma abrupta desde hace casi una década. Que, salvo tener mucha suerte, obedecer la vocación profesional a ciertos niveles y en ciertas profesiones puede llevar a la desesperación. Sophie acabará dando su brazo a torcer y, acuciada por las circunstancias, aceptará sub-emplearse con tal de seguir adelante.
Hay algún momento en que esta novela se escora hacia aguas muy peligrosas: la insustancialidad de Amélie Nothomb o el insoportable submundo de Bridget Jomes merodean en algún capítulo. Estilísticamente toca diferentes palos y no siempre bien: no veo el sentido en entregar, al primer pretexto, cuatro páginas de absurdo cuento infantil para, unas páginas más adelante, tirar de emoticonos para describir un trío sexual. Por fortuna algunos de los trucos de maquetación tienen su gracia y evitan ser irritantes y complicar la lectura. Pero hay aspectos que quedan perjudicados por estos puntuales accesos de frivolidad: la realidad descrita por Divry no es extrapolable y la necesidad descrita dista mucho de ser la extrema, la absoluta a la que demasiada gente se ha enfrentado y sigue enfrentándose. Y no acabo de comprender el sentido del libro y su tono más bien relajado y frívolo ante algo que representa un drama para muchos. No es que se banalice. Ni es que yo deba dictaminar el tono en que tratar estas cosas. Bastante jodido está todo. Pero el tono empleado resulta poco convincente, escaso de convicción, y sin pretensiones de tratar el problema a fondo. Cosa que, hoy en día, más si un libro pretende abanderar la causa que sea, sería bueno exigir.
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