Título original: The New Yorker On The Money: The Economy in Cartoons
Año de publicación: 2012
Traducción: Vanesa Casanova Fernández
Valoración: recomendable
La afamada revista The New Yorker -ésa que algunos fingen leer habitualmente, aunque no hayan visto un ejemplar en su... bueno, vale, es lo que hago yo... ejem; lo confieso-, además de relatos, artículos literarios y demás, acostumbra a publicar viñetas humorísticas que se han convertido en unas clásicas del género en este libro encontramos una recopilación de las más destacadas, desde los años 20 hasta la crisis de ayer mismo, referentes al siempre jocoso tema del dinero y los asuntos económicos en general (que yo sepa, hasta ahora se han publicado otras dos recopilaciones, sobre la oficina y los libros). Estos chistes son, por tanto, excepcionales testimonios de lo sucedido a lo largo de 90 años: los felices 20, el crack del 29, el New Deal, la economía de guerra, la sociedad del consumo desaforado, la época de los yuppies, las burbujas tecnológica e inmobiliaria, la última -o penúltima- crisis de 2008... Increíblemente, los distintos autores han sabido sacarle punta, a lo largo de todas estas épocas y circunstancias, a asuntos en principio tan serios y aun áridos como son el finero, sus flujos y reflujos, los mecanismos que rijen éstos -o lo parece-, las relaciones laborales...
La forma de buscarle las vueltas a estos temas se basa en una premisa muy sencilla: puesto que la gente que tiene una visión economicista de la vida -debido a su oocupación pero tsmbién su ambiente social, etc...- considera que quienes ponen el dineto en segundo plano frente a prioridades de otro tipo -ya sean afectivas, familiares o artísticas- no viven en el "mundo real", llevemos esta visión hasta sus últimas consecuencias, y quedará patente lo absurdo, y por tanto cómico, del planteamiento. Así, por ejemplo, en una reunión social un escritor le comenta a un amigo:"Todavía no hemos acercado posturas. Yo quiero un adelanto de seis cifras y ellos se niegan a leer el manuscrito".
O dos jóvenes damiselas charlando en un sofá, sobre el pretendiente de una de ellas: "Es inversor, o especulador o malversador; en cualquier caso, es rico".
Es curioso comprobar cómo existe una cierta tipología en estos chistes, que se ha ido repitiendo a lo largo de esos 90 años. De esta forma, tenemos la típica reunión de un consejo de administración ("Resumiendo: no hemos tenido una huelga en diez años, así que les hemos estado pagando demasiado"); la consabida arenga del empresario a su empleado ("Esta espiral viciosa de salarios y precios en aumento tiene que parar en algún momento, Fleming, y voy a empezar por usted") ; o un clásico de la tradición financiera: los arruinados suicidas que se arrojan al vacío (dos ejecutivos que están mirando el teletipo de la Bolsa y ven caer a un tercero, al otro lado de la ventana: "Hombre, ¡pero si es Prescott! Imagino que sabe algo que nosotros ignoramos"). La conflictiva relación del ciudadano norteamericano -y no sólo ellos- con los impuestos es también objeto de numerosas viñetas; un señor, ante un inspector en la oficina de Hacienda: "¿Cómo hay que hacer para meter la pata tanto que el gobierno se conforme con un porcentaje de lo defraudado?".
Por supuesto, también los que hacen hincapié en las vicisitudes del eslabón más débil de la cadena: un mendigo que lee el periódico le dice a otro: "Pues mira, a mí me alegra muchísimo que el dólar esté fuera de peligro, porque si el dólar estuviera en peligro, imagínate las monedas de diez centavos".
Dos linces que persiguen a un conejo: "El sistema no es perfecto, pero, válgame Dios, sí que es claro".
(Sin pretender meterme en camisas de once varas, hay también una viñeta de los años 40 en la que se ve a una oficinista que teclea a máquina mientras mueve la cuna de su bebé. Su jefe le dice a un visitante: "Estamos tomando medidas para conciliar la vida laboral y la familiar" ).
¿Cómo?, ¿que la crítica sólo parece ir en un sentido, que no se ironiza sobre planes quinquenales, koljós o falta de suministro de productos básicos? Lógico, porque la revista en cuestión se llama "El neoyorquino" (lo pongo en masculino, ya que su icono es un caballero decimonónico con chistera y monóculo), no "El moscovita" o "El habanero", y en Nueva York están Wall Street o Madison Avenue, no el Soviet Supremo... En todo caso, pensemos que no deja de ser una virtud encomiable de un sistema político-económico la admisión de la crítica a ese mismo sistema (a no ser, claro, que sea un sistema basado en la conversión de todo elemento que quede a su alcance en un objeto de consumo, incluyendo la propia crítica al sistema, en cuyo caso... en fin, mejor dejémoslo...).
Acabo esta ya demasiado larga reseña apuntando los nombres de algunos de los autores, los más prolíficos, de estas divertidas y, me temo, certeras viñetas: Alice Harvey, Garret Price, Carl Rose, Alan Dunn, Barbara Shermund, Sydney Hoff, Lee Lorenz, Robert Weber, Charles Saxon, Joseph Farris, Jack Ziegler, Leo Cullum, J.B. Handelsman, Charles Barsotti, Alex Gregory... Éstos son algunos, pero falta un largo etcétera.
