Título original: Touching from a distance
Traducción: Marcos Sánchez Armesto
Año de publicación: 1.995
Valoración: Está bien (Recomendable para interesados)
Subtítulo: ‘La vida de Ian Curtis y Joy Division’. Es decir, estamos ante una biografía de cantante de grupo más o menos famoso, escrita por su viuda. O sea ¿panegírico del difunto? ¿pataleta post-mortem para ponerle a caldo? ¿o simplemente un batiburrillo de chismes para sacar los últimos rendimientos al finado? Bueno, no nos pongamos tan cáusticos, que creo que no va por ahí la cosa.
Para ponernos en situación, Joy Division fue una banda de muy corto recorrido –apenas un par de años-, durante el cual se ganó un bien merecido prestigio, con sus atmósferas oscuras y sus ritmos obsesivos. Y, por supuesto, con la voz grave y turbadora de Ian Curtis, una voz tan singular como quizá no conoceríamos otra hasta Nick Cave. Vamos, tampoco ocultaré que es uno de mis grupos favoritos, porque si no tampoco me hubiera leído el libro. En cualquier caso, su música no era fácil, y su público se reducía a un no muy extenso círculo próximo al after-punk, aunque con el tiempo se ha convertido en eso que se llama ‘grupo de culto’. Es decir, algo parecido a lo que ocurre con Joyce: todo el mundo habla de lo bueno que es, pero no son tantos los que de verdad lo conocen.
Al grano. Una primera línea de lectura nos sitúa en lo que es propiamente la biografía del frontman del grupo. Ian Curtis era un poco arquetipo del ambiente y la época: criado en los alrededores de Manchester, pronto empezó a meterse de todo, la música era su religión, y Bowie su santo de cabecera. Pero, entre curdas y porros, empezaba a asomar la peculiar personalidad de un tipo algo siniestro, depresivo y con algunos síntomas de bipolaridad, cosillas que uno ya intuye sólo con ver algún video de sus actuaciones con Joy Division.
Desde este punto de vista, no puede decirse que el libro aporte mucho. Vemos a Ian en la formación de su primera banda, Warsaw, en las actuaciones en pubs y locales, pero no sabemos casi nada del proceso creativo o del funcionamiento interno del grupo. Lo que sí descubrimos es su obsesión por morir joven –una idea fija desde su adolescencia-, y los primeros atisbos de su epilepsia, junto a algún dato llamativo, como la convicción (no sé si también ambición) de Ian de terminar alcanzando el éxito en el mundo de la música. Pero todo se nos cuenta desde una cierta distancia, como cosas que su esposa Deborah no conoce de primera mano, sino a través de deducciones o conjeturas.
Y aquí pasamos a un segundo nivel. Aunque no creo que ningún lector tenga la intención de poner el foco en la autora, es algo que resulta inevitable: ya desde las primeras líneas, Deborah parece una chica ingenua que ha ido a parar a ese ambiente un poco por casualidad (de hecho era la ex de un amigo de Ian); se apunta a las juergas, acude a los conciertos, pero siempre y cada vez más en un segundo plano. La verdad es que al lector termina por dolerle ese proceso de marginación porque, siendo tan evidente, parece que a la autora le costase un montón ser consciente de él, incluso cuando escribe el libro, tiempo después de la desaparición de Ian.
Tampoco está nada clara la naturaleza de ese matrimonio: Deborah no parece muy enamorada de Ian, ni tampoco demasiado fascinada con su faceta artística, como podría pensarse. Es una especie de mezcla entre cierta admiración y un cariño difuso. Y el músico, que se muestra voluble y un poco manipulador, aunque a veces parece corresponderle, le va arrinconando hasta dejar a su chica casi por completo fuera de su vida.En este sentido, la historia es bastante triste. La vida de Deborah, un matrimonio feliz junto a un tipo desconcertante pero atractivo, se va al traste sin que ella parezca enterarse de lo que ocurre a su alrededor, mientras Ian (con su enfermedad, sus adicciones y su extraña personalidad), se va alejando hacia un lugar que sólo él conocía: dice Deborah que él ‘había diseñado su propio infierno y planeaba su propia caída’. Es curioso cómo empieza uno la lectura con el único interés de conocer algo más sobre el peculiar Curtis, y termina sumergido en la historia un poco deprimente de una jovenzuela ante su gran fracaso.
También hay que decir que el libro parece haber sido editado a toda prisa y de forma algo chapucera –incluso en la tipografía y la maquetación- lo que, sumado a la limitada capacidad de la autora para la narración, transmite una sensación un poco pobre. Por el contrario, tiene el valor añadido de una transcripción de las letras de todas las canciones de Joy Division, y unas cuantas más inacabadas, que ayudan a entender mejor a personaje tan especial, junto con un listado (entendemos que completo) de los conciertos del grupo y su discografía –esto último, obviamente, hasta la fecha de edición del libro.
P.D.: Aunque, como digo, la información que recibimos acerca de Joy Division no es muy amplia, sería interesante cotejarla con el libro que escribió Bernard Sumner, otro miembro de la banda y tal vez el mejor amigo de Ian, y quedó reseñado en ULAD.
Para uno que creció con el grunge y el britpop el descubrimiento del "Unknown Pleasures" fue toda una epifanía. Ese bajo nada más comenzar el disco...En fin, todo un personaje Ian Cursis. Lástima su temprana muerte.
ResponderEliminarAbrazo!
Al escribir la reseña me ha parecido mejor centrarme en el libro y no en la música, pero la verdad es que la combinación de l línea de bajo y la voz le lleva a uno a una especie de agujero negro, siempre más negro y siempre hacia abajo. Sensacional!
ResponderEliminarSaludos, vecino