Título original: Gläzende Zeiten
Año de publicación: 2010
Traducción: Francesc Rovira
Valoración: entre recomendable y está bien
¡Atención todos, que nadie se llame a engaño! Que ningún despistado lector caiga en el error de leer este libro pensando, a causa de su sugerente título y su no menos insinuante portada, que va a hallar las memorias de algún famoso libertino o, peor aún -perdón... ¿debería decir mejor?- con un manual de inéditas perversiones eróticas. Nada de eso (¿que si yo lo he leído pensando encontrarme algo así? Ejem... corramos un estúpido velo...): en realidad, casi podríamos decir que el autor de este libro es más bien un moralista. Un tanto sui géneris, a contracorriente con el espíritu de los tiempos, pero moralista, al fin y al cabo.... se trata de un periodista y columnista de éxito alemán -no sé si también tertuliano o esa subespecie sólo se da en tierras españolas-, aunque nacido en Polonia (de ahí su sonoro apellido). La premisa de la que parte es que, al contrario de lo que se suele pensar, en la virtud está el vicio y en le vicio, la virtud...al menos en lo que hoy en día se consideras virtudes y vicios, puesto que, según sus propias palabras : "...El mundo moderno lo ha puesto todo patas arriba (...) todo lo informal y erótico se combate. Todo lo pornográfico , en cambio, goza de la aprobación general..." hay que aclarar, que lo que el amigo Adam entiende como "pornográfico" es sobre todo la impúdica exhibición de nuestras intimidades, ya sean en materia de comportamiento, indumentarias o anatómicas. Así, por ejemplo, detesta a los sudorosos y jadeantes practicantes del jogging urbano, las camisetas que sobresalen por encima del cuello de las camisas o la costumbre -al parecer, generalizada en Alemania- de descalzarse en cualquier lugar público donde se encuentre el dueño de los pies en cuestión. Por no hablar de la exhibición constante y en todo lugar de la propia prole berreante y revoltosa. En cambio, deplora la persecución a la que se ven sometidos fumadores y bebedores; la obsesión por la salud ("La lucha por la salud es la lucha contra el azar"); que la luminosidad extrema y despiadada haya sustituido a la agradable penumbra ("Todo lo que vemos difuminado es bonito"); que la gente de hoy en día no domine el civilizado arte del fingimiento ("Muchos males del mundo provienen de la mala simulación. Sólo cuando dominamos el arte de simular la amabilidad somos generoso y buenos") o se abandonen las convenciones de todo tipo, empezando por las indumentarias ("La moda es una de esas medidas disciplinarias a las que se somete el ser humano ya que sólo cabe celebrar", "La falta de convenciones es , con toda probabilidad, la mayor convención de todas")...
Tampoco pensemos que nos hayamos ante las ideas de un pureta conservador y cascarrabias: el amigo Adam -lo siento, no me atrevo a repetir el apellido- apenas tiene 40 años, a día de hoy y tendría menos de 35 cuando escribió este libro. y, de hecho, más bien lo que hace es rebelarse contra el nuevo conservadurismo que quiere imponernos un mundo sin defectos, lleno de luminosidad, perfección y lisura -ahí tenemos el diseño de los aparatos electrónicos que nos rodean-, que haya extirpado todo rastro de comportamiento inadecuado, imperfecto y, sobre todo, poco rentable. Por otro lado, este libro, que está constituido por una serie de "artículos" sobre diversos temas, encadenados unos a otros, acaba por convertirse, debido a que el autor nos va contando las cuitas y desventuras -más que aventuras- de unos cuantos de sus amigos, casi en una novela generacional, que retrata a los moradores de esa edad que hoy en día se considera la zona de tránsito entre la juventud y la madurez que es la treintena (o incluso los cuarentaypocos...).
Adam S. -pongámoslo así- le aplica a su prosa una indudable comicidad -quizá abusa un poco del recurso a la repetición- pero sin perder la mesura en ningún momento. El tono general, de hecho, recuerda un poco al de algunos humoristas costumbristas españoles del siglo pasado: Julio Camba, Wenceslao Fernández Flores o el maestro (aunque fuera más guionista que escritor de libros, Rafael Azcona). También me he acordado, leyéndolo, de un texto del valenciano Joan Fuster en el que defendía que una práctica moderada de los pecados capitales (Avericia, Envidia, Lujuria, etc...) en realidad eran beneficiosos para lo sociedad en su conjunto. Por ahí van las ideas de Adam S., que se lamenta de la pérdida de ciertos valores que acompañaban a los vicios del pasado, y, sobre todo, de que éstos hayan sido sustituidos por otros nuevos, mucho más aburridos y deshumanizadores. Como repite varias veces a lo largo del libro:
"Hoy en día en todo aquello en lo que deberíamos disciplinarnos, nos dejamos ir, y en todo aquello en lo que deberíamos dejarnos ir, nos disciplinamos".