Y un último chiste: un tipo que está jugando al golf le comenta a su compañero: "Los estudios dicen que no por ser más rico soy más feliz, pero, ¿tú sabes lo que ganan los que hacen esos estudios?"
La forma de buscarle las vueltas a estos temas se basa en una premisa muy sencilla: puesto que la gente que tiene una visión economicista de la vida -debido a su oocupación pero tsmbién su ambiente social, etc...- considera que quienes ponen el dineto en segundo plano frente a prioridades de otro tipo -ya sean afectivas, familiares o artísticas- no viven en el "mundo real", llevemos esta visión hasta sus últimas consecuencias, y quedará patente lo absurdo, y por tanto cómico, del planteamiento. Así, por ejemplo, en una reunión social un escritor le comenta a un amigo:"Todavía no hemos acercado posturas. Yo quiero un adelanto de seis cifras y ellos se niegan a leer el manuscrito".
O dos jóvenes damiselas charlando en un sofá, sobre el pretendiente de una de ellas: "Es inversor, o especulador o malversador; en cualquier caso, es rico".
Es curioso comprobar cómo existe una cierta tipología en estos chistes, que se ha ido repitiendo a lo largo de esos 90 años. De esta forma, tenemos la típica reunión de un consejo de administración ("Resumiendo: no hemos tenido una huelga en diez años, así que les hemos estado pagando demasiado"); la consabida arenga del empresario a su empleado ("Esta espiral viciosa de salarios y precios en aumento tiene que parar en algún momento, Fleming, y voy a empezar por usted") ; o un clásico de la tradición financiera: los arruinados suicidas que se arrojan al vacío (dos ejecutivos que están mirando el teletipo de la Bolsa y ven caer a un tercero, al otro lado de la ventana: "Hombre, ¡pero si es Prescott! Imagino que sabe algo que nosotros ignoramos"). La conflictiva relación del ciudadano norteamericano -y no sólo ellos- con los impuestos es también objeto de numerosas viñetas; un señor, ante un inspector en la oficina de Hacienda: "¿Cómo hay que hacer para meter la pata tanto que el gobierno se conforme con un porcentaje de lo defraudado?".
Por supuesto, también los que hacen hincapié en las vicisitudes del eslabón más débil de la cadena: un mendigo que lee el periódico le dice a otro: "Pues mira, a mí me alegra muchísimo que el dólar esté fuera de peligro, porque si el dólar estuviera en peligro, imagínate las monedas de diez centavos".
Dos linces que persiguen a un conejo: "El sistema no es perfecto, pero, válgame Dios, sí que es claro".
(Sin pretender meterme en camisas de once varas, hay también una viñeta de los años 40 en la que se ve a una oficinista que teclea a máquina mientras mueve la cuna de su bebé. Su jefe le dice a un visitante: "Estamos tomando medidas para conciliar la vida laboral y la familiar" ).
¿Cómo?, ¿que la crítica sólo parece ir en un sentido, que no se ironiza sobre planes quinquenales, koljós o falta de suministro de productos básicos? Lógico, porque la revista en cuestión se llama "El neoyorquino" (lo pongo en masculino, ya que su icono es un caballero decimonónico con chistera y monóculo), no "El moscovita" o "El habanero", y en Nueva York están Wall Street o Madison Avenue, no el Soviet Supremo... En todo caso, pensemos que no deja de ser una virtud encomiable de un sistema político-económico la admisión de la crítica a ese mismo sistema (a no ser, claro, que sea un sistema basado en la conversión de todo elemento que quede a su alcance en un objeto de consumo, incluyendo la propia crítica al sistema, en cuyo caso... en fin, mejor dejémoslo...).
Acabo esta ya demasiado larga reseña apuntando los nombres de algunos de los autores, los más prolíficos, de estas divertidas y, me temo, certeras viñetas: Alice Harvey, Garret Price, Carl Rose, Alan Dunn, Barbara Shermund, Sydney Hoff, Lee Lorenz, Robert Weber, Charles Saxon, Joseph Farris, Jack Ziegler, Leo Cullum, J.B. Handelsman, Charles Barsotti, Alex Gregory... Éstos son algunos, pero falta un largo etcétera.
Y un último chiste: un tipo que está jugando al golf le comenta a su compañero: "Los estudios dicen que no por ser más rico soy más feliz, pero, ¿tú sabes lo que ganan los que hacen esos estudios?"
Resulta curioso ver que algunas viñetas de hace 70 años siguen siendo aplicables en la actualidad... La historia se repite, para nuestra desgracia.
ResponderEliminarUno de mis chistes preferidos: el atracador encañonando al empleado del banco y diciéndole algo así como "Además del dinero deme ese folleto sobre cómo refinanciar la hipoteca".
Txus
Hola Txus:
ResponderEliminarPues sí, tienes toda la raxón, muchos de las viñetas no sólo son del todo comprensibles hoy en día, sino que podrían perfectamente publicarse sin que se notáse su edad.
Un salufo y gracias por el comentario (y por recordar el chiste).
Todo el mundo desea que vuelva Zapatero.
ResponderEliminar¡Ja, ja...es cierto! ¡Qué tiempos aquéllos!
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