Título original: 33 revolutions per minute: A history of protest songs
Año de publicación: 2011
Páginas: 943
Traducción: Miquel Izquierdo
Valoración: imprescindible
El continente
Uno se encuentra en la librería sosteniendo un aparatoso kilogramo largo de portada negra en dos elegantes texturas, fajín rojo (abro el debate: ¿qué hacéis con los fajines mientras leéis un libro, o incluso después?) y las hojas igualmente con sus bordes en rojo, lo cual le da al conjunto un aspecto solemne, robusto, casi sagrado. Y ese "33" en blanco, rotundo en la portada, con la tipografía que caracteriza las cuidadas ediciones de Malpaso. Billie Holiday, Bob Dylan, Bob Marley.
Mi primer consejo: ¿a qué esperas para hacerte con este libro?
Primero, porque me temo que la gente de Malpaso sea consciente de los enormes costes de un libro así y haya optado por una primera edición corta. Después, porque pocos, poquísimos libros son capaces de ofrecerte lo que 33 revoluciones por minuto te ofrece. Que es, casi, la historia de los últimos 60 años de la humanidad desde la perspectiva de la música que la ha acompañado. La que no ha callado ni ha tenido miedo a expresar disensión. A alguno le salió bastante caro.
El contenido
Si hubiera justicia en el mundo, las canciones protesta no existirían. Bueno: en un mundo utópico nadie tendría algo tan importante de qué protestar como para componer una canción. Pero el mundo no es perfecto ahora, ni lo era hace 80 años. Que es cuando Dorian Lynskey sitúa en el tiempo la primera de las 33 canciones que sirven de hilo conductor a este descomunal viaje. Esa canción es "Strange fruit" y la cantaba Billie Holiday. Y jamás hubiera dicho a qué se refería esa expresión que titula la canción si no hubiera leído este libro. Sirva de ejemplo para cualquiera de los capítulos. Porque Lynskey es periodista musical y sus conocimientos son, lógicamente, enciclopédicos, pero en este libro no se trata de hablar de charts, de éxitos o de giras con taquillaje vendido. Trata de la música como manifestación cultural incrustada en la sociedad que la rodea y como ésta solía (en pasado, no es éste un ejercicio exento de cierta nostalgia) participar de alguna manera en esa situación, mostrar cierta influencia.
Con la lógica preponderancia (que no es más que un reflejo de su supremacía en los medios) de la música de los dos ámbitos geolingüisticos anglófonos - USA y UK, el repaso que le da Lynskey al fenómeno es inapelable. Pero no es un repaso acaparado por la cuestión musical. Si dijera que hasta ese aspecto queda relegado a un rol secundario no iría muy desencaminado. Cada capítulo es una pieza de la historia del escenario que ha generado esa música. Esa es la clave del valor que aporta ese libro no solo si a uno le interesan los músicos de los que se escribe. Porque para comprender a todos esos músicos valientes hay que entender muchas cosas. Y esas cosas pueden ser el poso racista aún implantado en la sociedad americana, la influencia de la política en los medios, la angustia del joven músico ante el sufrimiento de quienes le rodean. Este libro habla de Bob Dylan y de Bob Marley, de los Specials y los Public Enemy, de George Michael y de Rage Against the Machine, y de Radiohead, pero profundiza en la génesis de sus protestas. Vietnam, Reagan, Thatcher, Luther King, Pinochet, Sarajevo, Malcolm X, McCarthy, Nixon, Blair. Todo está ahí.
Con la lógica preponderancia (que no es más que un reflejo de su supremacía en los medios) de la música de los dos ámbitos geolingüisticos anglófonos - USA y UK, el repaso que le da Lynskey al fenómeno es inapelable. Pero no es un repaso acaparado por la cuestión musical. Si dijera que hasta ese aspecto queda relegado a un rol secundario no iría muy desencaminado. Cada capítulo es una pieza de la historia del escenario que ha generado esa música. Esa es la clave del valor que aporta ese libro no solo si a uno le interesan los músicos de los que se escribe. Porque para comprender a todos esos músicos valientes hay que entender muchas cosas. Y esas cosas pueden ser el poso racista aún implantado en la sociedad americana, la influencia de la política en los medios, la angustia del joven músico ante el sufrimiento de quienes le rodean. Este libro habla de Bob Dylan y de Bob Marley, de los Specials y los Public Enemy, de George Michael y de Rage Against the Machine, y de Radiohead, pero profundiza en la génesis de sus protestas. Vietnam, Reagan, Thatcher, Luther King, Pinochet, Sarajevo, Malcolm X, McCarthy, Nixon, Blair. Todo está ahí.