Y a lo peor tiene razón.
Tampoco pensemos que nos hayamos ante las ideas de un pureta conservador y cascarrabias: el amigo Adam -lo siento, no me atrevo a repetir el apellido- apenas tiene 40 años, a día de hoy y tendría menos de 35 cuando escribió este libro. y, de hecho, más bien lo que hace es rebelarse contra el nuevo conservadurismo que quiere imponernos un mundo sin defectos, lleno de luminosidad, perfección y lisura -ahí tenemos el diseño de los aparatos electrónicos que nos rodean-, que haya extirpado todo rastro de comportamiento inadecuado, imperfecto y, sobre todo, poco rentable. Por otro lado, este libro, que está constituido por una serie de "artículos" sobre diversos temas, encadenados unos a otros, acaba por convertirse, debido a que el autor nos va contando las cuitas y desventuras -más que aventuras- de unos cuantos de sus amigos, casi en una novela generacional, que retrata a los moradores de esa edad que hoy en día se considera la zona de tránsito entre la juventud y la madurez que es la treintena (o incluso los cuarentaypocos...).
Adam S. -pongámoslo así- le aplica a su prosa una indudable comicidad -quizá abusa un poco del recurso a la repetición- pero sin perder la mesura en ningún momento. El tono general, de hecho, recuerda un poco al de algunos humoristas costumbristas españoles del siglo pasado: Julio Camba, Wenceslao Fernández Flores o el maestro (aunque fuera más guionista que escritor de libros, Rafael Azcona). También me he acordado, leyéndolo, de un texto del valenciano Joan Fuster en el que defendía que una práctica moderada de los pecados capitales (Avericia, Envidia, Lujuria, etc...) en realidad eran beneficiosos para lo sociedad en su conjunto. Por ahí van las ideas de Adam S., que se lamenta de la pérdida de ciertos valores que acompañaban a los vicios del pasado, y, sobre todo, de que éstos hayan sido sustituidos por otros nuevos, mucho más aburridos y deshumanizadores. Como repite varias veces a lo largo del libro:
"Hoy en día en todo aquello en lo que deberíamos disciplinarnos, nos dejamos ir, y en todo aquello en lo que deberíamos dejarnos ir, nos disciplinamos".
Y a lo peor tiene razón.
Pues por lo que indicas, veo que el caballero polaco tiene bastante razón, un punto de vista interesante entre tantos nuevos convencionalismos impuestos. Me lo apunto.
ResponderEliminarGracias por la reseña, Juan.
Carlos Andia.
Gracias a ti por el comentario, Carlos. Y sí, algo -o mucho- de razón no le falta, al tipo...
ResponderEliminarEn todo caso, es una lectura divertida.
Un abrazo.
No me termina de quedar claro por qué no te ha gustado más el libro, con la reseña tan buena que has hecho. Yo me lo apunto, creo que el cascarrabias que llevo dentro lo agradecerá.
ResponderEliminarUn saludo y gracias.
Carlos
Bueno, este último Carlos debe ser otro, que conste.
ResponderEliminarSaludos.
Hola, Carlos II:
ResponderEliminarEn verdad, el libro me ha gustado bastante y de hecho, lo recuerdo cada vez con más agrado según van pasando los días desde que lo.leí. Quizà su sàtira sobre los convencionalismos actuales me resultó algo superficial; en todo caso, me hubiese gustado una pizca más de causticidad.
Por otra parte , esta intención del libro de ser un "tratado" sobre -presuntos- vicios y virtudes se va diluyendo en una suerte fe novela generacional, ya digo, aunque también tiene su gracia...
Em cualquier caso, repito que resulta una lectura divertda y hasta tonificante.
Gracias por pasarte por aquí y un saludo afectuoso? Carlos ( también a Carlos I)