Título original: Mon dernier soupir
Traducción: Ana María de la Fuente
Año de publicación: 1982
Valoración: Muy recomendable
Pues sí, este es un libro que podría perfectamente haber entrado en la semana de la autobiografía (que está visto que se nos quedó corta), pero como entonces no me dio tiempo, pues lo reseño ahora, total, quién se va a dar cuenta.
Ya sabéis (los que lo sabéis) que no soy lector asiduo de autobiografías, memorias, diarios y cosas del género, pero mi amiga Leyre, que sí lo es (lectora asidua de este tipo de obras, digo) me regaló Mi último suspiro estas navidades pasadas, porque le había encantado. Y como en general me fío del criterio de Leyre (aunque no le guste Faulkner), pues me decidí a darle una oportunidad con la mente abierta.
Cuando llevaba aproximadamente cien páginas, iba pensando cómo decirle a Leyre que en fin, que bien, pero no. Porque esas cien páginas hablan de la infancia de Buñuel como hijo de una familia bien de Zaragoza, y la verdad, no tiene demasiado de particular. Incluso el apartado dedicado a la Residencia de Estudiantes, que yo anticipaba con mucha curiosidad, resulta un poco anodino, y mucho menos ácido de lo que esperaba, teniendo en cuenta la imagen pendenciera y algo bruta que tenemos de Buñuel (y que, la verdad, no creo que se aleje demasiado de la realidad).
Lo que pasa es que justo en la página 98 del libro (año 1925 en la vida real) Buñuel se muda a París, y a partir de ahí el libro me enganchó y las siguientes doscientas páginas las devoré prácticamente en una noche. Porque la vida de Buñuel fue realmente apasionante: en el París de los años 20 coincidió y se hizo amigo y cómplice de toda la élite surrealista (Breton, Aragon, Éluard, Max Ernst...); viajó también al Hollywood de los grandes estudios, donde conoció, en diferentes momentos de su vida, a mitos como Fritz Lang, Chaplin, Hitchcock, vivió la guerra civil en primera fila, en un Madrid republicano pero dividido, y después el exilio en Francia, Estados Unidos y finalmente México...
Quizá los párrafos más hermosos del libro se los dedica Buñuel a Lorca, pero no al Lorca poeta o dramaturgo, sino a la persona; creo que merece la pena copiar uno de ellos aquí.
De todos los seres vivos que he conocido, Federico es el primero. No hablo de su teatro ni de su poesía, hablo de él. La obra maestra era él. Me parece, incluso, difícil encontrar a alguien semejante. Ya se pusiera al piano para interpretar a Chopin, ya improvisara una pantomima o una breve escena teatral, era irresistible. Podía leer cualquier cosa, y la belleza brotaba siempre de sus labios. Tenía pasión, alegría, juventud. Era como una llama. Cuando lo conocí, en la Residencia de Estudiantes, yo era un atleta provinciano bastante rudo. Por la fuerza de nuestra amistad, él me transformó, me hizo conocer otro mundo. Le debo más de cuanto podría expresar.
De Dalí, en cambio, no tiene tantas cosas buenas que decir. Habla, claro, de la colaboración entre ambos para crear Un chien andalou, pero el Dalí posterior, sobre todo después de conocer a Gala, se nos presenta como un ser egocéntrico, engreído, apovechado, traicionero, infantil, ridículo. Una frase suya en un texto de autoglorificación fue el causante, por ejemplo, de que Buñuel perdiera su trabajo en el MoMA después de la guerra.
Como era de esperar, el cine ocupa un lugar importante en estas memorias, así que los que estén familiarizados con la filmografía de Buñuel podrán seguirla prácticamente año a año; pero los comentarios del realizador no son críticos o cinematográficos, sino más bien impresiones, anécdotas, emociones asociadas al rodaje o a las proyecciones de las películas. El escándalo lo acompañó durante casi toda su carrera (desde Un chien andalou y La edad de oro, hasta Los olvidados o Viridiana), un escándalo que Buñuel no rehuía sino que asumía como consecuencia de su propia libertad creativa y moral.
