Título original: La Veuve Couderc
Año de publicación: 1940
Valoración: Muy recomendable.
Se dice muy frecuentemente sobre Georges Simenon que si en vez de haber dado a luz 200 novelas (en realidad fueron muchas más) hubiese escrito sólo 20 habría sido el mejor narrador en lengua francesa del siglo XX. Mi experiencia lectora con él ya sobrepasa ampliamente esa última cifra y he de decir que no creo que se trate del mejor novelista en lengua francesa del siglo XX, pero desde luego me gustaría que hubiese llegado a la marca de 400. O, al menos, que gran parte del tiempo que dedicó a sus historias del comisario Maigret, algunas excelentes pero la mayoría encorsetadas en las servidumbres del problema policíaco o whodunit, lo hubiera destinado a crear más “novelas duras”, que es como usualmente se denominan las ficciones de tipo más o menos criminal no protagonizadas por el detective parisino, y que son lo mejor de su producción.
Es muy difícil recomendar novelas concretas de Simenon, tanto como lo es buscar en Google opiniones fiables acerca de cuál puede ser el “canon Simenon”, un núcleo duro a partir del cual pueda uno formarse una opinión sobre su valía real como escritor. Una razón es que todas sus novelas son imperfectas, alejadas de la precisión que se suele exigir a un relato negro o criminal. Otra es que realmente no hay una gran diferencia de calidad entre unas y otras: Simenon es un escritor inusualmente regular, lo cual unido a su colosal promiscuidad literaria, lo convierte en un fenómeno único, sobrehumano, casi inimaginable. De cualquier modo, dejo aquí mi particular selección: El fondo de la botella, Tres habitaciones en Manhattan, La nieve estaba sucia y La viuda Couderc. Todas, novelas duras; todas sin Maigret. Obras como Pedigree, El gato, Luces rojas o El tren las tengo aún pendientes.
La trama de La viuda Couderc, novela corta que plantea un triángulo pasional comprimido en el espacio claustrofóbico de una modesta granja regentada por la viuda que le da título, es algo así como el reverso de El cartero siempre llama dos veces. En un contexto humano que exuda sordidez, surge Simenon en estado puro: la vida está dominada por una inercia que acaba derivando hacia una suerte de resignada degradación (la resignación ante la catástrofe, un concepto “muy Simenon”) y ni siquiera hay que forzar la mirada para comprenderlo, solo detenerse a observar el tiempo suficiente.
El “misterio Simenon”, que ha atraído a escritores tan dispares como García Márquez o John Banville y ahora por fin parece que se ha extendido a España, se basa en el talento para la creación de atmósferas moralmente insalubres y la facilidad hipnótica para presentar con naturalidad el enigma del ser humano en pasajes aparentemente triviales, como el principio de La viuda Couderc:
“Caminaba. Estaba solo en por lo menos tres kilómetros de carretera, cortada cada diez metros por la sombra del tronco de un árbol y, a grandes zancadas, pero sin apresurarse, iba alcanzando una sombra tras otra. Como era casi mediodía y el sol se acercaba a su cenit, ante él se deslizaba una sombra corta, ridículamente encogida: la suya.”
La clave es la naturalidad, incluso cierto desaliño, posiblemente un punto de improvisación. Al describirnos con detalle no el aspecto sino el movimiento de un personaje del que aún no sabemos nada, cada información que nos da se vuelve misteriosamente significativa. Ahí está el inicio lacónico ("caminaba"), seguido del uso de términos de precisión para mostrar la determinación del individuo en su absoluta soledad ("tres kilómetros…diez metros…una sombra tras otra") cuyo recorrido extrañamente no tiene un fin concreto ("pero sin apresurarse"), y rematado por una alusión al superior movimiento del sol que convierte su voluntad de avanzar en insignificante.
¿Se trata de una original y nada pedante metáfora acerca de la inutilidad del esfuerzo humano por controlar su destino o tan sólo una leve introducción psicológica del protagonista a partir de la descripción de su comportamiento? ¿Se trata de esa pequeña gran escritura cuya lectura proporciona agradecidas sorpresas o estamos directamente en presencia de Gran Literatura? A riesgo de ser pretencioso me guardo mi opinión, que puede resultar demasiado solemne, pero les diré algo seguro: leer las novelas duras es siempre un descubrimiento, tanto para los que se aprestan a cazar su primera pieza en este inabarcable territorio que es el universo Simenon como para los que ya han superado la veintena de trofeos.
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