Como he dicho, y teniendo en cuenta que el libro data de 2011, y que estos cinco años, a pesar de la crisis, no han permitido que se vislumbre cambio alguno en esta tendencia, hay un cierto factor de nostalgia. La protesta no existe ya, o no es sencillo visualizarla en la música. En sus manifestaciones más divulgadas y mayoritarias. Son varios los factores que la han neutralizado. Por un lado, que algunos de los hechos contra los que se protestaba ya no son tan visibles o no nos parecen tan graves. Por otro, y ya entraríamos en conjeturas, que las propias discográficas han acabado conduciendo sus producciones hacia una uniformidad (seguro que dirán que en aras de la globalidad) que ha acabado confinando al músico militante a través de los mensajes de sus canciones hacia un rincón minoritario. La música de hoy en día pone por delante de cualquier otra temática las relaciones personales, el hedonismo o los mensajes comúnmente aceptados (y por tanto, también neutralizados), y la propia industria y los condicionantes económicos obran como implacable tamiz cuando no como barrera infranqueable. Se está tirando la toalla. Hasta algo como el hip-hop se ha dulcificado y ha moderado su mensaje para ser digerible por públicos ajenos a su mercado natural.
Lynskey no ahorra palos más o menos directos, por ejemplo, hacia John Lennon (hablando de abolir la propiedad privada sentado en un carísimo piano de una mansión o viviendo en un lujoso edificio en Manhattan). También tira de las orejas a bandas emblemáticas como U2. Todo razonado y objetivamente incontestable.
Acabo con una reflexión. Culpemos a las descargas, al capitalismo, a la preocupante tendencia a la cultura de usar y tirar. Será por excusas. Pero qué lejos (distancia inabarcable y, me temo, recorrida de forma irreversible) está hoy todo el universo musical de generar artistas de impacto con sentido real del riesgo de protestar por lo que sea, sin miedo a sus consecuencias comerciales. Quizás asistir a un acto, firmar un manifiesto pulido e inofensivo, o ponerse una camiseta o una chapita. A lo sumo, adoptar una pose dilettante dejando que, en las filmaciones que suelen acompañar a los conciertos, se cuele alguna frasecita reivindicativa. Quizás el negocio musical ya no es tan lucrativo para asumir un compromiso que se extienda al riesgo físico. Quizás se ha tirado la toalla en aquello tan bonito de cambiar el mundo con las canciones. Pero la sensación, incluso varios años después que este monumental libro ha sido escrito, es que ya no hay apenas gente dispuesta a intentarlo.
Haceos con este libro. Leedlo. Guardadlo. Consultadlo. Ahora y en el futuro. Puede, espero que no, que eso de que habla sea, en poco tiempo, parte del pasado.
Viendo de qué trataba el libro, iba a preguntar si aparecían Tom Waits o el querido Pete Seeger, pero la respuesta parece obvia. ¡Eso sí que es un tocho de verdad, se siente el peso sólo con verlo! No sé si me atravería con él, intimida un poco, la verdad.
ResponderEliminarChapeau por la reseña, aunque me riñan por decirlo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBuenísima reseña, Francesc!
ResponderEliminarPor cierto, que como dice Owen Jones en "Chavs...": Ahora todos somos de clase media.
Luego no hay nada por lo que protestar. O sí?
Los fajines se los queda el librero. Se los regalo. Los odio. No quiero verlos. No me creo nada de lo que pone ahí. No quiero que estén en mi bolso ni en mi casa. Si de entre el montón de ejemplares hay uno sin fajín, ese es el que se viene conmigo :P
ResponderEliminarEn el caso de Malpaso, digamos que el fajín (o fajón, en este caso) forma parte de la cubierta (el otro día me enteré de que "portada" es otra cosa: la página del libro donde aparece el título, autor, etc...), a modo de sobrecubierta parcial, así que yo no lo tiraría. Generalmente sí que lo hago o lo utilizo de marcapáginas, excepto uno de Libros del K.O. que tiene información con gráficos muy chulos en su interior.
ResponderEliminarPor cierto, la mejor frase promocional en una faja que yo he leído, la de "Margen de error, de Berna González Harbour:
"Soy la nueva directora de Babelia; a ver quién se atreve a hacer una mala reseña de mi novela"
Empieza bien la semana del tocho con una reseña impecable. Cuando en los países en desarrollo (no sé si me gusta mucho la expresión pero cuál es la otra: ¿tercer mundo?) los éxitos de ventas son Justin Bieber y Miley Cyrus te das cuenta de que la música con mensaje y ganas de rehacer el mundo ha muerto.
ResponderEliminar¿Billie Haliday? Mis HOJOS!!!! :D
ResponderEliminarI have maggots in my scrotum.
ResponderEliminarClase media. Más bien lo decía Cameron, ¿no? Corregido lo de Haliday. Vaya lío, me parecïa muy obvio Holiday. Debió ser eso. Tom Waits no sale, que recuerde. Con sus historias de desamparados, supongo que es más francotirador que adscrito a un movimiento. Pete Seeger sí que es mencionado profusamente, creo que en el capítulo sobre Woody Guthrie. Y no, no hay esperanza, y mira que está jodido el mundo, de que nadie tome esa antorcha. Tenía ciertas esperanzas en Frank Ocean o Kanye West, pero no sé. Gracias por todos los comentarios, incluído el último. Eso sí es canción protesta.
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