Cuando se termina el libro, no nos quedamos con una imagen idealizada de Buñuel: cuando tiene que ser "políticamente incorrecto" lo es (como cuando dice que le gustaría volar el Guernica de Picasso o cuando niega valor a las películas de Charlot), varias veces insiste en su carácter algo difícil, en sus maneras bruscas y sus manías inalterables. Lo que sí se tiene es una visión más humana, más poliédrica de su personalidad. Sus películas son geniales, y deben ser vistas por sí mismas independientemente de la simpatía o antipatía que nos pueda producir su creador; pero después de leer las largas confesiones del hombre que las creó, me parece que pueden verse con algo más de comprensión y hasta ternura.
Vaya por delante el agradecimiento al autor de la reseña. Sin embargo, y al margen de las opiniones de cada uno, por qué esa cursilería, ese esnobismo en el que muchos incurren: lo que sucede en el extranjero es maravilloso y lo que acaece en España siempre es aburrido, triste y gris. Lo que está claro es que cuando Buñuel llegó a París ya llevaba el genio dentro y que lo engendró en España y en su entorno, incluido ese ambiente familiar burgués que con manido desprecio se cita ¡Qué complejos! Y a mí tampoco me parece tan extraordinario Faulkner, ¿y qué?.
ResponderEliminarHola, anónimo, pues gracias por el comentario y por leernos.
ResponderEliminarNo creo que de mi reseña se pueda deducir eso de que "lo que pasa en el extranjero es bueno y lo de España no". De hecho, la época de la Residencia de Estudiantes me parece una de las experiencias vitales y creativas más interesantes de la Europa de la época. Lo que pasa es que el retrato que Buñuel hace de esa época es bastante pálido, sobre todo en comparación con los capítulos dedicados a París y los surrealistas. Desde luego que Buñuel era un genio cuando llegó a París, y cuando llegó a Madrid probablemente también; pero al leer sus memorias uno se entretiene mucho más con los capítulos a partir de 1925.
Y a mí Faulkner me parece un genio absoluto, qué le vamos a hacer.
Borges Pessoa Faulkner Nabokov dioses absolutos. Y Buñuel también, como cineasta, como escritor no lo se..
ResponderEliminarCoincido en tu lista de dioses, anónimo, añadiría algunos más pero esos están también en mi Olimpo.
ResponderEliminarUna cosa que no incluí en la reseña de Mi último suspiro es que quien escribe no es directamente Buñuel, sino su amigo Jean-Claude Carrière, que transcribe las palabras e impresiones de Buñuel (en primera persona, eso sí, o sea, como si hablase Buñuel). Así que no es posible juzgar la calidad de Buñuel como escritor, porque realmente no es él quien escribe.
Santi, ¿cuáles estarían en tu panteón de magníficos? Un saludo!
ResponderEliminarBuf, qué difícil es contestar a esa pregunta; haciendo un repaso de autores que me han marcado en alguna etapa de mi vida, se me ocurren Borges, Cortázar, Monterroso, García Márquez, Buero Vallejo, Cela, Cervantes, El Lazarillo, Faulkner, Auster, Virginia Woolf, Pessoa, Lobo Antunes... Y aun así me seguiría dejando muchos...
ResponderEliminarNo es menor tu aclaración, Santi, ya que Jean-Claude Carriere es un extraordinario y prolífico guionista cinematográfico. El listado de películas que llevan su firma es asombroso, por cantidad y calidad. Casi que se inició con Buñuel, pero llevar al cine obras como El tambor de hojalata, La insoportable levedad del ser, Danton o Valmont, por mencionar uso pocos títulos, lo colocan en el Olimpo del cine europeo.
ResponderEliminarInteresante "autobiografía", de todos modos. Para conocer mejor a un personaje clave de la primera mitad del Siglo XX.
PD: Y aprecio mucho que tu Olimpo literario esté encabezado por dos escritores argentinos. Aunque uno, que tuvo su espíritu impregnado por sus ancestros ingleses, repose en Ginebra, y el otro haya nacido en Bruselas!!