Idioma original: español
Año de publicación: 1999
Valoración: muy recomendable
La puesta en escena es casi propia de teatro experimental. Antonio sentado en la sala de espera de un hospital en Medellín. Su única compañía, aparte de un reloj de pared que se ha parado marcando las cuatro y media, un anciano que, como él, tiene a alguien tiroteado. Al otro lado, los médicos se las ven y se las desean, intentando hacer algo por salvar la vida de Rosario Tijeras. Inmerso en la incertidumbre, en una madrugada que parece eternizarse, Antonio recrea su relación son Rosario, y empieza a componer su historia. Víctima de abusos cuando tenía ocho años, desamparada de una familia desarraigada, Rosario (no se sabe su apellido real en toda la novela) no tarda en convertirse en una sicaria. Lo hace casi como un juego donde las piezas son de carne y hueso y un sabor persistente de venganza es el plato del día. Hay hombres en su vida: hermanos, amigos, amantes, misteriosos hombres poderosos que, parece, son los que van encargándole trabajos y son los que facilitan que su vida sea desahogada y entregada a los excesos y los abusos.
Antonio y Emilio son dos amigos, los dos de familias de buena posición, los dos pendientes de Rosario, de sus ausencias y regresos, y, como conocedores de su particular modus vivendi, siempre atenazados por el temor de que cualquier ausencia vaya a ser la definitiva. Su relación con ella queda definida de forma magistral en este párrafo:
"Emilio tenía razón. Pero él nunca tuvo la paciencia para sentarse a entender a Rosario. Tal vez porque la tuvo se acostumbró a lo inmediato, pero yo en cambio tenía que imaginarla, estudié cada paso para tenerla cerca, la observé con cuidado para no cometer alguna imprudencia, aprendí que había que ganársela de a poquito, y después de tanto examen silencioso logré entenderla, acercarme a ella como nadie lo había hecho, tenerla a mi manera, pero también entendí que Rosario había partido su entrega en dos: a mi me había tocado su alma y a Emilio su cuerpo. Lo que todavía no he podido saber es a cuál de los dos le fue mejor."
En medio de esa especie de triángulo amoroso sin conflicto aparente, Jorge Franco es capaz de trazar la tenebrosa realidad de los asesinatos por encargo, la ausencia de escrúpulos y el hermetismo de las organizaciones criminales, la apariencia de normalidad de la sociedad en que los crímenes se producen, y la moral alternativa pertrechada en ese perverso decorado. Queda claro que el maestro Fernando Vallejo puede ser una referencia para hablar de esta novela, y eso es mucho decir. Porque Vallejo es mucho Vallejo y Franco hace muy bien en buscar otro registro. Tantear un tono resabiado hubiera sido un error colosal, y antes de forzar una similitud que hubiera sido jocosa, Franco opta, en la narración de Antonio, armada de esperanza y sentido común, por un tono menos acre, más joven, más proclive a considerar mejores opciones (la huida, el exilio, el abandono de las adicciones). Que la realidad se lo lleve a uno por delante ya es otra cosa. No tendrán derecho (qué hacemos aquí, por ejemplo, con la Guerra Civil) los autores colombianos a incidir en esa literatura del narcocrimen, la de los fierros, los cadáveres rebozados de plomo y las muertes en la temprana veintena. Rosario Tijeras es otra excelsa muestra de literatura a través de la cual la porquería de algunas sociedades sale a la luz. Quien piense que eso no es útil, con todos los respetos, por mí puede irse suscribiendo a cualquier revista de cotilleos.
También de Jorge Franco en UnLibroAlDía: El mundo de afuera
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